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India, las elecciones más largas del mundo

Sabado, 26 de abril de 2014 02:33

En las elecciones más prolongadas en el tiempo y técnicamente más complicadas de la historia, que se desarrollan escalonadamente en las distintas regiones del país entre el 7 de abril y el 12 de mayo, 814 millones de indios concurren a las urnas para protagonizar, en términos políticos, un cambio de guardia también de grandes dimensiones.

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En las elecciones más prolongadas en el tiempo y técnicamente más complicadas de la historia, que se desarrollan escalonadamente en las distintas regiones del país entre el 7 de abril y el 12 de mayo, 814 millones de indios concurren a las urnas para protagonizar, en términos políticos, un cambio de guardia también de grandes dimensiones.

El Partido del Congreso, que condujo la India durante 49 de los 67 años transcurridos desde su independencia, entregará el poder a su histórico oponente, el Partido Janata (Partido del Pueblo Indio), una fuerza nacionalista, de perfil ideológico “hinduista”, que tuvo un breve turno en el gobierno entre 1998 y 2004.

Las encuestas indican que las elecciones signarán el ocaso de la dinastía Ghandi. El heredero, Rahul Ghandi, hijo de la jefa del Partido del Congreso, Sonjia Ghandi, nieto de la ex primera ministra Indira Ghandi y bisnieto de Jawaharlal Nerhu (legendario primer jefe de gobierno de la India independiente), será derrotado por Narendra Modi, gobernador del estado occidental de Gurajat.

Por razones de edad, el actual primer ministro, Manmohan Sigh, de 81 años, protagonista central de las reformas económicas de la India, cedió esta vez la candidatura oficial al joven Ghandi, de 43 años, quien no logró instalarse como un líder confiable ante una opinión pública que lo visualiza como un “hijo de papá” y considera que el poder detrás del trono estaría en manos de su madre, Sonjia, en la que sus compatriotas nunca depositaron completamente su confianza, entre otras cosas por su origen italiano y católico.

En un país donde es tradicional que el público de las concentraciones políticas sea pagado por asistir, Modi produjo un cambio revolucionario. Cobra entrada a sus partidarios que quieran escucharlo personalmente. A pesar de esa modalidad, llena estadios con multitudes y es ya considerado como el próximo primer ministro de la mayor democracia del mundo.

De origen humilde, hijo de un vendedor de té, Modi encarna exactamente la imagen opuesta a la de una dinastía. Gobierna en Gujarat desde 2001, es reconocido por su gestión económica y tiene fama de cumplir lo que promete. Su personalidad entusiasma a los pequeños empresarios y emprendedores de la India con su programa de más eficacia, menos burocracia y cero corrupción, en un país tradicionalmente ahogado por un asfixiante reglamentarismo estatal.

En la India donde, a pesar de ser una potencia nuclear, hay constantes cortes en el suministro de energía eléctrica que se convierten en una seria limitación para la industria, Modi logró suministrar electricidad constante a la población de Gujarat. En sus trece años de gobierno, triplicó el producto bruto local, construyó puertos y carreteras, atrajo inversiones extranjeras con impuestos bajos y convirtió a su estado en el productor de una cuarta parte de las exportaciones totales de la India. Su gestión es reconocida como un ejemplo de las posibilidades de desarrollo regional que puede promover un liderazgo local fuerte aún en un contexto desfavorable.

Un nuevo liderazgo

Con un empleo inteligente de los medios de comunicación, Modi logró además erigirse en una figura de envergadura nacional, algo extremadamente difícil en un país fragmentado por el voto regional y todavía dividido por un sistema que reconoce la existencia de infinidad de castas. En su campaña proselitista, el líder opositor introdujo inclusive leves cambios en su aspecto físico, para lograr una combinación equilibrada entre dinamismo y experiencia y entre lo occidental y lo hindú. Paradójicamente, el candidato más joven no tiene cuenta en Twitter, en tanto que Modi, con 64 años, tiene en la red más de tres millones de seguidores.

Cabe señalar que la mayoría de la población india vive aún en pueblos pequeños, en condiciones de pobreza que contrastan abiertamente con el desarrollo de una pujante clase media en constate expansión de alrededor de 300 millones de miembros, concentrada en los grandes centros urbanos. En esa franja mayoritaria de la población rural y semirural todavía no se han derramado los beneficios de la prosperidad económica.

Para colmo, el ritmo de desarrollo económico que experimenta la India desde principios de la década del 90, cuando el mismo Singh impulsó un giro pragmático en la orientación estatista del Partido del Congreso y promovió la modernización económica y la apertura internacional, exhibe una tendencia hacia la desaceleración (del 8% anual promedio al 5%), lo que incentiva la impopularidad gubernamental.

Los partidarios de Modi subrayan el hecho de que no esté involucrado en acusaciones de corrupción, un caso excepcional en la dirigencia política india. Tanto es así que exaltan como una ventaja adicional de su candidato la condición de soltero, la que se asocia con la ausencia de parientes a quienes beneficiar, lo contrario a la triste fama acumulada por los antiguos barones de la política, cuya máxima expresión es precisamente la familia Ghandi.

El tema de la corrupción ganó en los últimos años un fuerte espacio en la agenda pública. En las últimas elecciones locales en Nueva Delhi, el gran ganador fue el Partido Aam Admi, que significa el “partido del hombre común”, cuyo líder Arvind Kejriwal paradójicamente perdió cierta credibilidad cuando renunció tras solo dos meses como gobernador, al ser rechazada su iniciativa de crear un “ombudsman” con amplias atribuciones para encarar la lucha contra la corrupción.

La sombra islámica

La única sombra que acecha sobre la imagen de Modi es la acusación de pasividad ante la masacre de musulmanes perpetrada en Guarajat en 2001, cuando extremistas islámicos quemaron un vagón de tren repleto de peregrinos hindúes y el episodio desató una oleada de violentas represalias que dejó un saldo de un millar de musulmanes muertos, 18.000 casas destruidas y 200.000 personas desplazadas para evitar que fueran víctimas de la furia vengativa de los fanáticos hinduistas.

Ese conflicto religioso entre la mayoría hinduista y los 200 millones de musulmanes recorre la historia de la India desde su fundación. En vísperas de la independencia, los ingleses promovieron la partición de su dominio colonial en dos estados, India y Pakistán, para localizar en el segundo a la población islámica y evitar una sangrienta guerra civil.

Este experimento de ingeniería política no resultó afortunado. India y Pakistán son hoy dos potencias nucleares que vivieron siempre en un estado de tensión permanente, muchas veces al borde de la guerra, con cuestiones limítrofes nunca resueltas, como ocurre con la región de Cachemira (administrada por la India pero reclamada por Pakistán) y, a pesar de la división territorial, la minoría musulmana en la India constituye actualmente una de las comunidades islámicas más numerosa del mundo.

El Partido Janata, cuyo origen se remonta a 1951, aunque su forma actual responda a una reestructuración operada en 1980, reivindica el tradicionalismo hindú, que tiene un componente hondamente anti-

islámico. Sus adversarios lo acusan de ser una seria amenaza contra el carácter esencialmente laico del estado indio.

Lo cierto es que en un país con una cultura milenaria, en la que el “hinduismo” resurge con una fuerza creciente, Modi expresa una reconversión ideológica del nacionalismo histórico. Por un lado, reivindica la tradición cultural y religiosa. Pero también formula una propuesta que apunta a iniciar una nueva era de reformas económicas para profundizar la inserción de la economía india en el escenario de la globalización.

 

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