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La corona inglesa, rendida a los pies del Kun

Sabado, 19 de mayo de 2012 23:31

Su desparpajo al andar lo hacen dueño de los dos hemisferios del planeta. Su quiebre fenomenal de cintura lo ubica por encima de los más encumbrados monarcas de la corona británica. Su finta maradoniana para eludir la pobreza y la miseria existencial que lo rodeaba desde su más tierna infancia en la villa de Los Eucaliptos, con su auténtica y genuina pasta de crack, lo ayudó a crecer y a torcer esa predestinada malaria que parecía condenarlo desde su edad más fresca. Ese es Sergio Agüero, el Kun para los amigos, el que supo pintar con sus colores de tango y arrabal la apática y gris niebla de Manchester, la fría ciudad que acobijó con su calor sudamericano.
Una villa del sur bonaerense le tendió su mano en aquellos potreros en los que el piso duro descascaraba sus rodillas y desgastaba su ilusión de llegar. Su nacimiento entre las esferas más humildes de la sociedad le otorgaron su carácter de ídolo popular y de referente cercano y palpable.
Y desde sus mismos inicios trazó un inevitable paralelismo con el ídolo de su infancia, hoy devenido en su suegro y amigo, Diego Armando Maradona. Marcó un precedente entre los más célebres récords del fútbol nacional, al ser el jugador en debutar más joven en primera división, superando incluso hasta al mismo Pelusa, quien saltó al ruedo con la corta edad de 16 años en Argentinos Juniors. El Kun sólo contaba con quince almanaques cuando vio la luz en el verde césped del Libertadores de América en aquel frío 16 de julio de 2003, cuando ingresó a los 23’ del segundo tiempo de la derrota de Independiente ante San Lorenzo, de la mano de Oscar Alfredo Ruggeri. Pese a lo anecdótico y esquivo de aquel resultado, el rojo comenzó a ganar con creces desde aquel día con el pequeño genio, como uno de los mayores logros de su histórica cantera. Fue potenciado en el rojo de la mano de Julio César Falcioni, el entrenador que explotó lo mejor de él.
Pero el quiebre decisivo y la bisagra fundamental en la carrera de Sergio Agüero fue la inolvidable goleada ante Racing en el Apertura del 2005. Y aquella endiablada gambeta que desparramó a cada inútil intento académico que se le cruzaba en el camino, dejando en ridículo a Diego Crossa y definiendo con maestría para concretar su auténtica obra de arte. A partir de allí empezó a gestarse un idilio mayor con la barriada de Independiente y comenzó a cautivar al mundo. Y le llovieron las ofertas millonarias, de Juventus de Italia, primero, y luego del Atlético de Madrid, que finalmente se lo terminó llevando en el 2006, aún desde antes de tener una licencia de conducir y de votar por primera vez.
César Luis Menotti lo comparó en una oportunidad con Romario, por su chapulinesco andar, su contextura, su quiebre de cintura y su velocidad para encarar en los últimos metros y llenar de luces el juego más hermoso.
En el mundial juvenil de Holanda conoció a su hoy entrañable amigo Lionel Messi, y juntos empezaron a pergeniar las más variadas travesuras dentro de una cancha con la boba esférica. Hay quienes dicen que Agüero tuvo la mala fortuna de haber coincidido en la misma era contemporánea con su camarada rosarino, lo que le impidió ser considerado el mejor de todos. Y no están errados.
Explotó para el mundo al tener el privilegio de ser el argentino que ganó dos mundiales juveniles consecutivos, y siendo figura en ambos: Holanda 2005 y Canadá 2007. Pero en Madrid fue donde pasó los mejores años de su vida. Sus actuaciones superlativas en el conjunto colchonero lo llevaron a vestir la camiseta del seleccionado nacional.
El Atlético lo adoptó como propio. Pero después de un lustro de fantasías, optó por dejar de lado la comodidad y por cambiar radicalmente de idioma, de costumbres, de ciudad y de estilo de juego, para abrazarse a la hostil y arriesgada aventura inglesa. Y pese a tener que lidiar con la impronta de “ser argentino” en Inglaterra, con sus descollantes actuaciones y con el gol histórico en el último minuto que le dio el campeonato al City, dejó rendidos a los monarcas británicos y conquistó la corona.
 

