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16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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La Justicia busca al entregador en Salta y a los sicarios en Bolivia

Martes, 16 de octubre de 2012 19:17

La masacre de Acambuco nació de una traición. El triple crimen que, el miércoles antes del mediodía, bañó de sangre la frontera se planificó la noche anterior, durante la última farra que compartieron los amigos. Esa madrugada, alguien que se hacía pasar por compinche y amigo estaba en realidad recabando la información que necesitaban los sicarios para perpetrar la masacre. Según los investigadores, el viaje hasta Campo Largo, en la localidad de Acambuco, y que finalmente les costaría la vida, se organizó en esa reunión, en presencia de personas que formaban parte del círculo de confianza de los difuntos. Por eso solo un traidor pudo haber aportado la hoja de ruta de quienes sin saberlo se encaminaban a una emboscada letal.

El entregador es clave en la investigación, porque podría poner a la policía sobre los pasos de los asesinos materiales de los salteños Tomás Horacio López, Juan Carlos Callejas y el ciudadano boliviano Andrés Plata. Fuentes confiables de la fuerza no descartan que entre los sicarios que se presumen de Bolivia se encuentre la mano de Mario Mansilla, quien se fugó el 21 de marzo de la Unidad Carcelaria 5 de Tartagal. Mansilla es considerado de extrema peligrosidad. Al momento de escapar llevaba detenido 15 años y durante su condena había asesinado a dos reclusos.

La hipótesis del ajuste de cuentas es casi una certeza para los sabuesos. Creen que los acribillados habrían incumplido un trato con narcotraficantes bolivianos. “En este negocio eso se paga con sangre. Que todos hayan sido rematados a sangre fría con tiros en la cabeza es un claro mensaje de que con ellos no se jode”, dijo una alta fuente policial.

La pista boliviana parece convencer al juez Andrés Mariscal Astigueta, quien solicitó la colaboración de la policía del vecino país. Fuentes policiales que trabajaban en el lugar del crimen destacaron tres detalles que apuntan en esa dirección: las vainas de las municiones calibre 7,62 mm y 9 mm son de origen boliviano, una botella de agua mineral encontrada donde se hicieron los disparos es de una marca del vecino país y los baquianos reconstruyeron el escape de los asesinos siguiendo las huellas por una senda que conduce a Bolivia.

El juez espera el resultado de las pericias que arrojen los celulares que quedaron en el auto, pero sobre todo el contenido de un chip que guardaba uno de los difuntos.

En el camino entre Acambuco y Campo Largo, la Quebrada de Campo Largo se atraviesa junto al curso de agua. Allí los autos tienen que reducir su velocidad casi a paso de hombre. “El lugar fue perfectamente elegido para cometer el crimen y solo un conocedor de la zona podía saber que allí el auto iba a estar casi detenido”, dijo un investigador a El Tribuno. Detrás de unan piedras grandes esperaban ocultos los verdugos. Habían llegado no mucho antes que sus víctimas, porque un informante les había advertido con precisión el momento en que pasarían. Uno de ellos se resguardaba entre dos rocas y con su ametralladora calibre 7,62 mm, probablemente un FAL o la temible AK 47 de las fuerzas bolivianas, apuntaba al punto donde los vehículos deben frenar su marcha. Otro asesino se escondía a unos metros con otra arma de guerra calibre 9 mm, la ultraliviana ametralladora Mini Uzi. “Se bajó solo uno de ellos y compró cuatro vinos en caja y una gaseosa. Nunca imaginé que sería la última persona que los vería con vida”, dijo Juana, una almacenera de Acambuco. López iba al volante. Plata estaba de acompañante y murió apoyado sobre su amigo. Callejas iba detrás y había intentado bajarse, pero los balas lo frenaron. “Parece que al que le tenían bronca era a Callejas, porque la mayoría de los impactos estaban dirigidos al asiento de atrás”, analizó uno de los investigadores consultados.

