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La decisión de Donald Trump de aplicar un arancel del 30% a las exportaciones sudafricanas a Estados Unidos profundizó una escalada de confrontación iniciada en mayo pasado, cuando el presidente Cyril Ramaphosa visitó la Casa Blanca y fue recibido con la exhibición de un video en que se denunciaba un supuesto "genocidio" sobre la minoría blanca afrikaner, descendiente de los colonos holandeses que en el siglo XVII ocuparon Ciudad del Cabo, en lo que constituyó el punto de partida del proceso de penetración europea del continente africano.
Dos meses antes, Trump había expulsado al embajador sudafricano Ebrahim Rasool, acusándolo de ser un "político provocador racial". La administración estadounidense anunció también la suspensión de la ayuda estadounidense a Sudáfrica. Asimismo, Trump invitó a 49 afrikaners en calidad de refugiados, que partieron desde Johannesburgo en un vuelo chárter con destino a Washington donde fueron recibidos oficialmente.
El detonante de esas inusuales represalias fue la aprobación de una Ley de Expropiación que procura ampliar el acceso a las tierras agrícolas de la mayoría sudafricana de raza negra, cuestionada por sectores de derecha y los grupos empresarios, que le adjudican un carácter confiscatorio. Trump sostiene que la iniciativa es discriminatoria contra los agricultores blancos, que serían los principales perjudicados, una apreciación estadísticamente exacta porque la inmensa mayoría de la superficie agrícola está en sus manos. El conflicto volvió a focalizar la mirada internacional sobre lo que sucede en Sudáfrica. En mayo de 2024 el Congreso Nacional Africano (CNA), fundado por Nelson Mandela, perdió la mayoría parlamentaria que había mantenido desde su ascenso al poder en 1995. De aquel 62,65%de los votos que en aquella oportunidad encumbraron en el poder a Mandela, el CNA pasó al 40,20%.
En esa situación se vio obligado a formar un "gobierno de unidad nacional", a través de una alianza que representa a más del 80% del electorado, reunido en un complicado entendimiento entre el partido gobernante y tres fuerzas hasta entonces opositoras, entre las que se destacó la incorporación de la Alianza Democrática (AD), el partido de la minoría blanca, que obtuvo el 20,20% de los votos y accedió al gobierno por primera vez desde la eliminación del "apartheid".
La coalición está integrada también por dos fuerzas representativas de la oposición "nativista", una corriente de izquierda desprendida del CNA y dividida, a su vez, en dos fuerzas: el flamante Umkhonto We Sizwe (MK), de base en la etnia zulú, que tuvo el 14,58% de los votos, y los Luchadores por la Libertad Económica, una formación de izquierda liderada por Julius Malema, un joven dirigente marxista con predicamento entre los estudiantes universitarios, que cosechó el 9,52%. El análisis de los resultados mostró que la inmensa mayoría del electorado votó según sus respectivas líneas raciales. Una entente tan heterogénea, surgida de una crisis que llevaba a una parálisis gubernamental, tiene empero una escasa base en la sociedad sudafricana, donde todavía las consideraciones sobre la identidad racial impregnan las decisiones de contratación y de inversión y es difícil que un punto de política pública no se convierta en una disputa racial, desde que el nombramiento de una persona blanca para un alto cargo no reciba críticas de "anti transformación" o que el anuncio de un equipo deportivo nacional sea atacado por "falta de representatividad".
La preferencia racial está tan presente en la psiquis nacional que es improbable prever su pronta desaparición. La demanda originaria de los sudafricanos negros, que era la igualdad de derechos, mutó luego en la igualdad de oportunidades y ahora en la igualdad de resultados, harto problemática en un país donde el ingreso promedio de la minoría blanca triplica a la de mayoría negra y la tasa de desempleo es del 32% y entre los jóvenes del 46,1%.
Jan van Riebeeck, comandante del puesto holandés en el Cabo de Buena Esperanza, en su diario del 28 de enero de 1654 consignó que los robos de los indígenas ya eran insoportables: "quizás sería una mejor propuesta pagar a esta banda de culpables tomando su ganado y sus personas como esclavos encadenados para ir a buscar leña y hacer otros trabajos necesarios". Bajo las órdenes de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales de no contrariar a los lugareños, de quienes dependían para el comercio, Van Riebeeck se limitó a plantar un seto protector de almendros amargos a lo largo de los límites de su campamento asediado, mientras continuaba negociando con los nativos.
