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Un homenaje con mucha mezquindad y muy poco brillo

Miércoles, 20 de febrero de 2013 23:00

Fue muy pobre la celebración de los dos siglos de la batalla de Salta. Un acontecimiento de semejante envergadura merecía otro tratamiento de parte del Estado provincial, en una provincia que se enorgullece de su historia y de sus tradiciones.

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Fue muy pobre la celebración de los dos siglos de la batalla de Salta. Un acontecimiento de semejante envergadura merecía otro tratamiento de parte del Estado provincial, en una provincia que se enorgullece de su historia y de sus tradiciones.

En primer lugar, hubo muy poca gente. Debió ser una movilización comparable al Milagro. Una convocatoria amplia y generosa, sin mezquindades políticas y con un profundo sentido histórico hubiera movilizado a una ciudadanía fiel a su identidad.

La presencia de los activistas de La Cámpora, con sus pancartas y sus abucheos a José Manuel De la Sota fueron testimonio de la estrechez con que fue concebido un homenaje que debió ser unificante, porque la batalla de Salta es un hecho bélico fundacional para el Norte salteño y para el país. Las del oficialismo fueron las únicas pancartas. Si la fiesta no se hubiera politizado, no hubiera habido pancartas, sino banderas.

La historia no es ni puede ser patrimonio de los que circunstancialmente ocupan el poder.

El discurso maniqueo, que divide el pasado en buenos y malos para dibujar al que habla del lado de los buenos no es histórico ni patriótico.

La elección de figuras como Pacho O'Donnell y de otros escribas del nuevo revisionismo muestra el perfil con que se concibió el homenaje. O'Donnell no es historiador, sino psicoanalista afecto a la escritura. La historia es una ciencia que no inventa mitos ni se escribe con frases hechas, sino que sitúa los hechos históricos en su propio escenario. El neo revisionismo no es más que una utilización de la novela histórica, y no de la historia, para llenar con retórica la ausencia de ideología.

El Bicentenario merecía una serie extensa de congresos, simposios y actos académicos, no un debate como el que encabezó Andrés Zottos en la Legislatura para hablar sobre Abelardo Ramos y José María Rosa.

En Salta no hubo casas embanderadas. No podía haberlas, porque la conmemoración careció de mística de parte de las autoridades.

La provincia, si algo tiene en abundancia, son historiadores académicos, de izquierda, de centro y de derecha; no le faltan artistas capaces de motorizar una conmemoración con todo el brillo que la batalla de Salta merece: pintores, escultores, teatreros, fotógrafos, músicos. Incluso, las agrupaciones gauchas constituyen una muy particular manifestación cultural, impregnada por la mística heroica de la historia salteña. No solo no participaron en los preparativos, sino que ni siquiera pudieron desfilar todos. Y fue un acto ensombrecido por las enormes ausencias. Debió haber estado la presidenta, el presidente de la Suprema Corte, autoridades académicas e institutos históricos y militares de todo el país. Y todos los gobernadores.

La falencia estuvo en la concepción del homenaje, que careció de dimensión histórica y patriótica.

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