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Déficit e inflación, el costo de la fiesta

Viernes, 05 de febrero de 2016 00:30
Ilustración Gerardo Romano
En estos últimos días, todos los medios de comunicación nos llenaron de noticias sobre dólar; tipo de cambio; cepo cambiario y en menor medida, con lo que se relaciona con la reducción del déficit fiscal. Esta debería ser, sin embargo, la mayor preocupación y la prioridad del Gobierno nacional, los gobernadores y los intendentes.
En términos sencillos, ¿qué es déficit fiscal? Es la diferencia negativa entre los ingresos y los egresos de carácter público, durante un período de tiempo determinado.
Es decir, aparece cuando los ingresos recaudados no alcanzan para cubrir todas aquellas obligaciones que tiene el Estado; cuando se gasta más de lo que entra como ingresos.
Para conocer tamaño desequilibrio de las cuentas públicas: en los primeros siete meses de 2015, el Estado nacional gastó de más a un ritmo de $825 millones por día ­Como para no preocuparse!
Gasto y malgasto
Entre los egresos públicos a ser atendidos están todos aquellos desembolsos que son necesarios y los que son innecesarios.
a) Egresos necesarios: son los sueldos y jornales; los gastos operativos de funcionamiento del Estado; las inversiones previstas y las que surgen por casos de emergencias; los planes y programas sociales (orientados a quienes son realmente los beneficiarios de los mismos), etcétera.
b) Egresos innecesarios: representan los gastos de la burocracia y el costo de una estructura de poder político ociosa, que no genera valor agregado de ninguna naturaleza (empleados, contratados, etc., que no trabajan, llamados comúnmente "ñoquis"). También hay que contar los sobreprecios de obras públicas y en las compras de cualquier índole.
¿Qué hacemos con el rojo?
¿Cómo se financia el déficit fiscal?: este es quizás, el máximo temor que existe entre las autoridades económicas del Gobierno, ya que para poder cubrir esa diferencia negativa generada por una gestión ineficiente, se debe recurrir, entre otras cosas, a herramientas como:
a) obtener mayores ingresos, sustentados en la suba de los impuestos, tasas y contribuciones que percibe el estado;
b) obtener mayores ingresos, vía créditos (de corto, mediano y de largo plazo)internos y/o externos;
c) la emisión monetaria (impresión de billetes), que representa el peor enemigo para un país, ya que es la principal causa de la inflación, que implica entre otras cosas, el aumento de dinero en la circulación monetaria de un país.
Esta mayor cantidad de oferta de dinero, provoca una suba generalizada en los precios y así sucesivamente.
d) control de costos, lo que implica reducir los egresos, eliminando todos aquellos que hemos llamado innecesarios y, que son muchos. Esta es la herramienta más adecuada, eliminando los desembolsos superfluos, que con seguridad producirá reclamos en algunos sectores políticos. La premisa debería ser: el que no trabaja y/o no genera valor agregado (cualquiera sea el color político al que pertenezca), no debería cobrar.
El infierno tan temido
La inflación: concepto muy temido por la ciudadanía y en especial por los sectores de menores ingresos, quienes ven, como a diario, con $100, se compran cada vez menos cosas.
Se la define como el crecimiento continuo y generalizado de los precios de los bienes, servicios y factores productivos de una economía a lo largo del tiempo. Esto se transforma, en la práctica, en la existencia de los dos tipos de inflación que existen (que no serán desarrollados en el presente).
Esta es la variable de mayor preocupación: la pérdida permanente del poder adquisitivo de la moneda y, por ende, del poder de compras que tiene un ciudadano.
A este fenómeno, en la Argentina se le debe adicionar un factor: su medición, que por razones políticas dejó de ser un parámetro de referencia válida, al no representar la realidad de esa pérdida de valor. Hoy, nadie conoce cuál es el verdadero índice de inflación.
Como ciudadanos, estamos esperanzados en el futuro; debemos exigir que la medición de la inflación sea razonable y que quede al margen de cuestiones políticas.
Los ciudadanos debemos asumir que, así como en nuestras economías domésticas no podemos gastar más de lo que tenemos, necesitamos comprender los orígenes y efectos de un déficit fiscal, sobre el cual el único responsable es el Estado y frente al cual nosotros, como ciudadanos, somos los perjudicados directos de sus efectos. Por esta razón debemos exigir que el gobierno oriente sus egresos a los llamados necesarios y deje de lado los innecesarios, generados por la política y la gestión inescrupulosa de determinados funcionarios, que disponen de los dineros de todos como si fuera de ellos.
Mirando hacia el futuro y como ciudadanos, merecemos esperar una mayor responsabilidad política y ética de los funcionarios que conducen los destinos del país. ¿Es mucho pedir?
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En estos últimos días, todos los medios de comunicación nos llenaron de noticias sobre dólar; tipo de cambio; cepo cambiario y en menor medida, con lo que se relaciona con la reducción del déficit fiscal. Esta debería ser, sin embargo, la mayor preocupación y la prioridad del Gobierno nacional, los gobernadores y los intendentes.
En términos sencillos, ¿qué es déficit fiscal? Es la diferencia negativa entre los ingresos y los egresos de carácter público, durante un período de tiempo determinado.
Es decir, aparece cuando los ingresos recaudados no alcanzan para cubrir todas aquellas obligaciones que tiene el Estado; cuando se gasta más de lo que entra como ingresos.
Para conocer tamaño desequilibrio de las cuentas públicas: en los primeros siete meses de 2015, el Estado nacional gastó de más a un ritmo de $825 millones por día ­Como para no preocuparse!
Gasto y malgasto
Entre los egresos públicos a ser atendidos están todos aquellos desembolsos que son necesarios y los que son innecesarios.
a) Egresos necesarios: son los sueldos y jornales; los gastos operativos de funcionamiento del Estado; las inversiones previstas y las que surgen por casos de emergencias; los planes y programas sociales (orientados a quienes son realmente los beneficiarios de los mismos), etcétera.
b) Egresos innecesarios: representan los gastos de la burocracia y el costo de una estructura de poder político ociosa, que no genera valor agregado de ninguna naturaleza (empleados, contratados, etc., que no trabajan, llamados comúnmente "ñoquis"). También hay que contar los sobreprecios de obras públicas y en las compras de cualquier índole.
¿Qué hacemos con el rojo?
¿Cómo se financia el déficit fiscal?: este es quizás, el máximo temor que existe entre las autoridades económicas del Gobierno, ya que para poder cubrir esa diferencia negativa generada por una gestión ineficiente, se debe recurrir, entre otras cosas, a herramientas como:
a) obtener mayores ingresos, sustentados en la suba de los impuestos, tasas y contribuciones que percibe el estado;
b) obtener mayores ingresos, vía créditos (de corto, mediano y de largo plazo)internos y/o externos;
c) la emisión monetaria (impresión de billetes), que representa el peor enemigo para un país, ya que es la principal causa de la inflación, que implica entre otras cosas, el aumento de dinero en la circulación monetaria de un país.
Esta mayor cantidad de oferta de dinero, provoca una suba generalizada en los precios y así sucesivamente.
d) control de costos, lo que implica reducir los egresos, eliminando todos aquellos que hemos llamado innecesarios y, que son muchos. Esta es la herramienta más adecuada, eliminando los desembolsos superfluos, que con seguridad producirá reclamos en algunos sectores políticos. La premisa debería ser: el que no trabaja y/o no genera valor agregado (cualquiera sea el color político al que pertenezca), no debería cobrar.
El infierno tan temido
La inflación: concepto muy temido por la ciudadanía y en especial por los sectores de menores ingresos, quienes ven, como a diario, con $100, se compran cada vez menos cosas.
Se la define como el crecimiento continuo y generalizado de los precios de los bienes, servicios y factores productivos de una economía a lo largo del tiempo. Esto se transforma, en la práctica, en la existencia de los dos tipos de inflación que existen (que no serán desarrollados en el presente).
Esta es la variable de mayor preocupación: la pérdida permanente del poder adquisitivo de la moneda y, por ende, del poder de compras que tiene un ciudadano.
A este fenómeno, en la Argentina se le debe adicionar un factor: su medición, que por razones políticas dejó de ser un parámetro de referencia válida, al no representar la realidad de esa pérdida de valor. Hoy, nadie conoce cuál es el verdadero índice de inflación.
Como ciudadanos, estamos esperanzados en el futuro; debemos exigir que la medición de la inflación sea razonable y que quede al margen de cuestiones políticas.
Los ciudadanos debemos asumir que, así como en nuestras economías domésticas no podemos gastar más de lo que tenemos, necesitamos comprender los orígenes y efectos de un déficit fiscal, sobre el cual el único responsable es el Estado y frente al cual nosotros, como ciudadanos, somos los perjudicados directos de sus efectos. Por esta razón debemos exigir que el gobierno oriente sus egresos a los llamados necesarios y deje de lado los innecesarios, generados por la política y la gestión inescrupulosa de determinados funcionarios, que disponen de los dineros de todos como si fuera de ellos.
Mirando hacia el futuro y como ciudadanos, merecemos esperar una mayor responsabilidad política y ética de los funcionarios que conducen los destinos del país. ¿Es mucho pedir?
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