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16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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20 de Febrero: ?A los vencedores y vencidos?

Lunes, 20 de febrero de 2012 15:08

Un hombre que lleva altivo/como quien lleva una lanza,/ el orgullo del salteño,/ la dignidad de la raza./ ¡Ese nombre era tu nombre,/ mi Chocolate Saravia!/ En tus manos se amasaba/el destino de la batalla...”. Apolinario Saravia, apodado “Chocolate” por su el color de su tez, fue, sin dudas, la antorcha de esta inolvidable batalla que serviría para abrir camino a la independencia de la patria.
Pasaron 199 años desde aquella gesta ocurrida un lluvioso sábado de febrero, cuando Salta tenía diez mil habitantes, siete barrios, dos reñideros de gallos y seis canchas de bolos.
Al frente de las milicias locales, Saravia esperó al Ejército patriota, al mando del general Manuel Belgrano, para guiarlo por sendas nunca exploradas hasta su casona de Campo Castañares, donde el Ejército Patriota, que había llegado a Salta el 18 de febrero de 1813, descansó antes del combate. Si esas gruesas paredes hablaran tal vez contarían los detalles de esa noche en vela de un Belgrano dolorido, enfermo, agotado, pero lúcido para plantear una estrategia de batalla contra los realistas, que al mando de Pío Tristán, estaban dispuestos a todo.

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Un hombre que lleva altivo/como quien lleva una lanza,/ el orgullo del salteño,/ la dignidad de la raza./ ¡Ese nombre era tu nombre,/ mi Chocolate Saravia!/ En tus manos se amasaba/el destino de la batalla...”. Apolinario Saravia, apodado “Chocolate” por su el color de su tez, fue, sin dudas, la antorcha de esta inolvidable batalla que serviría para abrir camino a la independencia de la patria.
Pasaron 199 años desde aquella gesta ocurrida un lluvioso sábado de febrero, cuando Salta tenía diez mil habitantes, siete barrios, dos reñideros de gallos y seis canchas de bolos.
Al frente de las milicias locales, Saravia esperó al Ejército patriota, al mando del general Manuel Belgrano, para guiarlo por sendas nunca exploradas hasta su casona de Campo Castañares, donde el Ejército Patriota, que había llegado a Salta el 18 de febrero de 1813, descansó antes del combate. Si esas gruesas paredes hablaran tal vez contarían los detalles de esa noche en vela de un Belgrano dolorido, enfermo, agotado, pero lúcido para plantear una estrategia de batalla contra los realistas, que al mando de Pío Tristán, estaban dispuestos a todo.

Astucia de un salteño

Chocolate Saravia, ansioso por conocer la cantidad y calidad de las fuerzas realistas de Pío Tristán, tanto como las posiciones que ocupaban, se vistió como un aborigen y arreando una recua de burros cargados de leña, marchó hacia la casa de sus padres en la calle La Concordia, actual calle Buenos Aires de la ciudad de Salta. Su disfraz le posibilitó informarle a Belgrano la posición del enemigo.
Cuenta la historia que la lucha comenzó el 19 de febrero a las 11 de la mañana con el ataque por la retaguardia a la posición realista que había copado el Portezuelo. Belgrano, enfermo y dolorido, había preparado un carro para poder desplazarse, pero reunió fuerzas y montó a caballo.
Al promediar el combate, Manuel Belgrano cambió su táctica: movilizó la reserva dotándola de más efectivos de infantería y caballería, y ordenó a Manuel Dorrego, que había reemplazado al segundo jefe Díaz Vélez, gravemente herido, atacar vigorosamente: “... lléveselos por delante...”, le dijo.
Con la retirada cortada, los realistas vencidos retrocedieron desordenadamente quedando entrampados en el corral que circundaba la ciudad denominado Tagarete del Tineo (hoy calle Belgrano), donde fueron diezmados por los criollos. El tramo final de la lucha se concentró alrededor de la Plaza Mayor (hoy 9 de Julio), donde el desbande y la persecución eran confusos y cruentos.
Pronto, desde la iglesia de La Merced comenzaron a doblar las campanas por la patria anunciando la rendición incondicional del invasor.
Un triunfo emocionante, con un final conmovedor, será recordado hoy, a las 10, en la plaza Belgrano y luego en monumento 20 de Febrero.
 

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