inicia sesión o regístrate.
El espacio de tiempo que comprende desde la fundación de ciudades hasta que se estabilizaron, estuvo cargado de incertidumbre y zozobra, tanto "por la resistencia y embarazo" que significó la tarea de someter a las poblaciones nativas como la de ver realizadas sus ambiciones personales.
Algunos expedicionarios y funcionarios que recorrieron el territorio y lo gobernaron, estuvieron impulsados por aquella premisa virreinal y por sus ansias de pronta riqueza.
Las "ciudades" que intentaban asentar, lo eran solamente en los papeles y en más de una ocasión no pasaron de ser un intento, teniendo que trasladar el asiento a muchas leguas de distancia. Aunque, una vez que medianamente lograron instalarlas, sus habitantes debieron sortear y superar las riesgosas situaciones planteadas por el constante acoso de las parcialidades calchaquíes, mocovíes, tobas, abipones, pilagás y otras que reclamaban por las avanzadas de forasteros en sus tierras.
Ante el decidido ingreso de las columnas europeas, las acciones bélicas no se hicieron esperar y debieron soportar numerosos y sangrientos ataques de los "bárbaros infieles", y estos, a su vez, las inhumanas "entradas pacificadoras". En realidad, la presencia de gente extraña y provocadora en estos territorios fue casi siempre repelida de manera violenta, con más razón aún, cuando se internaron en el Gran Chaco.
Primeras jornadas españolas
Ya en el último tercio del siglo XVI el virrey Toledo intimó a los distintos gobernadores del Tucumán a poblar una ciudad en Salta y encomendar indios en la misma "(…) para que destos rreinos del pirú se pueda entrar a las dichas provincias sin el rriesgo y peligro que hasta aquí y de hasta salir a estos rreynos a contratar e mercadear conviene que se pueble un pueblo en el valle de Salta (…)". Se hacía necesaria la fundación de ciudades para comunicar estos nuevos reinos del Tucumán (Santiago del Estero, Esteco, Salta, Jujuy, Tucumán), el Paraguay (Asunción), Brasil (Recife y San Vicente), Chile (Valdivia y Villarrica), el Alto Perú (Potosí y Cochabamba) y Perú (Lima) para comerciar los productos de la tierra y los bienes de Castilla. Uno de los primeros establecimientos y quizás el más intrépido, fue la ilegal Ciudad de Cáceres cuando en 1566 "(…) bajaron hasta Santiago del Estero donde hicieron informaciones contra Francisco de Aguirre y de allí vinieron hasta cien hombres a una provincia que se llama Esteco cincuenta leguas más acá (…)", "(…) no tienen más pasaje ni camino que de esta ciudad de Esteco por estar fundada en medio de dos cordilleras (…)", refundada al año siguiente con el nombre de "Nuestra Señora de Talavera de Esteco" bajo tutela de la corona y tal vez en el mismo lugar o a poca distancia de la anterior.
Esta solitaria ciudad que se adentraba en la llanura creció en poco tiempo y se transformó en lugar de paso obligado y estadía de viajeros, tropas y caravanas, concentrando durante mucho tiempo el transporte de bienes y mercaderías que circularon hacia otras jurisdicciones.
"El 1735 fue uno de los más agitados, por los amagos que de todos lados y en todas las ciudades se sentían".
Las descripciones que entonces se hicieron sobre el territorio de esta gobernación, nos llega la escrita en 1605 por Francisco de Alfaro: "(…) Por el otro camino de Santiago del Estero que es el real se va a Esteco que está a cincuenta leguas (…) alrededor de esta ciudad de Esteco hay muchos pueblos de indios de paz (…) y más adelante está la Villa de Las Juntas (…) y por el río arriba hay muchas poblaciones de indios y adelante está la Villa de Madrid de Las Juntas (…) se cruza un río muy caudaloso que llaman de Cianca (…) desde aquí se va a la ciudad de (fuerte de) San Bernardo de Salta en el Valle de Lerma (…) abrá veinte años que se pobló este pueblo. Desde aquí se va a San Francisco de Alava de Jujuy (…)".
En alrededores de Esteco I, la población nativa y otras que llegaron extrañadas del valle Calcháqui principalmente, fueron distribuidas en setenta y ocho encomiendas y el espacio hasta la serranía de Lumbreras se pobló con haciendas-encomiendas, donde luego se estableció la Villa de la Nueva Madrid. Aquella primitiva ciudad terminó por despoblarse en la primera década del siglo XVII por los asaltos, robos y muertes que ocasionaban los nativos, los desbordes del río y el cambio del camino al Alto Perú "(…) cincuenta leguas de la de Santiago del Estero por otro más cercano a la sierra, alejando el tráfico caravanero por ser más seguro (…)". Finalmente, muchos de sus pobladores emigraron y fueron reubicados en la nueva villa, a la que llamaron Nuestra Señora de Talavera de Madrid de Esteco. De allí partió Ángel de Peredo en 1673 para una "pacificación". Finalmente, la ciudad sucumbió con el devastador terremoto de 1692 y solo cinco familias se quedaron unos meses más.
