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19 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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¿Cuál era el apuro para poner el voto electrónico?

Martes, 15 de octubre de 2013 01:40

Que la educación, como la salud y la seguridad, es un deber primario del Estado, es un pensamiento que cuenta con un consenso total entre los ciudadanos. Las personas interrogadas sobre esa obligación estatal responderán de manera concordante. Pero la respuesta de esos mismos ciudadanos no sería unánime si la pregunta dijese: “¿Cuál es el propósito de la educación?”
El consenso se iría diluyendo en innumerables respuestas y conjeturas diferentes, provocadas por ese interrogante sencillo. La pregunta fue planteada por Thomas S. Eliot, Premio Noble de Literatura 1948, en un libro publicado ese año. Las respuestas que obtuvo fueron múltiples y variadas, y no es el caso analizarlas aquí, sino solamente aplicar el mismo interrogante a una circunstancia actual de la provincia no solo para promover una contestación, sino también para invitar a reflexionar sobre el hecho preguntado.
Puntualmente, ¿cuál ha sido el propósito de instaurar en Salta, de manera tan apresurada, un sistema de votar tecnológico, a un costo quizá divorciado de la realidad económica provincial? ¿Por qué Salta debía adelantarse a todo el resto del país, incluso a la Nación? ¿Hubo motivos de peso para justificar la urgencia? ¿Para qué ser primeros?
Votar electrónicamente tiene cierto consenso, pero a futuro. Porque hay una certeza en los habitantes de que el día a día muestra otras prioridades y urgencias. ¿Era cuestión de vida o muerte para la democracia salteña el cambio radical respecto de un centenario voto de votar, que se usa en todo el país?
La pregunta que no consigue respuestas unánimes es: ¿Por qué ahora? ¿Por qué apresurar la necesaria maduración de esa nueva y posible cultura electoral? ¿Por qué la curiosidad de conocer el resultado rápidamente, y algo de cómoda rapidez para votar, sucesos de solo un domingo cada dos años, se impusieron a otras prioridades que están acuciando a la provincia? En su obra Thomas Eliot señalaba que curiosidad no equivale a sabiduría, porque no tiene otro motivo más que el mero deseo de conocer. Ponderando el enorme costo de ese cambio cultural, aplicado todavía sin madurar a pleno, el uso del nuevo sistema merecía ser postergado. Un ejemplo: Salta, según el último índice del Indec (es del año 2010) posee una tasa de mortalidad infantil tan alta que solo ocho provincias la superan. En cambio otras catorce provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tuvieron una tasa menor. La mortalidad infantil indica la relación entre los fallecidos antes de cumplir un año, por cada mil nacidos vivos. En esa época fue cuando comenzaron las primeras gestiones para instalar en Salta la votación electrónica. ¿Era prioritario? Probablemente no.
¿Cuál ha sido el costo de ese avance tecnológico que, por otra parte, no tuvo mayores repercusiones en el resto del país? ¿Cuál era el propósito que hizo fermentar tanta impaciencia, tanta ansiedad, tanta obstinación, casi imprudente, en ser primeros? Si el premio consistía nada más que en ser los primeros en disponer de un día electoral con tecnología siglo 21, Salta lo ganó, pero fue una victoria pírrica. Ese esfuerzo económico, ese capital humano recorriendo escuelas de la Salta profunda, fue un esfuerzo loable pero digno de una mejor causa. No porque la causa no fuese buena sino porque su fugacidad, lo poco que dura, un domingo cada dos años, la coloca por detrás de las otras necesidades cotidianas que aparecen en el día a día de la educación, de la salud, de la seguridad.
También fue victoria a lo Pirro porque no se logró un consenso previo, ahora más lejano que antes porque el acto electoral, para muchos, se resumió en confusión frente a la máquina, largas colas, insatisfacción, incomodidad, terminales que fallaron y que debieron ser reemplazadas, enojo de electores, ausencia de la tradicional privacidad que fue siempre resguardo necesario durante el personalísimo acto de decidir, frente a las boletas. El cuarto oscuro transformado en una sala de puertas abiertas y ocupado no solo por funcionarios electorales, por fiscales, por técnicos, sino también por gente que entraba y salía, sin ser votantes. Toda una intimidad invadida.
Por eso la pregunta acerca de cuál fue el propósito de tanta urgencia, desconcierta, y seguramente se sumará a otras inquisiciones referidas al tema, las que necesitarán respuestas mucho más complejas y exhaustivas que aquellas que explicaban cuál es el propósito de la educación.