Como fueron los minutos finales

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La masacre de Acambuco nació de una traición. El triple crimen que, el miércoles antes del mediodía, bañó de sangre la frontera se planificó la noche anterior, durante la última farra que compartieron los amigos. Esa madrugada, alguien que se hacía pasar por compinche y amigo estaba en realidad recabando la información que necesitaban los sicarios para perpetrar la masacre. Según los investigadores, el viaje hasta Campo Largo, en la localidad de Acambuco, y que finalmente les costaría la vida, se organizó en esa reunión, en presencia de personas que formaban parte del círculo de confianza de los difuntos. Por eso solo un traidor pudo haber aportado la hoja de ruta de quienes sin saberlo se encaminaban a una emboscada letal.

El entregador es clave en la investigación, porque podría poner a la policía sobre los pasos de los asesinos materiales de los salteños Tomás Horacio López, Juan Carlos Callejas y el ciudadano boliviano Andrés Plata. Fuentes confiables de la fuerza no descartan que entre los sicarios que se presumen de Bolivia se encuentre la mano de Mario Mansilla, quien se fugó el 21 de marzo de la Unidad Carcelaria 5 de Tartagal. Mansilla es considerado de extrema peligrosidad. Al momento de escapar llevaba detenido 15 años y durante su condena había asesinado a dos reclusos.

La hipótesis del ajuste de cuentas es casi una certeza para los sabuesos. Creen que los acribillados habrían incumplido un trato con narcotraficantes bolivianos. “En este negocio eso se paga con sangre. Que todos hayan sido rematados a sangre fría con tiros en la cabeza es un claro mensaje de que con ellos no se jode”, dijo una alta fuente policial.

La pista boliviana parece convencer al juez Andrés Mariscal Astigueta, quien solicitó la colaboración de la policía del vecino país. Fuentes policiales que trabajaban en el lugar del crimen destacaron tres detalles que apuntan en esa dirección: las vainas de las municiones calibre 7,62 mm y 9 mm son de origen boliviano, una botella de agua mineral encontrada donde se hicieron los disparos es de una marca del vecino país y los baquianos reconstruyeron el escape de los asesinos siguiendo las huellas por una senda que conduce a Bolivia.

El juez espera el resultado de las pericias que arrojen los celulares que quedaron en el auto, pero sobre todo el contenido de un chip que guardaba uno de los difuntos.

En el camino entre Acambuco y Campo Largo, la Quebrada de Campo Largo se atraviesa junto al curso de agua. Allí los autos tienen que reducir su velocidad casi a paso de hombre. “El lugar fue perfectamente elegido para cometer el crimen y solo un conocedor de la zona podía saber que allí el auto iba a estar casi detenido”, dijo un investigador a El Tribuno. Detrás de unan piedras grandes esperaban ocultos los verdugos. Habían llegado no mucho antes que sus víctimas, porque un informante les había advertido con precisión el momento en que pasarían. Uno de ellos se resguardaba entre dos rocas y con su ametralladora calibre 7,62 mm, probablemente un FAL o la temible AK 47 de las fuerzas bolivianas, apuntaba al punto donde los vehículos deben frenar su marcha. Otro asesino se escondía a unos metros con otra arma de guerra calibre 9 mm, la ultraliviana ametralladora Mini Uzi. “Se bajó solo uno de ellos y compró cuatro vinos en caja y una gaseosa. Nunca imaginé que sería la última persona que los vería con vida”, dijo Juana, una almacenera de Acambuco. López iba al volante. Plata estaba de acompañante y murió apoyado sobre su amigo. Callejas iba detrás y había intentado bajarse, pero los balas lo frenaron. “Parece que al que le tenían bronca era a Callejas, porque la mayoría de los impactos estaban dirigidos al asiento de atrás”, analizó uno de los investigadores consultados.

Como fueron los minutos finales

La selva espesa de la reserva natural de Acambuco se desparrama casi sin interrupciones por unos cerros puntiagudos por el que descienden infinidad de arroyos. Solo los claros que dejan las estructuras de una empresa petrolera y los poblados de Acambuco, Macueta y Campo Largo interrumpen la monotonía del verde laberinto de cebiles, laureles, lapachos y ceibas florecidas. La Quebrada de Campo Largo se atraviesa por un camino angosto y sinuoso que desemboca en la última población argentina, separada apenas por un arroyo manso de la república vecina de Bolivia.

