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26 de Agosto,  Salta, Centro, Argentina
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Génesis de nuestro destructivo centralismo

Martes, 26 de agosto de 2025 00:52
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Si a un concepto, por definición, se lo toma como unidad mínima del conocimiento, tenemos cierta certidumbre de que un principio establecido expresamente por la Constitución Nacional como forma de gobierno, sin duda debe regir y aplicarse. La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa, republicana y federal, dice la letra de nuestra Ley Fundamental. Un criterio, por su parte, es una norma para conocer la verdad y por consiguiente una forma del discernimiento. Concepto y criterio, cuando son correctamente utilizados, son términos complementarios. Si la Constitución es la que establece el sistema federal como concepto y criterio para gobernar, no hacerlo sería como negar aquella frase del evangelio de San Juan (1,1-18), "En el principio era el Verbo". La Constitución, como el verbo evangélico, tiene carácter fundacional e iniciático. El país se organiza a partir y desde allí. Es la carta de navegación aún para tiempos de borrascas, enseñaba Juan Bautista Alberdi.

No obstante, los argentinos desde hace muchos años, pareceríamos haber tomado el atajo de desconocer el texto constitucional, pero el atajo siempre se asocia a la picardía, a sortear esfuerzos cuando no a la trampa. Nunca a la virtud.

Dos mandatos ignorados

Así es que llevamos dos años sin ley de presupuesto -la ley de leyes- y treinta y un años sin que se sancione la ley de Coparticipación Federal, también establecida por el art. 75 inciso 2° de la C.N. Mientras tanto las provincias quedan a merced de la buena voluntad o no del gobernante de turno, quien siempre con criterio centralista, distribuye a su antojo. Allí se ve como, según las circunstancias, concepto y criterio dejan de ser complementarios. Y lo que es menos figurado y mucho más concreto, se observa cómo el atraso y la pobreza, más la falta de un plan de desarrollo integral e integrado, genera asimetrías intolerables entre las diferentes regiones del país.

Por eso es tan importante observar y hacer observar la Constitución Nacional como se les pregunta a cada funcionario público cuando se le toma juramento de práctica. Hacer observar la Constitución implica que el sistema de gobierno representativo, republicano y federal, no es una entelequia, ni una utopía, ni un absurdo, es un mandato constitucional que, precisamente, debe observarse. A cualquier evento, no es lo que sucede, ni lo que observamos, ya con otro significado, los ciudadanos de a pie.

Pavón y el centralismo

En el libro El Federalista, de Alexander Hamilton, James Madison y John Jay, se aprende que el sistema federal es un antídoto contra el centralismo y el secesionismo.

Una suerte de anatema contra el caos. Si bien la historia norteamericana no tiene puntos en común con la historia argentina, los principios sentados en la Constitución de Filadelfia de 1787, superadores de los postulados en que se fundaba la Unión Perpetua de 1777, de carácter eminentemente confederativo, han conducido a que Alberdi reflexionara sobre las bondades de constituir un Estado Federal.

Para el pensamiento de Ortega y Gasset, un proyecto sugestivo de vida en común, una frase tan sencilla como profunda y útil al momento de saber cómo gobernar un país. La Unión Perpetua norteamericana regulaba la asociación de las trece colonias originales en forma cooperativa, esa era de algún modo la idea que Güemes y Artigas tuvieron para esta parte de América. Es decir que cada provincia fuese soberana y se coaligara con las otras para las relaciones exteriores, la defensa ante ataques foráneos y la comercialización y producción entre sí. Ese sistema, con algunas variaciones es el que funcionó durante las presidencias de Urquiza y Derqui entre 1853 y 1860.

A continuación, vino la batalla de Pavón, y se celebró el Pacto de San José de Flores, marcadamente diferente al de San Nicolás de los Arroyos, y el espíritu confederativo fue sustituido por una suerte de Estado Federal con marcado predominio de la provincia de Buenos Aires. Y pese a que a raíz de la capitalización se libró la última guerra civil argentina en 1880, lo que derivó en que se estableciera, asincrónicamente, que La Plata fuese la capital de la provincia y Buenos Aires la capital federal de la Nación, cuando un estadista como Dardo Rocha, entre otros, pretendían lo contrario. Es decir que La Plata fuera la capital federal, como Washington y Brasilia, y Buenos Aires la de la provincia de Buenos Aires. Otros dirigentes de aquel tiempo como Leandro Alem y Joaquín Castellanos propiciaban que la capital fuese Rosario, porque era interior, nadie la había fundado, y equidistaba de Buenos Aires. Roberto Cortés Conde, quien fuera el más eminente de nuestros historiadores económicos, escribió en el Laberinto Argentino, la inviabilidad del sistema rentístico del país si los recursos no se distribuían de manera abismalmente diferente. Cortés Conde reivindica las regiones y su desarrollo sostenido.

Al no existir un proyecto nacional de matriz desarrollista, que privilegie la producción local y las economías regionales y ante cada crisis recurrimos a experimentos de corte netamente financiero más ajustes desmesurados que achican y acortan la economía nacional, las consecuencias son cada vez más nítidas.

Las asimetrías surgen a flor de piel y el rol de los gobernadores provinciales, más allá de los buenos propósitos que los animan, queda enmarcado y enangostado según el arbitrio como se maneje la economía.

Hemos llegado al punto de que las autoridades nacionales retienen para sí, sin explicación ni norma alguna que avale tal proceder, ingentes recursos que son propios de las provincias argentinas. La genuflexión parecería resultar indispensable, porque quien no acata ya no queda sujeto al apotegma látigo u billetera, sino tan sólo es pasible de la flagelación: esto es, la merma del giro de remesas que postran las economías provinciales a niveles indignos. Este es el gran debate argentino y debemos tener la plena convicción de que, sin un proyecto nacional de desarrollo sostenido e integral, en el cual donde el sector privado sea próspero hay que apoyarlo decididamente y en aquellos lugares donde no existe, debe intervenir el Estado sin retaceos, con eficiencia y celeridad, nuestro futuro aparece seriamente comprometido.

 

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