 

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Que la educación, como la salud y la seguridad, es un deber primario del Estado, es un pensamiento que cuenta con un consenso total entre los ciudadanos. Las personas interrogadas sobre esa obligación estatal responderán de manera concordante. Pero la respuesta de esos mismos ciudadanos no sería unánime si la pregunta dijese: “¿Cuál es el propósito de la educación?”
El consenso se iría diluyendo en innumerables respuestas y conjeturas diferentes, provocadas por ese interrogante sencillo. La pregunta fue planteada por Thomas S. Eliot, Premio Noble de Literatura 1948, en un libro publicado ese año. Las respuestas que obtuvo fueron múltiples y variadas, y no es el caso analizarlas aquí, sino solamente aplicar el mismo interrogante a una circunstancia actual de la provincia no solo para promover una contestación, sino también para invitar a reflexionar sobre el hecho preguntado.
Puntualmente, ¿cuál ha sido el propósito de instaurar en Salta, de manera tan apresurada, un sistema de votar tecnológico, a un costo quizá divorciado de la realidad económica provincial? ¿Por qué Salta debía adelantarse a todo el resto del país, incluso a la Nación? ¿Hubo motivos de peso para justificar la urgencia? ¿Para qué ser primeros?
Votar electrónicamente tiene cierto consenso, pero a futuro. Porque hay una certeza en los habitantes de que el día a día muestra otras prioridades y urgencias. ¿Era cuestión de vida o muerte para la democracia salteña el cambio radical respecto de un centenario voto de votar, que se usa en todo el país?
La pregunta que no consigue respuestas unánimes es: ¿Por qué ahora? ¿Por qué apresurar la necesaria maduración de esa nueva y posible cultura electoral? ¿Por qué la curiosidad de conocer el resultado rápidamente, y algo de cómoda rapidez para votar, sucesos de solo un domingo cada dos años, se impusieron a otras prioridades que están acuciando a la provincia? En su obra Thomas Eliot señalaba que curiosidad no equivale a sabiduría, porque no tiene otro motivo más que el mero deseo de conocer. Ponderando el enorme costo de ese cambio cultural, aplicado todavía sin madurar a pleno, el uso del nuevo sistema merecía ser postergado. Un ejemplo: Salta, según el último índice del Indec (es del año 2010) posee una tasa de mortalidad infantil tan alta que solo ocho provincias la superan. En cambio otras catorce provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tuvieron una tasa menor. La mortalidad infantil indica la relación entre los fallecidos antes de cumplir un año, por cada mil nacidos vivos. En esa época fue cuando comenzaron las primeras gestiones para instalar en Salta la votación electrónica. ¿Era prioritario? Probablemente no.
¿Cuál ha sido el costo de ese avance tecnológico que, por otra parte, no tuvo mayores repercusiones en el resto del país? ¿Cuál era el propósito que hizo fermentar tanta impaciencia, tanta ansiedad, tanta obstinación, casi imprudente, en ser primeros? Si el premio consistía nada más que en ser los primeros en disponer de un día electoral con tecnología siglo 21, Salta lo ganó, pero fue una victoria pírrica. Ese esfuerzo económico, ese capital humano recorriendo escuelas de la Salta profunda, fue un esfuerzo loable pero digno de una mejor causa. No porque la causa no fuese buena sino porque su fugacidad, lo poco que dura, un domingo cada dos años, la coloca por detrás de las otras necesidades cotidianas que aparecen en el día a día de la educación, de la salud, de la seguridad.
También fue victoria a lo Pirro porque no se logró un consenso previo, ahora más lejano que antes porque el acto electoral, para muchos, se resumió en confusión frente a la máquina, largas colas, insatisfacción, incomodidad, terminales que fallaron y que debieron ser reemplazadas, enojo de electores, ausencia de la tradicional privacidad que fue siempre resguardo necesario durante el personalísimo acto de decidir, frente a las boletas. El cuarto oscuro transformado en una sala de puertas abiertas y ocupado no solo por funcionarios electorales, por fiscales, por técnicos, sino también por gente que entraba y salía, sin ser votantes. Toda una intimidad invadida.
Por eso la pregunta acerca de cuál fue el propósito de tanta urgencia, desconcierta, y seguramente se sumará a otras inquisiciones referidas al tema, las que necesitarán respuestas mucho más complejas y exhaustivas que aquellas que explicaban cuál es el propósito de la educación.

 

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