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Un debate sobre la vida y la dignidad humanas

Sabado, 24 de septiembre de 2011 23:44

El debate sobre la despenalización del aborto ya está planteado. La comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados postergó para noviembre el tratamiento, cuyo comienzo estaba previsto para este martes. La decisión es muy atinada, porque no conviene abordar en tiempos de campaña una cuestión que pone en juego el valor más importante para una ética laica: el de la vida humana.

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El debate sobre la despenalización del aborto ya está planteado. La comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados postergó para noviembre el tratamiento, cuyo comienzo estaba previsto para este martes. La decisión es muy atinada, porque no conviene abordar en tiempos de campaña una cuestión que pone en juego el valor más importante para una ética laica: el de la vida humana.

En la comisión hay dos proyectos que proponen el aborto voluntario y cinco que tratan de modificar el artículo 86 del Código Penal, que despenaliza la interrupción del embarazo en los casos de violación y cuya redacción actual es equívoca.

En una sociedad como la contemporánea, en la que los derechos humanos son valores dominantes y que rechaza la violencia y la pena de muerte, cualquier legislación sobre el aborto debe fundarse en una definición inequívoca sobre el momento en que comienza la vida humana. Hasta ahora, esa discusión sólo se da en ámbitos académicos y no existe un diálogo genuino porque prevalecen aún las posiciones irreductibles de una y otra parte.

Los criterios religiosos o ideológicos deben ser puestos entre paréntesis, ya que la legislación sobre el aborto está dirigida a todos, sin diferencia de credos o ideologías. Con ley o sin ley, ningún creyente va a abortar contra su conciencia.

La realidad es insoslayable. Las complicaciones por abortos mal practicados son causa de gran cantidad de muertes de mujeres jóvenes y pobres. Se estima que en nuestro país se producen unos 700 mil abortos por año; entonces, es necesaria una respuesta.

La consigna feminista de que la mujer debe ser quien decida si aborta o continúa el embarazo surge de una vivencia muy profunda de la mujer, cuyo organismo y salud mental están en juego. Un embarazo no deseado puede ser una pesadilla. Sin embargo, la dependencia del embrión con respecto al vientre materno bajo ningún punto de vista puede equipararlo a una enfermedad o a un parásito. Ese criterio, aplicado al embrión, tiene resonancias trágicas: es el argumento que, a nivel social, usó el nazismo para el genocidio.

Existe cierta predisposición colectiva a aceptar el aborto en el caso de violación y, menos explícitamente, cuando las ecografías detectan malformaciones del embrión.

El problema es que si el embrión es un ser humano, ni las culpas de su padre violador ni la discapacidad justifican su eliminación.

El aborto en casos en que el feto es inviable, debido a enfermedades como la anencefalia o cuando pone en riesgo la vida de la madre, parece cuestión de sentido común, pero no debe ser aceptado sin análisis.

Toda esta deliberación es imprescindible, y ninguna ley debería sancionarse sin que se defina en qué momento el embrión comienza a ser una persona humana: en el instante de la concepción, al anidarse en el útero, al tener órganos claramente diferenciados, al evidenciar sensibilidad o al completar la conformación del sistema nervioso.

Si ese momento liminar no se define, cualquier ley será inconsistente.

De todos modos, queda claro que el aborto no es un método normal de control de la natalidad. Es imprescindible, en cambio, una enérgica educación sexual que permita a los adolescentes conocer y controlar sus cuerpos y sus afectos, y prevenir los embarazos no deseados sin necesidad de recurrir a los malos oficios de matronas y curanderas. Es imprescindible, también, que los medios anticonceptivos, incluida la píldora del día después, estén al alcance de todas las personas, especialmente en los sectores con menos acceso a la educación y al trabajo.

Hoy por hoy, la posibilidad de prevenir los embarazos y de acceder al aborto con todas las garantías clínicas depende del poder adquisitivo. Es hora, entonces, de debatir a fondo la cuestión, con el eje puesto en el respeto por la vida y la dignidad, tanto del niño por nacer como de su madre.

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