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El ingrato trabajo de las amas de casa, sin horario ni sueldo

Viernes, 24 de mayo de 2013 22:41

Hace unos días me tocó colaborar en un evento donde acudía el más variado público. Dado que la afluencia de personas era mayor que la que se esperaba, me puse a ayudar en la inscripción de los participantes, para agilizar el trámite de las acreditaciones.

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Hace unos días me tocó colaborar en un evento donde acudía el más variado público. Dado que la afluencia de personas era mayor que la que se esperaba, me puse a ayudar en la inscripción de los participantes, para agilizar el trámite de las acreditaciones.

Además de preguntarles sus datos personales, les pedía que me dijeran su ocupación, oficio o competencia. Este ítem es de gran importancia, porque devela el perfil de personas que buscan capacitarse en un determinado tema.

Algunas respuestas no se hacían esperar: “empresario, empleado, comerciante, estudiante”. Otras, silencio previo, expresaban: “nada”. Al principio, ponía una línea, y tachaba el ítem ocupación.

No sé cuántas fichas habré llenado, hasta que caí en la cuenta: ¿es posible que no tengan ninguna ocupación o competencia? Me detuve un momento en mi trabajo automatizado y comencé a mirar los rostros de quienes declaraban la palabra “nada”.

La mayoría eran mujeres. Jóvenes, adultas, de edad avanzada. En edad de progresar, de proyectarse en el futuro o de aportar su experiencia y sabiduría, propias de la madurez.

Entonces decidí agregar una pregunta: ¿usted no es ama de casa? Un tímido “sí” era toda la respuesta. ¿Usted no hace “nada” en su casa? ­Cómo que no! La voz apagada, casi avergonzada, se trocaba en resuelta, animada. Lástima que no había tiempo para un diálogo, pero lo invito a imaginarlo juntos.

Seguramente habrían mencionado que cuidan a sus hijos o a sus nietos; a alguna persona enferma; que son voluntarias de una institución; que cocinan lo mejor que pueden para que los de su casa coman rico; que buscan o cosen un disfraz para el acto de los más pequeños. Que se desvelan calentando una mamadera, o amamantando a su bebé. Que se quedan despiertas toda la noche, si la fiebre no cede. Que cursan nuevamente la escuela, acompañando a sus hijos con las tareas.

Habrían aludido también que colaboran como pueden, para sostener económicamente el hogar, haciendo trabajos extrafamiliares.

Creo que el trabajo dentro del hogar está infravalorado, como todo lo que es gratis. Tal vez sea uno de los más ingratos: no tiene horarios, vacaciones, jubilación, ni sueldo, y además, carece de valoración social. Hay quienes hacen malabares y lo compaginan con trabajos fuera de casa, desarrollando así una doble jornada.

Qué bueno sería que el Gobierno de Argentina, y el de Salta en particular, pusiera en marcha medidas de apoyo y reconocimiento a esta labor. Solo se valora lo que está en el mercado y, en este caso, el trabajo se desarrolla en el ámbito privado, aunque contribuye al bienestar social.

Es evidente que el trabajo bien desempeñado en el hogar fomenta el civismo, el equilibrio personal, enseña a compartir, a ser solidario y forma personas socialmente integradas.

Haciendo patria

Vaya en este 25 de mayo mi más sincero reconocimiento a las amas de casa, que construyen día a día a la patria pequeña, esa primera escuela de humanidad fundamental donde se forman nuestros futuros líderes.

Las animo a seguir adelante con tan noble tarea, con el convencimiento interior de que están sembrando para que nuestra querida Argentina pueda cosechar sabrosos frutos y ponerse finalmente de pie.

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