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Sexo, amor y espionaje pusieron en jaque al imperio

Sabado, 09 de marzo de 2013 22:01

En julio de 1962, John Profumo(49), ministro de Defensa de la corona británica y héroe de la Segunda Guerra Mundial acudió a una fiesta privada en la casona de campo de su amigo, el vizconde Astor. Era una reunión para hombres del poder, con alcohol y mujeres a discreción. Todas eran “modelos” muy jovencitas que llevaba el doctor Stephen Ward, un osteópata de dudosa reputación. Al ingresar al gran jardín, John vio a una de ellas nadar desnuda en la piscina, era Christine Keeler. Su cara angelical, su cuerpo pequeño y delicado y su cabellera negra hipnotizaron al ministro de Defensa, un semicalvo alto, elegante, de refinados modales y de ojos bastante alegres, a pesar de estar casado con una bella y prestigiosa actriz de cine irlandesa, Valerie Hobson.

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En julio de 1962, John Profumo(49), ministro de Defensa de la corona británica y héroe de la Segunda Guerra Mundial acudió a una fiesta privada en la casona de campo de su amigo, el vizconde Astor. Era una reunión para hombres del poder, con alcohol y mujeres a discreción. Todas eran “modelos” muy jovencitas que llevaba el doctor Stephen Ward, un osteópata de dudosa reputación. Al ingresar al gran jardín, John vio a una de ellas nadar desnuda en la piscina, era Christine Keeler. Su cara angelical, su cuerpo pequeño y delicado y su cabellera negra hipnotizaron al ministro de Defensa, un semicalvo alto, elegante, de refinados modales y de ojos bastante alegres, a pesar de estar casado con una bella y prestigiosa actriz de cine irlandesa, Valerie Hobson.

Christine solo tenía 19 años, pero ya era una experta en tratar con hombres ricos y poderosos. Sus escrúpulos dependían del monto del cheque. John y Christine se relacionaron durante cuatro meses nada más, pero esos 120 días de jolgorio y placer le costaron una carrera militar de honor, su altísimo cargo ministerial, altas probabilidades de ser candidato a primer ministro y la derrota electoral de su partido (conservador). Después de este vendaval, lo único que le quedó en pie fue su matrimonio con Valerie, con quien estuvo casado 44 años, hasta la muerte de ella, en 1998.

De cofia y delantal

Que se haya disfrazado de mucama con delantal y cofia para participar en las orgías organizadas por sus amigos, no quería decir que se fuera a enamorar de ninguna de las “chicas” llevadas por Ward, quien era abiertamente un proxeneta de alta estirpe. Por eso, a poco de andar, decidió salirse de esta particular relación. Parte de la prensa estaba en conocimiento de las andadas de Profumo, pero en esos tiempos se respetaba la vida privada de los políticos. Si embargo, en marzo de 1963, fue un opositor el que se enteró del chisme y lo interpeló en el Parlamento. Por supuesto Profumo lo negó todo. “Nunca he mantenido conductas inapropiadas”, declaró ante sus pares. No obstante, el problema más grave no fue su vida licenciosa la que lo complicó, sino el hecho de que su jovencísima amante también lo era de Eugeni Ivanov, jefe del servicio de la KGB, la tenebrosa agencia de espionaje de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en Gran Bretaña, en plena Guerra Fría. Su participación en estas simples veladas salpicadas con alcohol y sexo, en las que se deslizaban decisiones políticas, se había transformado en un problema de seguridad nacional con ribetes de escándalo mundial.

Su dimisión

Para la opinión pública, en donde por lo general las cosas son blancas o negras y no admiten matices, el ministro compartía la alcoba, la amante y los secretos de Estado con un superespía enemigo del capitalismo de Occidente. Si bien trascendió que no hubo fuga de información, la situación de Profumo se hizo insostenible, fundamentalmente porque había mentido al Parlamento.

Estando en Italia le confesó a su esposa Valerie Hobson que el affair era real; en ese mismo momento, la actriz, que demostró gran temple, le pidió a su esposo que regresaran a Gran Bretaña y enfrentara la situación. Así fue que en junio de ese año tuvo que dimitir, y unos meses después también se vio obligado a hacerlo el primer ministro, Macmillan.

Pero no terminaron allí los daños colaterales: el Partido Conservador perdió las elecciones siguientes. Al poco tiempo el proxeneta y doctor Ward se suicidó, y Christine fue a la cárcel durante 9 meses por ejercer la prostitución. Profumo sintió una gran vergenza que había traído a su familia, se alejó de la vida pública y, en secreto, se autoimpuso una pena de prestar servicios sociales.

El ministro y su querida

John Profumo era hijo de un magnate de los seguros de quien heredó una fortuna y un título nobiliario italiano. Su apellido significa “perfume”.
Pese a tener origen extranjero, los Profumo se habían integrado en la clase alta británica y John siguió el curriculum típico: colegio en Harrow, universidad en Oxford, un club cerradísimo para la red de relaciones, el Bullingdon (conocido por los excesos de sus socios) y la participación en la Segunda Guerra Mundial siendo muy joven.
En junio de 1944 cruzó el Canal de la Mancha al frente del regimiento de tanques, el “Northamptonshire Yeomanry” y desembarcó en Normandía.
La guerra no era una tragedia para los jóvenes de las familias importantes, sino el trampolín perfecto hacia la carrera política. Se presentó a elecciones en plena guerra y así, en 1940, luciendo sus estrellas de teniente, se convirtió en el diputado más joven de la Cámara de los Comunes por el Partido Conservador.

La amante

Keeler huyó a España, después volvió a Gran Bretaña y vendió su historia al diario Express. Se casó dos veces y tuvo dos hijos, Jimmy y Seymour.
“Se aseguraron de que yo no tuviera vida privada. Nunca dejaron de llamarme prostituta (...) Sobre mis espaldas llevé las culpas de toda una generación”, declaró Christine Keeler.
 

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