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El atractivo pasaje Chiclana III

Domingo, 16 de junio de 2013 21:01

 En el anterior relato del pasaje Chiclana, en su vivencia de estudiante, el Pescador Perdido terminaba diciendo: “Ya oscurecía, pues de noche el pasaje era otra historia... Así pasan los recuerdos que se percuden en la memoria... pero quedan, en el alma...” . Y como somos dichosos en nuestras propuestas, para cerrar esta historia se sumó don Ramón Romero, el conocido peluquero de la calle Buenos Aires casi San Martín, para contarnos cómo era la vida nocturna en el lugar. El vivía a una cuadra del pasaje Chiclana, hoy Río Bermejo, que estaba en la Güemes al 1000 y era de solo dos cuadras, terminaba en calle Bolívar. En una pincelada, como un buen artista, nos dejó este paisaje: “Había muchos baldíos, yuyales y calles de tierra. Solamente en la primera cuadra estaban los ranchos con las chicas que trabajaban. Por entonces se veía desde afuera braseros con ollas con agua hirviendo para lavar al ‘niño’ (¿Se entiende lo de niño, no?). Al anochecer era una romería. Caían changos y viejos, de todas las edades y varias veces se encontraron padre e hijo. Cuando veíamos al viejo que andaba por ahí ‘para mojar’, rajaba la barra para no abochornar”.

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 En el anterior relato del pasaje Chiclana, en su vivencia de estudiante, el Pescador Perdido terminaba diciendo: “Ya oscurecía, pues de noche el pasaje era otra historia... Así pasan los recuerdos que se percuden en la memoria... pero quedan, en el alma...” . Y como somos dichosos en nuestras propuestas, para cerrar esta historia se sumó don Ramón Romero, el conocido peluquero de la calle Buenos Aires casi San Martín, para contarnos cómo era la vida nocturna en el lugar. El vivía a una cuadra del pasaje Chiclana, hoy Río Bermejo, que estaba en la Güemes al 1000 y era de solo dos cuadras, terminaba en calle Bolívar. En una pincelada, como un buen artista, nos dejó este paisaje: “Había muchos baldíos, yuyales y calles de tierra. Solamente en la primera cuadra estaban los ranchos con las chicas que trabajaban. Por entonces se veía desde afuera braseros con ollas con agua hirviendo para lavar al ‘niño’ (¿Se entiende lo de niño, no?). Al anochecer era una romería. Caían changos y viejos, de todas las edades y varias veces se encontraron padre e hijo. Cuando veíamos al viejo que andaba por ahí ‘para mojar’, rajaba la barra para no abochornar”.

Don Ramón recuerda que en medio de la cuadra pasaba un tagarete, un canal, y había un puente desvencijado (aflojado) que tenía el piso tabla por medio. Cuando se choriaban las tablas era muy peligroso de noche, porque por ahí pasaban parroquianos en bici, y así es que muchos machaos se fueron abajo con rodado y todo.

Entre otros detalles, don Ramón retrocede en el tiempo y le apunta a un boliche de mala muerte que instalaron en una esquina estratégica. Aclara que boliche se le decía antes a los bares para chupandines donde caía gente de toda laya. Entre esos estaban los soldaditos que salían los días sábado de franco y llegaban “cargaos” a ver las chicas. Luego pasaban al boliche a tomar su vinito, se desconocían y armaban grandes quilombos. Entonces alguien avisaba a los cuarteles y venían los capos en Unimog a levantar a los milicos. ¡Qué lástima, se acabó el espacio, esto nos da para una IV parte.

Como dijo don César Fermín Perdiguero, ¿churo no?

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