Aquella decisión marcó desde el principio el modelo de las relaciones raciales sudafricanas, signado por un nivel de tolerancia muy reducido, mitigado por la distancia social e interrumpido por esporádicos estallidos de violencia. La cuestión racial no involucró solamente al conflicto entre la mayoría negra y los afrikaners, sino que se agravó con los sangrientos enfrentamientos entre éstos y los colonos anglosajones que a fines del siglo XIX derivaron en las dos guerras anglo-bóeres, que culminaron en 1902 con la victoria del imperio británico. El primer orden constitucional sudafricano surgió 340 años después de Van Riebeeck mediante el Acta de Unión de 1910, que fue el acta de nacimiento de la Unión Sudafricana como país independiente, y después de otros 84 años, en 1994, con la implantación de una democracia al estilo occidental. Pero la política de separación, el "apartheid", no se ideó oficialmente hasta 1948, con el ascenso de una renaciente clase media afrikaner que tomó el poder con el Partido Nacional. Los nacionalistas afrikaners crearon pequeños estados tribales en los que la población negra, supuestamente agradecida por la concesión del derecho al voto, seguía sometida al poder económico y político de la minoría blanca.
El Partido Nacional impulsó una política de acción afirmativa para la población blanca de clase trabajadora, tan exitosa que tres generaciones después sus descendientes, ahora ricos, educados y cosmopolitas, en un referéndum celebrado en 1992 se resignó a votar mayoritariamente por la trasferencia del poder político a la mayoría negra, en una de las escasas ocasiones en la historia en que una minoría dominante entregó pacíficamente el poder a una mayoría sojuzgada.
El autor principal de ese milagro histórico fue Mandela, quien lideró durante largos años una estrategia de resistencia pasiva, en cierto sentido similar a la implementada por Mahatma Gandhi, que había vivido en Sudáfrica antes de liderar la lucha por la independencia de la India. Esa estrategia de Mandela promovió una presión internacional que colocó al gobierno sudafricano en una situación de absoluto aislamiento externo. En 1966 la Asamblea General de la ONU calificó al "apartheid" como un crimen contra la humanidad y en 1984 esa determinación fue respaldada por el Consejo de Seguridad. La Sudáfrica emergente en la década del 90 fue entonces el resultado de una convergencia entre la resistencia pasiva de Mandela y la implantación de un boicot internacional que dejó exhausto al régimen del "apartheid". La experiencia aleccionadora de los últimos 350 años, y en particular de las tres décadas recientes, es que la cuestión racial como problema dista de haber desaparecido. A pesar de toda la palabrería sobre el no racismo y los intentos fallidos de la izquierda y los anunciantes comerciales de forjar una imagen internacional de bonhomía no racial, los sudafricanos siguen siendo muy diferentes. A diferencia del Reino Unido, por ejemplo, donde la legislación penaliza fuertemente cualquier mención de diferencia, los sudafricanos están bastantes contentos de hablar sobre su etnicidad, cultura, clan, apellidos, tribu, gustos, disgustos, prejuicios y estereotipos.
Como consecuencia Sudáfrica ha llegado al extremo de reconocer once idiomas oficiales, uno de ellos prácticamente extinto. Creó también un Comisión de Derechos Culturales, Religiosos y Lingüísticos, un Consejo de Líderes Tradicionales y una Comisión de Derechos Humanos para mediar en los frecuentes conflictos que surgen entre las diversas etnias.
El gobierno de unidad nacional impuesto al CNA refleja ese pluralismo político, social y racial. Es una cautelosa coalición de partidos unidos por el objetivo común de protegerse a sí mismos. Ofrece, sí, la posibilidad de un nuevo comienzo, que trascienda toda la fraseología sobre la Nación Arcoíris, sobre la base de un conjunto de valores nacionales que contenga a las diferencias raciales. Este conjunto de factores entra en juego en la confrontación desatada por Trump.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico