¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

20°
25 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Inés Reyes, la peluquera que les cambia la cara a los mendigos

Jueves, 12 de septiembre de 2013 02:47

Ellos están en todas partes. Cada vez más hombres y algunas mujeres toman la calle por su cuenta para vivir del aire y de alguna caridad. Están afuera de todos los planes, de todos los sistemas, de todas las miradas. Sus cabelleras percudidas, sus barbas largas e improlijas no los vuelven más visibles. Tal vez porque mirarlos provoca una extraña mezcla de compasión y tristeza que sacude el cuerpo. Mirarlos provoca una incomodidad que dura unos segundos al pasar y después la nada, el olvido, el agradecimiento relajado (casi inconciente) de correr con otra suerte, de poder abrir una puerta al final del día y luego del plato de comida servido sobre el mantel, poder tender el cuerpo sobre una cama. Ellos están en todas partes sin nada más que lo puesto. Ni siquiera saben si comerán mañana. Si despertarán de cada noche bajo cero.
Por fortuna existen personas como Inés Reyes, una joven peluquera que nació el 19 de abril de 1982 y que, a través de la obra de Flor Acuña, la adolescente que sirve café a los indigentes en el centro salteño, se sumó con sus tijeras y navajas a hacer lo que ama: cortar pelos y barbas a los “sin techo”. Ella superó la frontera de la indiferencia y puede contar esta experiencia que llena de gozo su noble corazón.
“Con mi hermana Patricia que estudió peluquería también, y con mi hermana Micaela que ayuda a Florencia Acuña con el café, quisimos sumarnos a esta movida solidaria. Ellos no tienen un lugar donde dormir y es muy triste pensar que una persona grande no tenga un techo, ni ropa con qué vestirse, qué calzar, qué comer. Los pobres se pelean hasta por los cartones para tirarse al piso a dormir. Pero tenía que hacer algo más que pensar en eso”.
Inés es mamá de una nena de 8 años y un varón de 5. Está casada y estudió peluquería tres años, aunque trabaja a domicilio porque no tiene dinero suficiente para abrir su local.
“Hace unos meses fuimos por primera vez con mi hermana Micaela y con Patricia a preguntarles a los indigentes si querían que les cortáramos el pelo, y ellos nos decían: ¿de qué Iglesia son? Entonces les expliqué que veníamos por cuenta propia y que no les íbamos a cobrar nada”.
Ya con todo el equipo y la anuencia de los clientes del parque San Martín, Inés se puso el delantal para ejercer su oficio de peluquera. Tomó las tijeras, la navaja, el rociador y el peine como para atender al mejor cliente. “Fui con todo mi amor. El primer día les corté cabellos y barbas a seis personas. Fuimos a las 7.30 de la mañana y volví a mi casa después de la una. Ese día no cociné para mi familia pero, por suerte, mi marido me supo comprender”. ¿Cómo hizo?: “Le dije que la solidaridad es importante, que tiene que ocupar un lugar en la vida de las personas. Le mostré las fotos que saqué y le fui contando que cada una de esas personas tiene una historia. Yo me sentí orgullosa porque ellos me dijeron que soy un ángel, que caí del cielo a ayudarlos, a dejarlos más prolijos y más lindos para seguirle poniendo la cara a la vida dura que llevan”.
¿Cómo estaban esas cabezas y esas barbas? “¡Ay Diosito!... Estaban duros todos los pelos por la tierra. Además tienen pediculosis y el cuero cabelludo lastimado. Son cosas que pasan en la calle, es gente que no se lava la cabeza en meses. Eso me dio mucha tristeza, sobre todo porque tenía que mojarles el pelo para cortar y hacía mucho frío. Yo tenía miedo de que se resfríen encima de todos los males que sufren”.
Y aseguró: “Voy a volver a cortales el pelo cuando ellos necesiten. Son muy agradecidos. Te llena el alma de emoción ayudar, una se siente viva, útil. Así como Jesús les lavó los pies a sus discípulos, yo voy a ir a lavarles las cabecitas para que estén limpios”.
 

