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Artimañas que destruyen la democracia

Martes, 08 de julio de 2025 01:15
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A medida que se acercan las fechas de las elecciones, ante la pretensión de gobernadores o legisladores de eternizarse en los cargos, se renueva la cuestión de las reelecciones indefinidas para renovación de autoridades gubernamentales.

La resolución de la Corte Suprema de Justicia de la Nación impidiendo la reelección indefinida del gobernador de la provincia de Formosa Gildo Insfran y el dictamen de inconstitucionalidad de la reelección por más de dos mandatos en las provincias de San Juan, Río Negro y Tucumán, son antecedentes recientes que deberían tomarse como referencia. Sin embargo, en el Senado de la provincia de Buenos Aires, en una votación desempatada por la vicegobernadora Verónica Magario, los senadores ignoraron la razonabilidad política de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, dieron media sanción a la ley de elecciones indefinidas para a senadores, diputados, concejales y consejeros escolares. Aunque aún falta la aprobación en la Cámara de Diputados, es una muestra más de la elite política que actúa protegiendo sus intereses en desmedro de la representación política.

También, en las elecciones del domingo 29 de junio en la Provincia de Formosa burlaron un fallo explícito de la Suprema Corte de Justicia de la Nación contra la reelección indefinida para el gobernador. Los diputados constituyentes oficialistas, que son mayoría, impondrán mandatos consecutivos sin reelección. Pero con una cláusula especial para que Gildo Insfrán se presente para un noveno mandato, que será considerado el primero. De ese modo, si el sistema electoral le sigue respondiendo, podrá ser gobernador hasta los 81 años. Tiene 74.

Si la cláusula no se aplica, en 2027 se despediría del mandato más largo de Latinoamérica en el siglo XXI.

El principio de la representación

La historia política de la lucha por la representación de la ciudadanía por medio del voto nos recuerda que los cargos electivos deben ser votados. El voto es la base del principio liberal de la representación, por el cual el ciudadano deja de ser súbdito y adquiere derechos políticos.

En los últimos cuatro siglos se perfeccionaron las formas de representación política a partir de los sistemas de gobierno, ya sean presidencialistas, parlamentarios o monarquías parlamentarias. El perfeccionamiento se basaba en conocer cómo y por cuánto tiempo el elegido tendrá el cargo, porque la previsibilidad y certeza garantizan el equilibrio de los poderes para gobernar.

Entonces, si focalizamos en las formas de representación que promueven los senadores bonaerenses y los convencionales formoseños; nos preguntamos ¿el tiempo de permanencia en un cargo electivo es indefinido? ¿debe tener restricciones? ¿es democrático que dependa sólo de la voluntad del elector?

Para responder a estos interrogantes, decimos que:

* Primero: la permanencia sin tiempo de caducidad de los cargos gubernamentales es una rémora de las monarquías, donde los cargos a perpetuidad se heredaban por derecho propio o por la compra de títulos nobiliarios.

* Segundo: el argumento de que el elector elige que alguien que ya estuvo en un cargo permanezca, porque realizó una "muy buena gestión", a primera vista, suena razonable, pero si aguzamos la mirada observamos que el cargo conlleva ventajas, tales como, las económicas por el monto de las dietas, de posición e influencia por su conexión con otras personas con poder equivalente, de exposición pública donde la visibilidad del cargo lo hace conocido. Es decir, tiene prerrogativas por sólo ostentar el cargo.

* Tercero: su posición relativa. El funcionario corre con ventajas cuando compite con el que está en el "llano"; las diferencias a favor del que tiene un cargo son directamente proporcionales al tiempo de permanencia en el. Se podría decir que más tiempo implica más poder.

Luego, estas ventajas sustentan un sistema político que auspicia la acumulación de poder, prohijando una asimetría que se mantiene por permanencia en el cargo y contraría el principio de igualdad de posibilidades para elegir y ser elegido.

Además, la permanencia sin renovación periódica produce la "patrimonialización de la política" donde los cargos tienen dueño, que refuta a la política democrática que debe garantizar la periodicidad, es decir, el reemplazo legal por otro gobernador, legislador o concejal, con las mismas o distintas ideas en un tiempo perentorio y, así continuar el círculo virtuoso de la renovación política.

También, la permanencia en los cargos en las que no hay periodicidad y rotación en los mandatos, prefigura la "oligarquización de la política", donde el poder político se concentra en un grupo reducido prevaleciendo el nepotismo y la prioridad de los intereses de las minorías.

Cancha inclinada

Entonces, esta suerte de "cancha inclinada" que se produce por las reelecciones indefinidas, vulnera los principios republicanos de la periodicidad y la alternancia.

Por otra parte, las reelecciones indefinidas para permanecer en el poder son una estrategia equivocada, ya que los sistemas políticos mejoran con la dinámica del poder cuando los dirigentes adquieren experiencia, y se perfeccionan para formar a los que los sucederán en los cargos.

Formar nuevos dirigentes es una de las primeras metas de una organización política con vocación de poder. En esta labor se recrea "el cursus honorum", que era la carrera de escalas en los cargos públicos que los aspirantes a políticos debían seguir, para ascender en la jerarquía del gobierno en la antigua Roma.

Los aspirantes a políticos encuentran en la falta de renovación política su principal barrera para acceder y los nuevos que llegan a un cargo, sorteando estas escalas de formación, ignoran los rudimentos básicos de la administración del poder y la gestión política.

El fruto amargo de las reelecciones indefinidas es la imagen de legisladores que pertenecen a una elite y afirman que la "gente elige con su voto" y que la reelección es un ejercicio de la democracia; contradiciendo que la permanencia sin restricciones es una rémora monárquica y que la suerte de "cancha inclinada" a favor de quienes usufructúan cargos y posiciones de poder durante décadas corroe la democracia.

La teoría en boga de que a las democracias se las debilita cotidianamente con actos insignificantes es cierta. Las reelecciones indefinidas se imponen sin haber sido parte de la agenda que publican los gobernantes.

Así se explica el divorcio entre la política y la sociedad, que se expresa en la abstención de concurrir a votar, en la indiferencia ante la degradación del discurso público y en la progresiva demonización de la política. Y sin el pueblo real, la democracia se muere

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