Justo antes de los pequeños corrales de las poco más de 10 familias que viven en la zona, los autos tienen que reducir su velocidad casi hasta paso de hombre. El arroyo que cruza por enésima vez el paso y las piedras vuelven lenta la marcha de los vehículos. "El lugar fue perfectamente elegido para cometer el crimen y solo un conocedor de la zona podía saber que en ese punto el auto iba a estar casi detenido por algunos segundos", dijo un investigador a El Tribuno en el lugar de los hechos.

Detrás de unas piedras grandes esperaban ocultos los verdugos. Habían llegado no mucho antes que sus víctimas, porque un traidor les había informado con precisión el momento en que pasarían López, Callejas y Plata. Uno de ellos se resguardaba entre dos rocas y con su ametralladora calibre 762, probablemente un FAL o la temible AK 47 de las fuerzas bolivianas, apuntaba al punto donde los vehículos deben frenar su marcha. Otro asesino se escondía a unos metros con otra arma de guerra calibre 9 mm capaz de disparar ráfagas de balas, como lo hace la ultra-liviana ametralladora Mini Uzi. Cerca del lugar había un control fijo de Gendarmería Nacional, que desde hace más de un mes fue removido, aunque los vecinos dicen que "ahora hacen patrullajes móviles"

"Se bajó solo uno de ellos y compró cuatro vinos en caja y una gaseosa. No hubo nada que me llamara la atención y nunca imaginé que sería la última persona que los vería con vida", dijo Juana una almacenera de Acambuco, que está a unos 25 kilómetros de la escena del crimen. López iba al volante con y todavía llevaba puesto el cinturón de seguridad cuando lo encontraron los peritos. Plata estaba de acompañante y murió apoyado sobre su amigo. Callejas iba detrás y había intentado bajarse, pero las balas lo frenaron antes de que su pierna izquierda alcanzara el suelo. "Parece que al que le tenían bronca era a Callejas, porque la mayoría de los impactos estaban dirigidos al asiento de atrás", analizó uno de los investigadores consultados.

A las 10.30 del miércoles los vieron pasar rápido por el último puesto de una empresa petrolera, a 5 kilómetros de donde esperaban los sicarios. Unos campesinos que limpiaban un cerco justo después de la quebrada fueron los únicos que escucharon los tiros. "Sintieron varias ráfagas de ametralladora cerca de las 11", contó un oficial. Según fuentes judiciales el primer disparo buscó certeramente detener completamente el Fiat Uno gris que recibiría más de 35 impactos. Las balas del fusil calibre 762 atravesaron las puertas de lado a lado y las que dieron en el marco de las ventanas doblaron el acero como si se tratara de una lata. Las que dieron contra las sorprendidas víctimas dejaron una huella brutal en los cuerpos, sobre todo en los orificios de salida. Otra línea de fuego escupía los proyectiles 9 mm a mansalva dejando más de 30 vainas por el suelo en apenas unos segundos. Esa fue el arma que remató fríamente a Callejas y Plata con dos sendos tiros en la frente. A López lo había descerebrado la 762.

Los sicarios eran al menos dos. Pero El Tribuno encontró en la escena de la masacre los perdigones y un casquillo de una escopeta calibre 12. Pasado el mediodía, Gustavo Gorriti, el profesor de inglés de las escuelas de la zona, pasó apurado junto al auto masacrado. Lo había visto hace casi dos horas en el almacén de Juana, cuando desistió de pedirles que lo lleven "porque iban muy rápido y los vio comprar vino". La impresión que le dio haber salvado su vida de milagro lo llevó a no procesar lo que estaba viendo y cuando llegó a la escuela de Campo Largo, le dijo al otro docente que había visto un accidente. Minutos después recapacitó y le dijo a su colega antes de romper en llanto: "Me parece que a uno le han destapado la cabeza. Había sangre por todos lados y están todos muertos".

 

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