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Los chicos van a la escuela en carro

Sabado, 07 de abril de 2012 11:25

Por la iniciativa de dos hermanos con espíritu emprendedor y la necesidad de familias pobres de enviar a sus hijos a la escuela con alguna seguridad, nacieron en Joaquín V. González los más singulares transportes de escolares que pueda uno imaginar en estos tiempos.

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Por la iniciativa de dos hermanos con espíritu emprendedor y la necesidad de familias pobres de enviar a sus hijos a la escuela con alguna seguridad, nacieron en Joaquín V. González los más singulares transportes de escolares que pueda uno imaginar en estos tiempos.

Días atrás, al ver los dos carros cruzar una avenida, plagados de gestos de alegría e inocencia, un equipo de El Tribuno decidió seguirlos hasta su terminal: una modestísima vivienda del barrio San Antonio, en el oeste de la capital anteña. Y allí, en el corazón de un núcleo poblacional de 48 manzanas donde casi todos viven con menos de lo indispensable, comenzó a aflorar una historia conmovedora.

Para Pedro Barría (30) y su hermano, Exequiel Barrera (16), las jornadas de trabajo comienzan con los cantos de los gallos. Cada día, antes de las 6, el mayor alista la mula en el carro que acondicionó, como colectivo, con toda clase de asientos y caños soldados sobre el chasis de un Citroen 2 CV. El joven adquirió los restos del automóvil por $600. Se lo vendieron al fiado, porque él es “un hombre de palabra”, y espera con ansias reunir dinero suficiente para cancelar esa deuda.

El menor de los hermanos conduce el segundo carro. Tiene menos asientos y más gastos operativos, ya que la yegua que lo tira consume más alfalfa y maíz que la mula. “La yegua está con premio”, aclara Ramona, la mamá de los chicos, con un giro que usan muchas familias criollas para referirse a la preñez.

La mujer enviudó hace tres años. Su marido murió electrocutado a causa de un cable que rozó el alambre donde Ramona tendía la ropa.

“El, por salvarla, entregó su vida”, comentó una vecina, tras señalar que aquella tragedia enfermó el corazón de su amiga. Ramona cuenta con una mezquina pensión por invalidez y con el dinero que le acercan sus dos hijos para mantener una familia hoy agrandada con los nietos.

La menor de los seis hermanos, Paula (10), y dos de sus sobrinos fueron los primeros en asegurarse asientos en el carro de Pedro cuando volvieron las clases el pasado 28 de febrero.

Por roturas producidas en el techo de la escuela Martín Fierro, las clases de ese establecimiento fueron trasladadas a la ex-Normal. Este edificio está mucho más alejado de San Antonio, Nueva Esperanza y Facundo Quiroga, los asentamientos en los que Pedro y Exequiel encontraron a muchos padres preocupados por la seguridad de sus hijos, a los que el cambio de edificio escolar obligaba ahora a caminar más de 30 cuadras de ida y otras tantas de vuelta.

Así, se fueron sumando escolares hasta que el carro de Pedro quedó chico y se sumó Exequiel con el segundo transporte. Hoy, entre los dos turnos, ambos tienen confiados por sus vecinos a 50 niños y niñas. Los buscan casa por casa, los llevan a la escuela, los esperan a la salida y los dejan en sus hogares con rigurosa puntualidad.

Los chicos se muestran encantados con el servicio por el que sus padres acordaron retribuir a Pedro y Exequiel con $30 al mes por cada asiento ocupado. Son familias situadas entre las líneas de la pobreza y la indigencia, por lo que no tienen modo de pagar los $150 por mes que cobran los transportes de escolares convencionales.

En el municipio hay funcionarios que miran con recelo a este curioso emprendimiento. No faltan los reparos por la naturaleza y la precariedad de los “colectivos”. También se cuestiona la edad de Exequiel, a quien consideran incurso en las generales del trabajo infantil. Sin embargo, del otro lado están los padres que, sin recursos ni posibilidades de llevar y traer a sus hijos e hijas de la nueva escuela, defienden el servicio a capa y espada, con fundadas razones.

No por casualidad, estos transportes de escolares con tracción a sangre nacieron, justamente, en el pueblo anteño que se organizó para defender a su infancia de execrables abusos y la siniestra sombra de las redes de trata.

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