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17 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Bella, sádica y perversa, una asesina sin límites

Domingo, 23 de junio de 2013 12:13

El 13 de diciembre de 1945, caía el tablado del cadalso y tras un golpe seco, el cuerpo inerte de una joven rubia de 23 años, quedó pendiendo de una soga. Nadie lo lamentó. La bella alemana, Irma Ilse Grese había bebido de su propia medicina, pero, con menos crueldad que la que ella misma aplicaba a sus prisioneros.
Para los que la conocieron era imborrable la imagen de esta mujer que, en ocasión de ser supervisora en varios campos de concentración, daba la orden de lanzar perros hambrientos para que se devoraran a las famélicas prisioneras judías. Su grado de sadismo era inaudito, máxime si se tiene en cuenta que era una chica de solo 19 años.

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El 13 de diciembre de 1945, caía el tablado del cadalso y tras un golpe seco, el cuerpo inerte de una joven rubia de 23 años, quedó pendiendo de una soga. Nadie lo lamentó. La bella alemana, Irma Ilse Grese había bebido de su propia medicina, pero, con menos crueldad que la que ella misma aplicaba a sus prisioneros.
Para los que la conocieron era imborrable la imagen de esta mujer que, en ocasión de ser supervisora en varios campos de concentración, daba la orden de lanzar perros hambrientos para que se devoraran a las famélicas prisioneras judías. Su grado de sadismo era inaudito, máxime si se tiene en cuenta que era una chica de solo 19 años.

La diabólica Irma

Irma Ilse era una joven bonita para la estética de la época, de buen físico, rostro angelical, de carácter tranquilo y alejada de la violencia. Pero cuando comenzó a acercarse a la Liga de la Juventud Femenina Alemana, que era parte de las Juventudes Hitlerianas, su carácter comenzó a cambiar. Tal vez esa silenciosa niña, había encontrado un espacio para canalizar su sadismo adormecido.
A los 19 años fue designada supervisora en el campo de Auschwitz tras una meteórica carrera basada en su elevado grado de crueldad y en affaires sexuales con sus superiores.
Fue la mujer más joven en ser enviada a la horca bajo las leyes británicas, tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Tenía 23 años, pero un historial corto y sorprendente.
Su maldad hizo que la llamaran Angel de la Muerte o la Perra de Belsen. Según contó en el juicio, la Oficina de Trabajo le asignó el campo de Ravensbrück como parte del cuerpo auxiliar femenino de las SS. Allí permaneció hasta marzo de 1943, época en la que cortó toda relación con su familia quienes no estaban de acuerdo con el régimen nazi. En 1943 Grese entró al Campo de concentración de Auschwitz, como guardia femenina. A finales de ese año fue ascendida a supervisora. Fue la segunda mujer de más alto rango después de María Mandel (otra encargada de campos de concentración, responsable de la muerte de 500.000 mujeres).
Tuvo a su cargo 30.000 prisioneras en Auschwitz. Ese lugar fue clave para que ella desarrollara su sadismo y llevara adelante sus actos más crueles. De allí pasó a Ravensbruck y finalmente a Bergen Belsen. A medida que iba transcurriendo el tiempo fue perfeccionando sus mecanismos de torturas.

La reina del terrror

Caminaba con autoridad y fusta en mano frente a las miles de prisioneras a su cargo que la miraban aterrorizadas. Se acercaba a las más bonitas y las golpeaba en cualquier parte del cuerpo, pero si además de ser hermosas tenían pechos grandes, las golpeaba con furia en los pezones, hasta hacerlas sangrar. Con el paso de los días, esa herida se infectaba y finalmente la médica del campo de Bergen-Belsen, Gisella Pearl debía amputarles el o los pechos. La doctora declaró en el juicio: “Grese gustaba de azotar con su fusta en los senos a jóvenes bien dotadas, con el objeto de que las heridas se infectaran. Cuando esto ocurría, yo tenía que ordenar la amputación del pecho, que se realizaba sin anestesia. Entonces ella, que exigía estar presente, se excitaba sexualmente con el sufrimiento de la mujer,” testificó la médica.
Por otro lado, tenía una esclava sexual, una prisionera española de 13 años, a quien recogió en Polonia y a la que mantuvo hasta el día que fue detenida y a la que trasladó con ella siempre y con la que mantenía un sádico romance lésbico. Pero esto no le era suficiente ya que solía hacer llamar a prisioneras bonitas y muy jóvenes para abusar de ellas a través de la tortura y la degradación; cuando se cansaba de la manceba de turno la enviaba a la cámara de gas. No sólo abusó de jovencitas, también lo hizo con nenes, a quienes ultrajó y torturó. Su perversión no tenía límites. Llegó a asesinar a sus víctimas, de cualquier edad, mujeres y niños a latigazos. Se jactaba de tener en sus manos la vida de tantos inocentes.
Sin embargo, a pesar de su gusto por las prisioneras, se vinculó sexualmente con varios oficiales e incluso con algunos prisioneros, razón por la cual obligó a un médico húngaro, también prisionero, a que le practicara abortos. Luba Triszinska, una sobreviviente del Holocausto, afirmó durante el juicio de Bergen Belsen, que Irma “no daba de comer a los perros; los mantenía enjaulados durante días con el bozal puesto. Cuando una prisionera caía al suelo desfallecida, mandaba a una criada polaca a que los trajese y los azuzaba contra aquellas mujeres desnutridas que apenas podían defenderse y que eran despedazadas vivas por los animales”.

Los testimonios del horror


En el juicio, que comenzó en septiembre de 1945 en Lüneburf, dirigido contra el comandante Josef Kramer y otros 44 sujetos implicados, la despiadada supervisora negó muchas de las acusaciones y se mostró arrogante, no colaborando con la justicia.
Sin embargo, no fue necesaria su declaración, los testimonios fueron apabullantes. Semejante crueldad había sido vivida por miles de mujeres, y algunas sobrevivieron para contar la historia, incluso la médica del campo fue una de los testigos clave.
Tras su muerte encontraron en su habitación tres lámparas cuyas pantallas estaban hechas con piel humana, por si quedaban dudas de su crueldad.

La infancia de un monstruo

Grese había nacido el 7 de octubre de 1923 en Wrechen, Alemania. Sus padres eran personas comunes, él era un lechero disidente del Partido Nazi, y su madre, una ama de casa, que se suicidó cuando la jovencita tenía 13 años. A los 15 abandonó el colegio, se fue de la casa y comenzó a trabajar; primero lo hizo en el campo y luego en una tienda en la ciudad, a la vez que comenzó a integrarse a las juventudes hitlerianas, uniéndose a la Liga de la Juventud Femenina Alemana.
 

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