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El monte, el drama diario y la tristeza en una paleta de colores 

El museo Casa de Arias Rengel invitó a pintores wichis a exponer sus trabajos y contar sus historias. El público podrá visitar la muestra hasta agosto y las obras de sus tres autores están a la venta. 
Lunes, 01 de mayo de 2017 18:36

Su rostro curtido, su voz grave, sus ojos fuertes como el monte, así es Sara Díaz una artista de Misión Chaqueña que pasó por Salta haciendo lo que mejor sabe hacer: pintar su mundo, expresar lo que siente y compartir sus vivencias y preocupaciones. Sara Díaz y otros pintores wichis expusieron, durante tres días, sus trabajos en la Casa de Arias Rengel. 
Con sus caballetes, sus acrílicos y sus pinceles Sara y su hija Emilia se instalaron en el patio del museo céntrico para mostrar sus obras. En el primer piso del museo también expusieron sus trabajos que llamaron la atención a todos los que visitaron esa exposición.
Con voz pausada y mirada atenta Sara comenta que es la segunda vez que viene a Salta. Se reconoce como “ama de casa” y lamenta que en sus pagos “no tengamos trabajo suficiente”. Ese es uno de los motivos principales que impulsó su visita a nuestra ciudad.
Sin embargo, admite que “no se vendió mucho”. También realiza artesanías pero lo suyo es expresar su mundo en colores. Las placas de chapadur llevan impresas toda una historia de vida, de sentimientos y de tristezas y amor por su tierra.
Sara muestra sus obras con orgullo pero, a la vez, con inmensa humildad. En ellas el monte está presente en toda su magnitud. Las plantas de algarroba, las flores, las tunas y las ukelas son parte no sólo del paisaje, sino de la vida misma.
Pero si hay una presencia que se destaca en cada obra de Sara son las aves. Loritos de todos los tamaños revolotean por encima de las casas, de los árboles y de cada personaje. El apego con el monte, con sus colores y su vida, está presente en cada obra. Sus colores preferidos son el verde, el rojo y los tonos marrones con los que detalla su vida cotidiana y su pasión por el entorno lleno de vida y tan poco contaminado por el hombre.
Sin embargo, Sara y sus pinturas tiene tristezas que contar: la de la vida misma. Las leyes que el hombre blanco ha fijado también salen a la luz en varias obras. Una larga fila de hombres y mujeres forman fila delante de una olla, cada uno con un plato entre sus manos, esperando recibir el alimento, pero a cambio de algo. Más allá, las figuras humanas suben a un camión ante la mirada atenta de los punteros políticos.
Cruda realidad que Sara plasma sin demasiadas vueltas y sin ahorrarse sutilezas. El traslado a los centros de votación a cambio de un poco de comida en un día de elecciones. Mientras muestra sus pinturas admite casi en voz baja que “le gusta” nuestra ciudad, aunque claro, prefiere vivir en el monte. El mismo criterio comparte su hija Emilia de 19 años que la acompaña.
 “Mucho ruido” es la forma en que esta wichi de 41 años, describe todo lo que la rodea en el museo de Arias Rengel, a metros de una de las principales peatonales de la capital salteña.
Su material preferido es el acrílico y sus pinceles son sencillos, pero Sara sabe expresar en cada pequeño detalle su sentir. Una flor abierta, un pájaro que sobrevuela la escena o la expresión muda y reflexiva de cada personaje, transmiten tristeza y desencanto.
Pero la esperanza y el amor se reflejan en las plantas, en la profundidad del monte y en el colorido del paisaje que muestran, a pesar de su tristeza, que Sara aún mantiene la ilusión reflejada en las cosas simples y bellas de la vida. 

