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La sombra de una derrota intelectual

Sabado, 28 de diciembre de 2024 22:43
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Es el año 2045 y la inteligencia artificial (IA) es ubicua y se encuentra distribuida en miles de billones de agentes comunicados y coordinados entre sí por todo el mundo. La IA es una fuerza omnipresente y universal.

Los agentes de IA dirigen hospitales, realizan diagnósticos y cirugías; enseñan y dirigen instituciones educativas; operan aerolíneas y aviones, gestionan y conducen flotas de taxis aéreos y de automóviles autónomos compartidos; se enfrentan entre sí en los tribunales. Pertenecen a todos los ámbitos de la vida. Están, incluso, dentro de nuestro cuerpo e interactúan con trillones de agentes exteriores sin nuestro control.

La productividad ha alcanzado niveles sin precedentes y a diario aparecen nuevas innovaciones y productos, mientras la ciencia -y la propia tecnología- se sigue acelerando a ritmos vertiginosos.

Al mismo tiempo, el mundo se vuelve más frágil e impredecible a medida que aparecen nuevas amenazas en forma de ciberarmas inteligentes y de virus modificados genéticamente. Los trabajadores ven caer su poder adquisitivo a niveles insospechados o pierden sus empleos en masa.

Hace apenas cinco años, este escenario uto-distópico -un híbrido entre la mejor utopía tecnológica y la peor distopía social-, habría parecido un ejercicio de la ficción; hoy, parece algo menos imposible. Y si no ocurriera en veinte años, podría hacerlo en treinta o en cuarenta. Es irrelevante el plazo ya que la pregunta correcta no es "si esto podría suceder o no", sino "a qué velocidad ocurrirá"; "qué grado de disrupción traerá"; "qué costos sociales acarreará"; y "qué medidas se habrán implementado"-o no- para mitigarlos.

Hoy, sin que nos demos cuenta, infinidad de algoritmos "dirigen" nuestra vida cotidiana. Desde los incansables "recordatorios" y "sugerencias" hasta las apps que nos ayudan a navegar el tránsito diario. Desde los sistemas de IA generativa que escriben de manera más clara y persuasiva que la mayoría de los humanos (un estudio reciente probó que se tiende a creer en una fake-news elaborada por una IA con muchísima mayor facilidad que en otra creada por un ser humano), hasta aquellas que producen imágenes, arte, películas o código informático muy sofisticado basado en simples indicaciones de lenguaje ordinario formal.

Y la IA generativa es solo la punta del iceberg. Su implementación de manera masiva podría llevarnos a una revolución tecnológica que cambiará por completo el mundo en el que vivimos, remodelando la política, la economía y la sociedad global.

Importantes pensadores de todo el mundo ya están deliberando sobre la posibilidad de que esta nueva revolución nos lleve a la llamada «explosión de inteligencia», el momento en el que inteligencias artificiales de propósito general evolucionen de tal manera que puedan mejorarse a sí mismas de forma recursiva, a velocidades inimaginables y de maneras imposibles de controlar. La máquina definitiva, incontenible e incontrolable. El nacimiento de una inteligencia alternativa ajena por completo a nuestro pensamiento y a nuestros valores. Una IA como alternativa y futuro de la humanidad.

A decir verdad, nadie sabe si esto es o no posible. No es fácil imaginar cómo sería un mundo en el que la tecnología pueda ir tanto más allá de nosotros mismos y qué podría suceder a continuación. «Terra ignota».

"Lo único que se ha salvado de nuestro saber es la sabiduría de que no sabemos. Ha cambiado todo. Todo menos nosotros", dice Svetlana Aleksiévich desde "Voces de Chernóbil". No saber implica seguir preguntándonos, seguir ilustrándonos, seguir buscando respuestas a preguntas que nadie quiere hacer, en especial en el tema de la inteligencia artificial.

Hasta ahora, "consciencia" e "inteligencia" eran conceptos que iban de la mano y su jerarquía relativa era una disquisición filosófica sin importancia cotidiana. La IA pone en jaque esta situación y produce una «gran desconexión» que no es gratis y que, por el contrario, podría tener enormes consecuencias políticas, económicas, sociales y filosóficas.

Hoy, un "algoritmo no consciente" es "más inteligente" y eficaz, en promedio, que un humano consciente, por muy inteligente que sea el humano. Tanto nos incomode admitirlo o no, la realidad es que estamos comenzando un lento e inexorable proceso de delegación de nuestra inteligencia. Y, seguir aumentando nuestra dependencia a estos algoritmos que no comprendemos y sobre muchos de los cuales no podemos replicar, refutar ni reafirmar su razonamiento, nos llevará a perder la capacidad de tomar decisiones por nosotros mismos. Ceder nuestro poder de decisión a estos algoritmos socavará nuestra libertad individual y nuestra autonomía de pensamiento y de acción. Delegar el pensamiento no parece nunca un camino acertado, mucho menos uno sabio. Quizás debamos tomar consciencia de que el ser humano no está a la altura de la complejidad que ha desatado y con la cual debe convivir. Quizás nunca lo estuvo.

"La educación, el saber y la ciencia se hunden, hoy, en un desprestigio del que solo pueden salvarse si se muestran capaces de ofrecer soluciones concretas a la sociedad: soluciones laborales, soluciones técnicas, soluciones económicas. El solucionismo es la coartada de un saber que ha perdido la atribución de hacernos mejores, como personas y como sociedad", dice con precisión Marina Garcés en su lúcido ensayo "Nueva ilustración radical".

El Iluminismo buscaba «saber», un saber que «nos volviera mejores». Adoptaba una postura crítica hacia todo lo que se diera por sabido, incluso hacia el método por medio del cual se había adquirido ese conocimiento. La Ilustración era una tarea, un proceso, una búsqueda incansable. La noción moderna de "Progreso" desplaza al Iluminismo hacia el utilitarismo. De alguna manera, nos imbrica en el cerebro la idea de que el progreso "es una recta magna, precisa y sabia; la más sabia de las líneas", parafraseando a Evgueni Zamiatin, padre de la antiutopía rusa.

En una visión tecno-solucionista ingenua, la tecnología aparece como la respuesta a todos los problemas del mundo, desde los cambios laborales hasta el cambio climático o el crecimiento económico ilimitado en un mundo de recursos finitos.

La tecnología impregna todos los aspectos de la vida cotidiana. No podemos -ni debemos- prescindir de ella. Pero, a pesar de los fuertes incentivos que existen para que aumente su ámbito de acción de manera radical, se hace necesario plantear ciertas restricciones y ciertos límites. Se hacen necesarios ciertos frenos y contrapesos.

Delegar el pensamiento -y las decisiones- es una derrota intelectual, una derrota inconmensurable que desnuda a un hombre que dejará de ser el timonel de su historia. Una derrota infinita. Ojalá lo logremos entender a tiempo. Ojalá.

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