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La Batalla de Salta, contracara de la ética pública actual

Sabado, 23 de febrero de 2013 12:34

Los festejos y los bicentenarios se arremolinan y se confunden entre sí como parte de un sueño que enlaza largos fines de semana, turismo continuo y espectáculos gratuitos con tufillo romano. Un sueño en el que lo accesorio termina desplazando a lo principal.
Porque lo principal de esas celebraciones era homenajear los iniciales intentos de unidad nacional, de organizar el Estado mediante una Constitución, ese sueño perseguido por la Asamblea Constituyente del Año XIII, por el que luchó Belgrano en Salta, y que recién fue parido cuarenta años más tarde, en 1853.
Con dificultades el objetivo se iba concretando, la Nación creció fortificando por medio de las instituciones necesarias para su desenvolvimiento a medida que las necesidades lo imponían. La organización estatal resultaba ineludible porque los hombres, por indispensables y patriotas que fueran, un día morirían, pero las instituciones no. Era verdad que la organización vence al tiempo, como dice el apotegma atribuido a Perón pero acuñado siglos antes con las primeras sociedades comerciales de personalidad jurídica independiente.

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Los festejos y los bicentenarios se arremolinan y se confunden entre sí como parte de un sueño que enlaza largos fines de semana, turismo continuo y espectáculos gratuitos con tufillo romano. Un sueño en el que lo accesorio termina desplazando a lo principal.
Porque lo principal de esas celebraciones era homenajear los iniciales intentos de unidad nacional, de organizar el Estado mediante una Constitución, ese sueño perseguido por la Asamblea Constituyente del Año XIII, por el que luchó Belgrano en Salta, y que recién fue parido cuarenta años más tarde, en 1853.
Con dificultades el objetivo se iba concretando, la Nación creció fortificando por medio de las instituciones necesarias para su desenvolvimiento a medida que las necesidades lo imponían. La organización estatal resultaba ineludible porque los hombres, por indispensables y patriotas que fueran, un día morirían, pero las instituciones no. Era verdad que la organización vence al tiempo, como dice el apotegma atribuido a Perón pero acuñado siglos antes con las primeras sociedades comerciales de personalidad jurídica independiente.

 

Otros tiempos

El proceso se ha demorado y una degradación institucional ocurre sin prisa y sin pausa; así se advierte una grave declinación de instituciones de importancia para el buen funcionamiento del Estado.
Algunas, como la Vicepresidencia de la Nación, humilladas debido a la falta de idoneidad de su titular; otras, como la Auditoría General de la Nación, ignorada por el Gobierno, desprecio que la tragedia de Once hizo público. Otra es la Procuración General de la Nación, en la cual se intentó nombrar como titular del órgano, al que la Constitución define como “independiente”, al Síndico General de la Nación, Daniel Reposo, quien públicamente reconocía su obediencia ciega a la Presidenta.

Tiempos de inflación

El Banco Central es otro botón de muestra: el nombramiento de su presidente es por seis años y requiere acuerdo del Senado; sin embargo, el pliego de Mercedes Marcó del Pont fue congelado en la Casa Rosada, hecho irrespetuoso que no ha motivado su renuncia.
El paradigma de la declinación institucional es la trayectoria del Instituto Nacional de Estadística y Censos, sus servicios son esenciales para tomar cualquier decisión de gobierno, nacional o provinciales. Pero el Indec ha desaparecido de la faz de la tierra como organismo creíble, descalificado incluso internacionalmente. Tanto para conocer las falencias educativas como para ponderar las oportunidades de inversión de capital o para cualquier otro tipo de decisión que necesite la gestión pública o privada, los datos del Indec siempre fueron confiables. Hoy está en ruinas y es objeto de burla callejera.
La Procuración del Tesoro y la Inspección de Personas Jurídicas dejaron de ser confiables.
Suficientes ejemplos para comprobar el hecho perverso que los origina: el reemplazo paulatino de las instituciones por la mera voluntad política.

Sin partidos políticos

Las últimas décadas también desbarataron la tradicional política partidaria y hasta los mismos partidos, una institución que tanto Néstor como la Presidenta señalaban necesaria tanto para la vida democrática como para acceder al poder. La Presidenta en la Plaza de Mayo el 18 de junio 2008 y Néstor Kirchner en la UOM el 3 de julio siguiente advertían a sus opositores que para poder criticar debían formar primero un partido y luego ganar elecciones.
El discurso de Cristina Kirchner siempre tuvo como característica la supresión referencial de Perón y del Partido Peronista, casi hasta lograr que pasaran a segundo plano y solo figurara ella, eventualmente su agrupación La Cámpora, como los únicos ejes. Pero ocurre que ni fundó otro partido ni aceptó, rompiendo la tradición, ser presidenta del Partido Justicialista, cargo que hoy sigue vacante. Hoy por hoy no tiene reelección posible y carece de heredero político. El Peronismo Federal, por su
parte, siempre fue público oponente al kirchnerismo.
¿Empezó el período del “pato rengo”. Los abucheos y silbidos que en Salta le obsequiaron Amado Boudou son un síntoma

 

 

 

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