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El Día de los Muertos en el sentir popular

Viernes, 01 de noviembre de 2013 01:48

En el segundo día de noviembre, la cultura del norte argentino despliega uno de sus costados menos promocionados en la industria del turismo: su trato con la muerte.

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En el segundo día de noviembre, la cultura del norte argentino despliega uno de sus costados menos promocionados en la industria del turismo: su trato con la muerte.

En estas fechas, la gente se vuelca a los cementerios y engalana las tumbas de sus seres queridos, llevando flores, juguetes si el difunto es un niño, comida que le gustó en vida para compartir con él y con otros, a cambio de que den sus oraciones para que los difuntos puedan pasar al cielo.

Hay muchos elementos típicos que nos unen con una cultura panamericana, donde la idea de un más allá, donde las almas prevalecen, es común a todos sus pueblos.

En el Día de los Fieles Difuntos, con una estética mortuoria singular, los pueblos de nuestra región expresan su mundo simbólico mediante la fusión de las cosmogonías antiguas y la del cristianismo más reciente.

Angustia insalvable del ser humano, la muerte y sus entornos han sido retratados por todas las culturas del mundo y cada cual ha creado un “trans-mundo” donde, a pesar del oxímoron, viven los muertos. Pero este “otro mundo” nace influido por la concepción acerca de la vida presente que tuvieron sus autores. Aquí podemos mencionar la teoría de ese gran autor de las religiones comparadas que es Peter Couliano: “El otro mundo, o el lugar a donde van las almas después de la muerte del cuerpo, define con su idea el mundo de los vivos. El cómo pensamos que será el más allá, nos condiciona vivir en el más acá”, afirma Couliano.

­Vivan los muertos!

La conmemoración de los difuntos en el mundo andino está asociada con el ciclo agrícola. Los espíritus traen consigo las primeras lluvias que sirven para preparar a la tierra cuando deba ser trabajada y que tendrá, como momento culminante, la cosecha, coincidente también con el Carnaval.

Si los vivos reciben bien a sus muertos, éstos les retribuirán con una buena cosecha llegado su momento. Según la tradición, las almas de los muertos regresan del más allá durante el mediodía del 1 de noviembre. Retornarán, luego de reunirse con sus familiares, el mediodía del 2. Y aunque todos los ritos de esta fecha se relacionan con la muerte, está muy lejos de tener una connotación fúnebre y se parece más a una fiesta llena de colorido, bebidas y música, que a algo mortuorio. En la Puna, las celebraciones del Día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos es una de las festividades más importantes del pueblo, que acude masivamente a los cementerios, en una de las tradiciones del sincretismo del catolicismo y las creencias de los pueblos originarios más arraigadas del norte argentino. Según la creencia popular, es necesario brindar una ceremonia especial a las almas de las personas que hayan fallecido recientemente. Las familias preparan las ofrendas según la antigedad del “muertito”. Si el deceso ocurrió hace un año, los preparativos se inician una semana antes del 1 de noviembre; si sucedió hace siete años o menos, basta con un día de preparación; en cambio, si aún no transcurrió un año desde el momento de la muerte, o si el muerto es muy antiguo, no hay ritual.

Las ofrendas consisten en palomas, cruces, palmas, coronas, estrellas, escaleras, lunas y soles hechos con una masa de harina, grasa y levadura. Los puneños comienzan probando el horno con bollos de masa, ya que si alguna ofrenda se rompiera durante la cocción, estaría prediciendo muerte.

Francisca amasa todos los años

Miembro de una familia tradicional del pueblo de Salta, Francisca Ortuño Vargas festeja a sus muertos “desde que me acuerdo”, dice. Aprendió de su madre; ella, de la suya, y así.
Ayer, como todos los 31 de octubre que recuerda, Francisca junto a las mujeres de su familia amasan tres kilos de harina, levadura, azúcar, con grasa derretida y agua tibia, para hacer la masa que se pondrá en el horno. Lentamente amasa todo y forma la masa que dejará leudar hasta que se agrande al doble. Luego amasa otra vez y ya tiene todo listo para hacer los bollos que formarán parte de la mesa de sus difuntos. Para confeccionar los muñecos, logra una masa utilizando una técnica distinta. A los tres kilos de harina, esta vez le sumará un sobre de anís de 25 gramos, también azúcar, cuatro huevos y levadura.

 

Todo eso lo amasa cuidando de superponer los ingredientes a los que va agregando el agua -uno o dos litros- que ha hecho hervir con canela y azúcar. “El agua debe estar tibia, tirando a fría, para que la masa no se queme. Después hay que agregar la grasa derretida e ir amasando. Hay que dejar descansar un rato hasta que descanse la masa y leude... Luego está listo para hacer los muñecos”, señala Francisca. Todo se pondrá en el horno de barro que ardió toda la tarde. Al día siguiente se dirigirán hacia la tumba de su ser más querido y allí tenderán un mantel negro sobre el que se pondrán los panes, caramelos, flores y otras ofrendas. Para el caso de los difuntos recientes, los “muñequitos” representándolos serán más grandes. También se les dedicará un pequeño altar. A esos difuntos se les pondrá una escalera de pan, para que los ayude a subir al cielo. Luego la familia rezará junta y se retirará, dejando las ofrendas toda la noche. Tarde regresarán ese día a seguir rezando. Recién al mediodía del día siguiente, el 2, la familia volverá y se repartirán las ofrendas que el finado dona mansamente a sus seres queridos.
 

 

 

 

 

 

 

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