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En donde hubo fuego, historias de vida quedan

Martes, 18 de junio de 2013 01:09

El lunes 6 de mayo, a las 16, en la manzana 34 lote 22 del barrio Castañares y el domingo 2 de junio, a la madrugada, en el pasaje Carlos Gardel 679 de villa Los Sauces, se prendió fuego lo que no debía quemarse: el esfuerzo de una vida entera. Casa, documentos, fotos, muebles, electrodomésticos, ropa y calzado a veces parecen serlo todo. Los objetos les dan calidad y circunstancia a nuestras vidas. Pero a Antonia Enríquez de Ibarra (65), Marinés Bonifacio y las familias de ambas las llamas los privaron de sus recursos y los están obligando a subsistir sin nada.

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El lunes 6 de mayo, a las 16, en la manzana 34 lote 22 del barrio Castañares y el domingo 2 de junio, a la madrugada, en el pasaje Carlos Gardel 679 de villa Los Sauces, se prendió fuego lo que no debía quemarse: el esfuerzo de una vida entera. Casa, documentos, fotos, muebles, electrodomésticos, ropa y calzado a veces parecen serlo todo. Los objetos les dan calidad y circunstancia a nuestras vidas. Pero a Antonia Enríquez de Ibarra (65), Marinés Bonifacio y las familias de ambas las llamas los privaron de sus recursos y los están obligando a subsistir sin nada.

Un trance crítico

A Antonia el fuego la tomó desprevenida el 6 de mayo pasado, a las cuatro de la tarde. El incendio se originó en la última habitación del inmueble ubicado en la manzana 34 lote 22 del barrio Castañares y la fuerza de la combustión hizo que se volaran las chapas del techo de un cuarto. Diez de los once niños que residían en esa vivienda se encontraban en la escuela “por suerte, por milagro, gracias a Dios y a la Virgen”, exclama Antonia, sin olvidar ninguna locución interjectiva. Las causas del foco ígneo nunca fueron esclarecidas. “Los bomberos no me dieron un informe del porqué se quemó”, especifica ella. Pero la descripción pormenorizada del suceso no morigerará sus efectos. Las paredes ennegrecidas y rajadas, las ventanas despedazadas, los muebles convertidos en leña, los electrodomésticos tiznados y el piso de flexiplast derretido arrinconaron a Antonia, sus hijas Claudia y Lorena, los nueve niños de estas, más otros dos chicos a cargo de la abuela, a un local de 4x4 que no fue alcanzado por el siniestro. La reconstrucción completa de la casa resulta impensable de costear para esta familia cuyos ingresos son la pensión por madre numerosa de Antonia, el sueldo de ordenanza de Claudia y el cobro de la asignación universal por hijo de Lorena. Actualmente la mitad de los niños están divididos entre la casa de una tía, en el barrio Intersindical, y la vivienda de otro familiar, en el barrio 15 de Febrero. “Donde esté yo está su hogar”, define Antonia, quien agrega que la Cooperadora Asistencial les donó cuchetas, colchones y frazadas, pero aún “no se acercó ningún político”. Le urge una solución para reagrupar a los chicos.

Para seguir adelante

La casa donde Marinés Bonifacio perdió hasta a su pariente más amado, su abuelo Nolasco Cruz (89), era alquilada. Por eso está esperando que se haga efectiva el acta acuerdo que firmó el ministro Loutaif para darle prioridad a los Bonifacio en la entrega de los lotes que conforman Atocha IV, al que le colocarán el sugestivo nombre de Nueva Esperanza. La espera conlleva un plazo tentativo: dos meses. Por ahora, Marinés se reparte entre los barrios San Silvestre, donde dejó provisoriamente y a cargo de su hermana a sus tres hijas, y Atocha I, donde están ella, su marido Daniel y sus dos hijos varones en un cuarto que les prestó su suegra.

“Sería lindo volver a alquilar por un tiempo, pero nadie quiere recibirnos con cinco chicos”, dice Marinés, quien espera a su sexto hijo para los primeros días de julio.

 La primera ayuda provino de vecinos

“La gente ha sido muy chura. A veces no tienen ni para ellos pero igual ayudan”, precisó Marinés. “Mis vecinos me donaron calzado y ropa para los chicos”, contó Antonia. Y no sorprende porque los vecinos resultan la familia más próxima en situaciones desesperantes. Quienes habitan el pasaje Carlos Gardel al 600 y la manzana 34 lote 22 del barrio Castañares acudieron prestos cuando Marinés y Antonia, respectivamente, solicitaban auxilio.

Desplegaron estrategias colectivas para salvar a los residentes de las llamas y cumplieron la función de los bomberos hasta que llegaron los equipos especializados. En el primer caso, la falta de agua impidió rescatar al abuelo de Marinés porque les habían cortado el suministro a las 22. Incluso automovilistas prestaron sus matafuegos, pero fue inútil. En ambos sucesos, los bomberos llegaron 30 minutos después del llamado. Por eso para explicar estos hechos de pérdidas totales, no basta hablar de infortunio o de riesgos devenidos de la pobreza.
 

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