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"Milei pisa el freno y se abre al diálogo" tituló Francisco Sotelo en estas páginas. "Javier Milei ya no es emperador" dijo Carlos Pagni, en La Nación. Se multiplican las notas analizando el mensaje presidencial en el que, más que presentar el Presupuesto 2026, el presidente envió un mensaje al votante que lo abandonó en las recientes elecciones bonaerenses (esas que, por impericia o estrategia política equivocada el gobierno nacionalizó convirtiéndola en un referéndum a su gestión); y un mensaje al mercado ratificando los ejes de su política económica y fiscal. Un discurso leído que logró encorsetar a Milei dentro del traje de presidente de la Nación; centrado en las palabras "equilibrio fiscal", "orden fiscal", "orden monetario", "orden cambiario", "déficit fiscal", y "superávit fiscal". "El equilibrio fiscal es un principio no negociable" dijo, y agregó: "cuando yo digo que al rumbo está fijado en piedra y que el equilibrio fiscal no se negocia, no lo digo por capricho o preferencia personal, lo digo porque hacer lo que estamos haciendo es el único camino para que la Argentina salga de forma definitiva del ciclo del desencanto consecutivo en que vivimos hace décadas. No hay otro camino que el de equilibrio fiscal, el orden monetario y por ende, el orden cambiario".
El presidente asocia de manera biunívoca el equilibrio fiscal, el orden monetario y cambiario con el crecimiento económico y, con su absoluta creencia en la "Teoría del Derrame" -probadamente errónea-, nos asegura que este se traducirá -de manera automática- en bienestar generalizado y prosperidad. Esto no es así; es una falacia monumental. Que haya crecimiento económico -o que, incluso, aumente el PBI per cápita-; no asegura -de ninguna manera y menos automáticamente- que haya más educación, salud, desarrollo social o prosperidad generalizada. Menos con menos Estado. Además, según el presidente, estamos a veinte o treinta años de la Tierra Prometida; cálculo que supone crecer a "tasas chinas" durante una increíble cantidad de años, en este país díscolo y volátil y sin el autoritarismo chino.
"Tenemos que entender como país y como sociedad, que si no terminamos el proceso de cambio que hemos emprendido, habremos tirado a la basura todo el esfuerzo que hemos hecho". Me pregunto cuántas veces hemos arrojado la criatura junto al agua. No sería la primera vez.
El presidente sigue mencionando que sólo existen cinco países con "equilibrio fiscal" y que "ningún país del mundo puede funcionar correctamente sin un presupuesto equilibrado". La experiencia empírica lo contradice. Existe una abrumadora lista de países que, con déficits gigantescos y estructurales, financiaron tanto su desarrollo como su crecimiento actual. El equilibrio fiscal no es la única respuesta a nuestros males, ni la panacea absoluta; tampoco "la solución definitiva a los problemas que azotan desde hace décadas a la Argentina". Cuando dice "Tenemos que entender de una vez y para siempre que hay una relación directa entre el orden fiscal, la baja del riesgo país, el crecimiento económico y la prosperidad"; tampoco es cierto. No está probado que exista esta relación; menos que sea una verdad fundamental de la teoría económica. Sólo es su verdad fundamental. Además, la realidad lo está demostrando.
Sí coincido con el presidente en que los tres pilares (orden fiscal, orden monetario y orden cambiario) "son el primer paso necesario para desarrollar la obra". Pero, como se dice en ingeniería, son condiciones necesarias, pero no suficientes para asegurar el crecimiento económico; mucho menos para asegurar el desarrollo social per-se.
El presidente dijo: "Todos los experimentos posibles fueron ensayados en este país por los más variados alquimistas de la economía. Durante más de 100 años fuimos el laboratorio de las teorías más descabelladas". Contradictorio, cuando luego afirma: "aunque algunos crean que esto ya lo vieron, los que digan esto están equivocados, nunca vieron algo como lo que está llevando adelante nuestra gestión, porque lo que cambió es la receta". O sea, estamos otra vez experimentando una nueva receta y a otro alquimista en un nuevo experimento. También falta rigor cuando dice "La última vez que Argentina tuvo superávit fiscal, sin estar en default, fue hace más de 120 años". Aunque parezca increíble, esto sucedió bajo la presidencia de Néstor Kirchner -con la alquimia de Roberto Lavagna- cuando tuvo "superávits gemelos". Es cierto, veníamos de otro contexto macro y con un ajuste hecho antes de él, pero, no transcurrieron 120 años sino muchos menos. Y aquí estamos.
"Además, según el presidente, estamos a veinte o treinta años de la Tierra Prometida".
"Estoy seguro de que trabajando codo a codo con los gobernadores, diputados y senadores que quieren una Argentina distinta, vamos a lograrlo". ¿Los mismos gobernadores, diputados y senadores a los que insultó, denigró, bastardeó y ninguneó hasta no hace mucho antes; y que sigue haciéndolo hoy?
"La necesidad tiene cara de hereje" dice la sabiduría popular. Milei lee lo que el mercado espera oír; lo que el votante espantado quiere oír. La pregunta es si cree lo que lee. Porque la posibilidad de generar acuerdos depende sólo de cuánto poder esté dispuesto a ceder y qué concesiones esté dispuesto a otorgar. Y de cuánta ideología esté dispuesto a resignar. Una ecuación económica, política y psicológica muy difícil de despejar.
Es claro que nada marcha acorde al plan. Eso es lo que muestra con su apresurado viaje a Estados Unidos a rogar por fondos frescos. ¿Más deuda? Notable viniendo de quien dijo que "la deuda es un genocidio sobre las generaciones futuras". Sería bueno que tomaran nota. Quizás todavía haya tiempo de cambiar de receta, de alquimia, de método, de rumbo y de velocidad. Quizás.