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Su desparpajo al andar lo hacen dueño de los dos hemisferios del planeta. Su quiebre fenomenal de cintura lo ubica por encima de los más encumbrados monarcas de la corona británica. Su finta maradoniana para eludir la pobreza y la miseria existencial que lo rodeaba desde su más tierna infancia en la villa de Los Eucaliptos, con su auténtica y genuina pasta de crack, lo ayudó a crecer y a torcer esa predestinada malaria que parecía condenarlo desde su edad más fresca. Ese es Sergio Agüero, el Kun para los amigos, el que supo pintar con sus colores de tango y arrabal la apática y gris niebla de Manchester, la fría ciudad que acobijó con su calor sudamericano.
Una villa del sur bonaerense le tendió su mano en aquellos potreros en los que el piso duro descascaraba sus rodillas y desgastaba su ilusión de llegar. Su nacimiento entre las esferas más humildes de la sociedad le otorgaron su carácter de ídolo popular y de referente cercano y palpable.
Y desde sus mismos inicios trazó un inevitable paralelismo con el ídolo de su infancia, hoy devenido en su suegro y amigo, Diego Armando Maradona. Marcó un precedente entre los más célebres récords del fútbol nacional, al ser el jugador en debutar más joven en primera división, superando incluso hasta al mismo Pelusa, quien saltó al ruedo con la corta edad de 16 años en Argentinos Juniors. El Kun sólo contaba con quince almanaques cuando vio la luz en el verde césped del Libertadores de América en aquel frío 16 de julio de 2003, cuando ingresó a los 23’ del segundo tiempo de la derrota de Independiente ante San Lorenzo, de la mano de Oscar Alfredo Ruggeri. Pese a lo anecdótico y esquivo de aquel resultado, el rojo comenzó a ganar con creces desde aquel día con el pequeño genio, como uno de los mayores logros de su histórica cantera. Fue potenciado en el rojo de la mano de Julio César Falcioni, el entrenador que explotó lo mejor de él.
Pero el quiebre decisivo y la bisagra fundamental en la carrera de Sergio Agüero fue la inolvidable goleada ante Racing en el Apertura del 2005. Y aquella endiablada gambeta que desparramó a cada inútil intento académico que se le cruzaba en el camino, dejando en ridículo a Diego Crossa y definiendo con maestría para concretar su auténtica obra de arte. A partir de allí empezó a gestarse un idilio mayor con la barriada de Independiente y comenzó a cautivar al mundo. Y le llovieron las ofertas millonarias, de Juventus de Italia, primero, y luego del Atlético de Madrid, que finalmente se lo terminó llevando en el 2006, aún desde antes de tener una licencia de conducir y de votar por primera vez.
César Luis Menotti lo comparó en una oportunidad con Romario, por su chapulinesco andar, su contextura, su quiebre de cintura y su velocidad para encarar en los últimos metros y llenar de luces el juego más hermoso.
En el mundial juvenil de Holanda conoció a su hoy entrañable amigo Lionel Messi, y juntos empezaron a pergeniar las más variadas travesuras dentro de una cancha con la boba esférica. Hay quienes dicen que Agüero tuvo la mala fortuna de haber coincidido en la misma era contemporánea con su camarada rosarino, lo que le impidió ser considerado el mejor de todos. Y no están errados.
Explotó para el mundo al tener el privilegio de ser el argentino que ganó dos mundiales juveniles consecutivos, y siendo figura en ambos: Holanda 2005 y Canadá 2007. Pero en Madrid fue donde pasó los mejores años de su vida. Sus actuaciones superlativas en el conjunto colchonero lo llevaron a vestir la camiseta del seleccionado nacional.
El Atlético lo adoptó como propio. Pero después de un lustro de fantasías, optó por dejar de lado la comodidad y por cambiar radicalmente de idioma, de costumbres, de ciudad y de estilo de juego, para abrazarse a la hostil y arriesgada aventura inglesa. Y pese a tener que lidiar con la impronta de “ser argentino” en Inglaterra, con sus descollantes actuaciones y con el gol histórico en el último minuto que le dio el campeonato al City, dejó rendidos a los monarcas británicos y conquistó la corona.
 

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