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El misterio de las cuchararitas que desaparecen

Lunes, 12 de marzo de 2012 17:31

Los agujeros negros, la materia oscura, el origen de la vida, la entropía del universo, y las cucharitas que desaparecen: verdaderos misterios de la naturaleza que la ciencia se empeña en responder. Porque convengamos que es difícil que veamos la explosión de una supernova, o descubramos nuevas partículas subatómicas, pero la desaparición de las cucharitas en nuestras casas, laboratorios u oficinas es un hecho innegable sobre el que la ciencia no se puede quedar callada.

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Los agujeros negros, la materia oscura, el origen de la vida, la entropía del universo, y las cucharitas que desaparecen: verdaderos misterios de la naturaleza que la ciencia se empeña en responder. Porque convengamos que es difícil que veamos la explosión de una supernova, o descubramos nuevas partículas subatómicas, pero la desaparición de las cucharitas en nuestras casas, laboratorios u oficinas es un hecho innegable sobre el que la ciencia no se puede quedar callada.

Está bien: no parece ser algo digno del dinero de los contribuyentes, pero es cierto que los científicos también   a) toman café, y b) se divierten. Todo empezó cuando tres jóvenes investigadores del Centro de Epidemiología y Salud Pública de Melbourne (Australia) descubrieron que su real sala de té -cuarto fundamental en todo instituto con aire british- se había quedado sin cucharitas. Como buenos investigadores propusieron una primera hipótesis a un hecho fortuito y esporádico, y el método experimental consistió, antes que nada, en reponer los adminículos a su lugar. Oh sorpresa: al cabo de un tiempo desaparecieron nuevamente. Aquí hay ciencia encerrada, y entonces corresponde el minucioso registro de laboratorio.

Partieron de varias posibilidades: tal vez desaparecieran más rápido del cuarto de té que de otros sitios, y quizá las cucharitas más caras se desvanecieran más rápido. La ciencia necesita recursos, claro, y debieron comprar cucharitas de acero inoxidable y otras de mejor calidad, que fueron seguidas en forma individual durante unos 5 meses. En nombre de la ciencia los investigadores tenían derecho a revisar otros cuartos del instituto, incluyendo escritorios ajenos.

Los crudos números dicen que al cabo del experimento habían desaparecido 56 cucharitas, alrededor de un 80% del total. Las cucharitas duraban más en los cuartos individuales que en la sala de uso comunitario. Según las cuentas, se perdieron 2,58 cucharitas por persona cada 100 años. Para asegurarse una buena provisión cucharitera (digamos, una cucharita cada dos personas en un instituto de unos 140 investigadores) se debía tener un arsenal de 252 cucharitas renovables anualmente. Ya que estaban, los autores calcularon que si la situación era similar para todo Melbourne, la ciudad perdería unos 18 millones de instrumentos revolvedores de té al año.

Ojo al café: esto fue publicado hace unos años en el muy respetable British Medical Journal, incluyendo una encuesta en la que el 36% de los empleados del instituto admitió haber robado alguna vez una cucharita y un 33% estuvo muy de acuerdo con la afirmación de que robar estos utensilios está muy mal. Hasta aquí los datos, pero la ciencia no se detiene y exige explicaciones, incluyendo la posibilidad de abducciones extraterrestres (se sabe desde hace rato que en Extraterrestria escasean las cucharitas). Y para que no digan que esto es ciencia básica, la primera aplicación tecnológica fue el desarrollo de controles efectivos contra la pérdida de cucharitas y, luego de la publicación, la devolución de 5 de los adminículos perdidos. Asimismo, la ciencia no se detiene, y los resultados seguramente sean extrapolables a la desaparición de lapiceras o medias.

Lo cierto es que el universo es un lugar muy extraño, en el que las cosas no sólo desaparecen sino que también se desordenan, se revuelven, se ensucian y convengamos en que no suelen volver muy espontáneamente a su estado original. Esto es algo que a los físicos les suele hacer perder el (poco) pelo que tienen... Está bien, hablo por envidia hacia los pilosos físicos que conozco. Pero podríamos repensar el tema más cotidianamente, como lo hizo magistralmente nuesto héroe el gran (pero gran) Gregory Bateson en uno de sus metálogos, diálogos con su hijita alrededor de un tema específico. Justamente en el metálogo Papi, ¿por qué se revuelven las cosas? la hija nota que la gente pasa mucho tiempo ordenando todo, sólo para que las cosas se desordenen una y otra vez por sí solas. Luego de una discusión sobre qué significa ordenado, y sobre cuál es el lugar adecuado para el oso de peluche, la muñeca o los zapatos, llegan a la conclusión de que hay muchas, pero muchas más formas en que las cosas pueden estar desordenadas que ordenadas. De hecho, hay infinitas maneras de desorden, y sólo una del orden que nosotros esperamos: escritorio pulcro, cucharitas en su lugar y azúcar quietecita en el fondo de la taza. Algo así como los millones de monos frente a máquinas de escribir: nunca llegarán a escribir una sola línea de Shakespeare porque las probabilidades de que escriban cualquier verdura son muchísimo mayores. Pero luego del metálogo entre padre e hija ,llega el momento de ir a dormir pensando en desórdenes, cucharitas, escritorios y otras maravillas del mundo. Hasta la próxima.

El autor es doctor de Ciencias Biológicas, profesor de la UNQ e investigador del Conicet para La Nación

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