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Ellos están en todas partes. Cada vez más hombres y algunas mujeres toman la calle por su cuenta para vivir del aire y de alguna caridad. Están afuera de todos los planes, de todos los sistemas, de todas las miradas. Sus cabelleras percudidas, sus barbas largas e improlijas no los vuelven más visibles. Tal vez porque mirarlos provoca una extraña mezcla de compasión y tristeza que sacude el cuerpo. Mirarlos provoca una incomodidad que dura unos segundos al pasar y después la nada, el olvido, el agradecimiento relajado (casi inconciente) de correr con otra suerte, de poder abrir una puerta al final del día y luego del plato de comida servido sobre el mantel, poder tender el cuerpo sobre una cama. Ellos están en todas partes sin nada más que lo puesto. Ni siquiera saben si comerán mañana. Si despertarán de cada noche bajo cero.
Por fortuna existen personas como Inés Reyes, una joven peluquera que nació el 19 de abril de 1982 y que, a través de la obra de Flor Acuña, la adolescente que sirve café a los indigentes en el centro salteño, se sumó con sus tijeras y navajas a hacer lo que ama: cortar pelos y barbas a los “sin techo”. Ella superó la frontera de la indiferencia y puede contar esta experiencia que llena de gozo su noble corazón.
“Con mi hermana Patricia que estudió peluquería también, y con mi hermana Micaela que ayuda a Florencia Acuña con el café, quisimos sumarnos a esta movida solidaria. Ellos no tienen un lugar donde dormir y es muy triste pensar que una persona grande no tenga un techo, ni ropa con qué vestirse, qué calzar, qué comer. Los pobres se pelean hasta por los cartones para tirarse al piso a dormir. Pero tenía que hacer algo más que pensar en eso”.
Inés es mamá de una nena de 8 años y un varón de 5. Está casada y estudió peluquería tres años, aunque trabaja a domicilio porque no tiene dinero suficiente para abrir su local.
“Hace unos meses fuimos por primera vez con mi hermana Micaela y con Patricia a preguntarles a los indigentes si querían que les cortáramos el pelo, y ellos nos decían: ¿de qué Iglesia son? Entonces les expliqué que veníamos por cuenta propia y que no les íbamos a cobrar nada”.
Ya con todo el equipo y la anuencia de los clientes del parque San Martín, Inés se puso el delantal para ejercer su oficio de peluquera. Tomó las tijeras, la navaja, el rociador y el peine como para atender al mejor cliente. “Fui con todo mi amor. El primer día les corté cabellos y barbas a seis personas. Fuimos a las 7.30 de la mañana y volví a mi casa después de la una. Ese día no cociné para mi familia pero, por suerte, mi marido me supo comprender”. ¿Cómo hizo?: “Le dije que la solidaridad es importante, que tiene que ocupar un lugar en la vida de las personas. Le mostré las fotos que saqué y le fui contando que cada una de esas personas tiene una historia. Yo me sentí orgullosa porque ellos me dijeron que soy un ángel, que caí del cielo a ayudarlos, a dejarlos más prolijos y más lindos para seguirle poniendo la cara a la vida dura que llevan”.
¿Cómo estaban esas cabezas y esas barbas? “¡Ay Diosito!... Estaban duros todos los pelos por la tierra. Además tienen pediculosis y el cuero cabelludo lastimado. Son cosas que pasan en la calle, es gente que no se lava la cabeza en meses. Eso me dio mucha tristeza, sobre todo porque tenía que mojarles el pelo para cortar y hacía mucho frío. Yo tenía miedo de que se resfríen encima de todos los males que sufren”.
Y aseguró: “Voy a volver a cortales el pelo cuando ellos necesiten. Son muy agradecidos. Te llena el alma de emoción ayudar, una se siente viva, útil. Así como Jesús les lavó los pies a sus discípulos, yo voy a ir a lavarles las cabecitas para que estén limpios”.
 

Gente a la que nadie parece amar

Después de esta historia, nadie podrá dudar que las necesidades de los hombres se asemejan. Todos necesitan un corte de pelos y un gesto que les recuerde el afecto. “Hay que mirar al otro. Cuando los ves te das cuenta que les falta todo”, dice Inés y agrega: “Mientras me cuentan sus historias, lloro. Un señor me dijo que tiene un hijo discapacitado que se perdió y está desesperado buscándolo”. “Están tan solos que te ven como un salvavidas cuando te acercás. Ya me siento comprometida para siempre con estos seres que nadie parece amar”, concluyó.

 

PUBLICIDAD