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16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Ceferino, el jardinero de 65 años que estudia en la Universidad

Jueves, 08 de agosto de 2013 02:10

Pocas alegrías nos depara una actualidad signada por la crispación económica, política y social. Cuesta encontrar en los diarios una noticia que nos provoque la sonrisa. Las tragedias, tanto naturales como impulsadas por el hombre, parecen sucederse y, cuando parecíamos haber superado una, otra nos vuelve a abofetear con la fuerza del luto.

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Pocas alegrías nos depara una actualidad signada por la crispación económica, política y social. Cuesta encontrar en los diarios una noticia que nos provoque la sonrisa. Las tragedias, tanto naturales como impulsadas por el hombre, parecen sucederse y, cuando parecíamos haber superado una, otra nos vuelve a abofetear con la fuerza del luto.

Por eso la historia de Ceferino Cala puede ser un bálsamo. Un alentador reencuentro con la esperanza. Un mapa para la superación personal desafiando los años y el destino. Un recreo. “Nací el 26 de agosto de 1947 en Abra Pampa, provincia de Jujuy y me crié entre los cerros. Soy descendiente de pueblos originarios. Quedé huérfano al año y unos meses”, se presentó este hombre sencillo y enorme. Ante la pregunta inevitable, sorprendió con la respuesta: “Mi mamá, que se llamaba Toribia Teodora Cala, falleció un día de tormenta al ser alcanzada por un rayo. Yo estaba en las espaldas de mi madre, donde acostumbraba a cargarme envuelto en una manta, mientras ella con su pequeña hermana pastoreaban las ovejas en los cerros. Ella quedó carbonizada; a mí la energía me despidió a metros y sobreviví. La descarga fue tremenda; en ese momento mi madre tenia 18 años y mi tía no tendría ni 10 años. Me dijeron años después que sus trabas de metal y sus alhajas atrajeron la fuerza mortal del rayo. Eso ocurrió un 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, que hasta hoy es mi protectora”.

Acostumbrado a ver el vaso de la vida medio lleno y no medio vacío, Ceferino recuerda con gozo su niñez. “Me criaron los tíos Leonor Vilte y Cirilo Cala, tío de mi mamá, y ellos fueron mis padres amorosos. Tuve una hermosa infancia. Hacía piruetas a caballo, enlazaba burros. Sembrábamos y cosechábamos haba, maíz y papa, sacábamos leche y hacíamos cuatro quesos por día”.

Con sabiduría refleja: “El campo me sirvió para elevarme como ser humano, para abrir la mente. Tengo un buen espíritu porque tuve una infancia genial. No como muchos chicos ahora que están en cosas malas porque se sienten solos, a la deriva, no tienen el apoyo y la contención de los padres y de la familia”.

Trabajó en la Mina Aguilar de Jujuy, en la empresa Atahualpa, fue colimba en Córdoba, ordenanza y canillita en salta. Siempre, al margen de otros trabajos, se dedicó a la jardinería. En 1978 llegó a Salta con su única hija, Mirta. “No me casé con la mamá de mi hija, pero la crié a ella y a sus cinco hijos. Mi nieto más grande está en la universidad de Tucumán estudiando Derecho”.

De sus estudios, contó: “Ahora estoy cursando el segundo cuatrimestre de Ciencias de la Comunicación en la UNSa. Terminé el secundario en el BSPA 7060 el año pasado. Yo vengo haciendo la escuela como puedo. En el "64 terminé la primaria y no seguí el secundario hasta el 86. Tuve que abandonar por razones laborales hasta 2011 cuando pude terminar el polimodal gracias al Programa de Empleo Comunitario (PEC)”. Allí, Ceferino pudo capacitarse en rubros como herrería, computación y administración.

Ahora conserva pocos clientes porque se dedicó a estudiar. “Vivo de eso y de la escuela de administración pública que me paga 450 pesos por mes para estudiar. Es una gran ayuda para comprar mis carpetas, fotocopias, para el transporte, pero ya terminé el secundario así que no voy a recibir más el aporte”. Remarcó: “Yo necesitaría una beca para seguir estudiando porque no me pude jubilar por falta de aportes. La quiero solicitar a las autoridades. Y también necesito mucho una computadora portátil y no me la puedo comprar”.

Para este jardinero está clara la cosa: la espina es hermana de la rosa. Se toma la vida como viene y siempre, pero siempre, disfruta y agradece.

La experiencia y el mensaje


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Nació un 26 de agosto y el almanaque marcaba el día de Ceferino Namuncurá. Obediente, su mamá le puso, para bendecirlo, ese nombre.

Comprometido con sus estudios, don Cala sabe que no puede perder el tiempo. “La universidad te insume todo el día entre la biblioteca, las clases y las consultas. Por suerte tengo un grupo de compañeros que me eligió. Soy el más grande de la clase pero me siento muy feliz con estos jóvenes sabios y respetuosos que me enseñan y me ayudan. Me dicen don Ceferino, algunos, y otros me tutean, me gusta de las dos formas”. Y no dudó: “A las personas de mi edad les digo que hagan un esfuerzo, que vayan a la escuela de administración pública en España 277 y se animen a cambiar el rumbo. Uno se siente reconfortado. El estudio libera, eleva. Yo me siento en un paraíso terrenal, soy un elegido de Dios”.

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