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16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Fredy Carvallo, el músico vagabundo de plaza Belgrano

Jueves, 17 de octubre de 2013 02:19

Contar la vida de Fredy Carvallo es como contar una historia con principio, pero sin final; una sucesión indefinida de destinos recorridos.

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Contar la vida de Fredy Carvallo es como contar una historia con principio, pero sin final; una sucesión indefinida de destinos recorridos.

Para quien no lo conozca y se sienta atraído por esta historia, podrá ir a visitarlo cualquier día, a cualquier hora, en la plaza Belgrano, donde Fredy ya es parte del paisaje, una postal más de la ciudad de Salta.

Pero apúrese, porque el hombre cuando quiere se va a otro lugar y podría perderse la experiencia de su presencia, su tonada, los productos que realiza artesanalmente, su música y la bohemia que lo alumbra como un aura resplandeciente.

Para ir a visitar a Fredy, este artista vagabundo, hace falta saber que nació en Santiago de Chile, en un cálido día de noviembre de 1942.

Allí se crió en una familia de músicos y artistas; aunque fue el único que se dedicó profesionalmente al canto.

Cuenta que nunca fumó ni bebió y por eso, muy joven, comenzó a integrar el grupo Los Patricios (pero de Chile aclara). Fueron tan famosos que formaron parte de la campaña de Salvador Allende.

También se preocupa en decir que “ganamos un premio en el prestigioso certamen de Viña del Mar”.

Todo iba bien, inclusive Fredy trabajaba en la empresa aérea Lan Chile con un más que aceptable salario. Pero en septiembre de 1973, cuando el golpe de Estado de Pinochet derrocó mortalmente al gobierno de Allende, la vida de Fredy dio un increíble vuelco .

En 1974 se vió empujado al exilio. Cruzó la cordillera de los Andes y se instaló en la ciudad de Mendoza. Sin darse cuenta, comenzaba así su vida de vagabundo con la música latinoamericana y los telares mapuches como únicas compañías.

Como él mismo confiesa: “Comencé a recorrer lugares primero de Argentina y a mamar de las raíces y las costumbres de cada folclore”.

En el "76 llegó a Córdoba, que por entonces estaba convulsionada por el golpe en nuestro país, pero que a la vez era una ciudad que constituía la síntesis de todas las expresiones argentinas juntas. “Una Torre de Babel era Córdoba”, define.

Para entonces el chileno ya tocaba la guitarra, sabía algo de percusión, descubría el charango, otros instrumentos del acervo cultural argentino, y también cantaba.

Tomó a “la Docta” como campamento base. Ya que desde ahí comenzó a recorrer las provincias de nuestro país.

Allí estuvo 30 años, aproximadamente, y desde allí pudo contar con la suerte de viajar por Sudamérica, Europa, Africa del Sur y parte de Centroamérica.

En 2005 dejó de cantar y se dedicó a la escritura. Ya tiene cuatro libros editados y uno en camino que sueña con terminarlo en Salta, basado en la temática de los afroamericanos en América Latina.

Actualmente, lo más atractivo de Fredy es su trabajo en un telar pequeño donde despliega con maestría el arte mapuche. Sucede que la abuela paterna de Fredy pertenece a la etnia y siendo él un niño bebió toda cosmovisión mapuche.

Nunca estuvo casado ni tuvo hijos, casi un denominador común en los trotamundos.

“A mi me hubiera gustado tener un hogar, que me espere alguna mujer al volver del trabajo, poder criar hijos; pero es que nunca pude quedarme quieto y ese es el precio que se debe pagar por esta vida”, dijo melancólico.

Está en Salta hace tiempo, pero no sabe hasta cuándo. Solo atina a decir que “será larga la visita”.

“Salta es una tierra de oportunidades, hay que estar atento a ellas”, dijo este chileno que se hospeda en la sede caritativa por falta de recursos.

Este noviembre cumplirá 71 años y ya piensa en buscar alguna habitación barata para dejar el espacio que ocupa en la Fundación Manos Abiertas, donde le dan hospedaje, cama, ropa y comida.

En esa casa generosa vive gente de la calle y el chileno ameniza sus vidas con música, les canta y dicta un curso de telar donde asiste una sola persona. El quiere tener más alumnos para heredar su arte. Por eso dice que se quedará en Salta todo lo que deba hasta trascender en esa plaza, donde ya está mimetizado con el paisaje, intentando enseñar su arte a quien se interese; dejando que la bohemia trace su camino.

 

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