Cuándo sucedieron los ataques
Contrariamente a lo que se esperaba, los ataques se intensificaron en la segunda mitad del siglo XVII y continuaron afectando a las caravanas. Ante la dificultad que significaba para las autoridades custodiar las vías de comunicación, los mercaderes debían protegerse contratando gente armada. El robo de ganado y el acoso a grupos de nativos amigos que permanecían reducidos en cercanías de fortalezas y poblados: cerca de los ríos Salado, Cianca, el Zanjón, El Hebro, Vipos, La Pedrera, el Gallinato, Ocloya y El Cucho, se hicieron más frecuentes. Los cabildos apuraron la construcción de nuevos fuertes-presidios y puestos de vigilancia en las vías de acceso y completaron el plan de defensa con "jornadas pacificadoras"; como la de Juan Diez Andino que reprimió violentamente a los nativos de las ranchadas que encontraron. Para vigilar el área de frontera se destinaron soldados en tres partidas volantes y otras mixtas de soldados y vecinos que, a cambio de su servicio, recibían "piezas capturadas".
La línea de frontera se fue modificando, aunque planteó desafíos cuando los nativos incursionaron sobre los caseríos y haciendas de La Viña, La Ramada, El Desemboque del Sauce, Los Noques y El Pongo. Las irrupciones de tobas, mocovíes, malbalaes, pelichocos y otras parcialidades en 1701 y 1702, fueron terribles: "(…) hicieron una buena carnicería de indios ocloyas (…), pueblo manso y dedicado a la vida agrícola (…)". Al año siguiente "(…) una partida indios se había filtrado a través de los guardianes del Pongo, asaltando y robando las chacras y estancias hasta a cuatro leguas de la ciudad (…)". La entrada pacificadora que hizo el gobernador Esteban de Urízar en 1710 "a los confines del Chaco para contener al enemigo mocoví, toba y demás naciones bárbaras (…)", no fue menos sangrienta. Las violentas acciones se repitieron al año siguiente para lo que se concentraron más de mil seiscientos soldados con armas de fuego y artillería para recorrer el oriente de las sierras del Maíz Gordo, Centinela y Santa Bárbara. Los detalles fueron registrados en los diarios de marcha.
Poblaciones aterradas
Los escritos de la época, relatan: "(…) diversas comunidades nativas declararon la guerra de exterminio y se desbordaron hacia el valle de Lerma "para limpiar la tierra de cristianos". "(…) Aquella feroz ola de indígenas tomó el camino a la hacienda de La Viña (hoy Betania), donde saquearon casas, incendiaron el villorrio y arrearon el ganado como parte del botín. En Salta, la noticia causó el pánico de la población y los tercios militares se atrincheraron para hacerles frente. La horda llegó tres días más tarde y el Cabildo encomendó la misión de parlamentar al capitán Gabriel de Torres y su hermano José Ignacio, quienes seguidos por sus criados y agitando bandera blanca tomaron el camino de La Pedrera. Fueron llevados ante el cacique y desplegaron los presentes: telas de colores, mazos de tabaco, adornos de plata y espadas. El jefe de los caciques del Chaco decretó la muerte de los parlamentarios y fueron degollados (…)".
Hubo también otras "jornadas pacificadoras" igualmente brutales al mando del gobernador Manuel de Arache, y del mismo modo, otras invasiones sangrientas en 1721, 1726 y 1731 que dejaron arrasadas e incendiadas varias haciendas y fortificaciones. Pero, en 1735 hubo dos ataques tan feroces que hicieron temer la continuidad de la ciudad de Salta. El Obispo José de Cevallos escribió: "(…) el año de 1735 fue uno de los más agitados, por los amagos que de todos lados y en todas las ciudades se sentían, mayormente en Salta que ya soportó en los primeros días del mes de enero una invasión formidable de inesperadas irrupciones salvajes. Horas más tarde, la orden del asalto fue dada (…), (…) de Jujuy y de Salta; a cuyos rededores el año de 1735 mataron los indios a quinientos salteños sin pérdida de un solo indio. Y sino cuéntennos los de dichas ciudades cuantos indios han muerto en estos asaltos (…)". Los habitantes de la entonces inestable ciudad de Salta, vieron repetir este suceso en el mes de setiembre, mientras se preparaban las Festividades del Señor y la Virgen del Milagro, resultando tan peligrosa como la primera.
Las "marchas pacificadoras" y las "invasiones bárbaras" continuaron sucediendo por espacio de muchas décadas.