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Su rostro curtido, su voz grave, sus ojos fuertes como el monte, así es Sara Díaz una artista de Misión Chaqueña que pasó por Salta haciendo lo que mejor sabe hacer: pintar su mundo, expresar lo que siente y compartir sus vivencias y preocupaciones. Sara Díaz y otros pintores wichis expusieron, durante tres días, sus trabajos en la Casa de Arias Rengel. 
Con sus caballetes, sus acrílicos y sus pinceles Sara y su hija Emilia se instalaron en el patio del museo céntrico para mostrar sus obras. En el primer piso del museo también expusieron sus trabajos que llamaron la atención a todos los que visitaron esa exposición.
Con voz pausada y mirada atenta Sara comenta que es la segunda vez que viene a Salta. Se reconoce como “ama de casa” y lamenta que en sus pagos “no tengamos trabajo suficiente”. Ese es uno de los motivos principales que impulsó su visita a nuestra ciudad.
Sin embargo, admite que “no se vendió mucho”. También realiza artesanías pero lo suyo es expresar su mundo en colores. Las placas de chapadur llevan impresas toda una historia de vida, de sentimientos y de tristezas y amor por su tierra.
Sara muestra sus obras con orgullo pero, a la vez, con inmensa humildad. En ellas el monte está presente en toda su magnitud. Las plantas de algarroba, las flores, las tunas y las ukelas son parte no sólo del paisaje, sino de la vida misma.
Pero si hay una presencia que se destaca en cada obra de Sara son las aves. Loritos de todos los tamaños revolotean por encima de las casas, de los árboles y de cada personaje. El apego con el monte, con sus colores y su vida, está presente en cada obra. Sus colores preferidos son el verde, el rojo y los tonos marrones con los que detalla su vida cotidiana y su pasión por el entorno lleno de vida y tan poco contaminado por el hombre.
Sin embargo, Sara y sus pinturas tiene tristezas que contar: la de la vida misma. Las leyes que el hombre blanco ha fijado también salen a la luz en varias obras. Una larga fila de hombres y mujeres forman fila delante de una olla, cada uno con un plato entre sus manos, esperando recibir el alimento, pero a cambio de algo. Más allá, las figuras humanas suben a un camión ante la mirada atenta de los punteros políticos.
Cruda realidad que Sara plasma sin demasiadas vueltas y sin ahorrarse sutilezas. El traslado a los centros de votación a cambio de un poco de comida en un día de elecciones. Mientras muestra sus pinturas admite casi en voz baja que “le gusta” nuestra ciudad, aunque claro, prefiere vivir en el monte. El mismo criterio comparte su hija Emilia de 19 años que la acompaña.
 “Mucho ruido” es la forma en que esta wichi de 41 años, describe todo lo que la rodea en el museo de Arias Rengel, a metros de una de las principales peatonales de la capital salteña.
Su material preferido es el acrílico y sus pinceles son sencillos, pero Sara sabe expresar en cada pequeño detalle su sentir. Una flor abierta, un pájaro que sobrevuela la escena o la expresión muda y reflexiva de cada personaje, transmiten tristeza y desencanto.
Pero la esperanza y el amor se reflejan en las plantas, en la profundidad del monte y en el colorido del paisaje que muestran, a pesar de su tristeza, que Sara aún mantiene la ilusión reflejada en las cosas simples y bellas de la vida. 

Hasta agosto 

La muestra “Los Wichis pintan su mundo”, que se inauguró el pasado miércoles permanecerá en el museo hasta agosto y sus obras estarán a la venta gracias al trabajo que la Fundación Siwok -que preside Alejandro Dean- realiza en el Chaco salteño. 
Hay obras de los artistas Sara Díaz, Emilia Ferreyra y Reinaldo Prado de la comunidad de Misión Chaqueña, quienes pintaron en vivo durante tres días en la capital. 
Emilia Ferreyra es una joven wichi que terminó su secundario y vino a Salta para cursar una carrera universitaria en la Universidad Nacional de Salta.
Reinaldo, por su parte, comenzó su trabajo creativo como artesano de la madera haciendo delicados pájaros en miniaturas y hace unos ocho años se inició en la pintura siguiendo a su hermana Litania. Su trabajo describe las costumbres tradicionales de su pueblo y entorno. 
Todas estas pinturas serán para las generaciones futuras un registro de la cultura wichi y sus tradiciones y todas ellas cuentan con una explicación de los artistas sobre su obra.
“En estas pinturas el relato gira en torno a la naturaleza del hogar y a la confluencia comunitaria, plasmando mundos efímeros y eternos a la vez”, reza la invitación oficial para pasar por el lugar.
 

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