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El Norte necesita otra negociación laboral

Viernes, 29 de septiembre de 2017 00:00

El modelo argentino de negociación colectiva impuesto por la ley respectiva está altamente centralizado y resulta, en mi opinión, contrario al Principio de Libertad Sindical. Mientras que la centralización deriva de la paralela estructura de los sindicatos y de las cámaras empresarias, la colisión con la libertad sindical se produce a raíz del monopolio otorgado a quienes gozan de personería gremial y se refuerza con las prácticas que conducen al unitarismo sindical y patronal.

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El modelo argentino de negociación colectiva impuesto por la ley respectiva está altamente centralizado y resulta, en mi opinión, contrario al Principio de Libertad Sindical. Mientras que la centralización deriva de la paralela estructura de los sindicatos y de las cámaras empresarias, la colisión con la libertad sindical se produce a raíz del monopolio otorgado a quienes gozan de personería gremial y se refuerza con las prácticas que conducen al unitarismo sindical y patronal.

Se trata, pues, de un centralismo convalidado por decisiones consuetudinarias adoptadas por los principales actores del régimen sindical unitario (que en buena medida está replicado en la estructura organizativa de nuestra patronal).

Señalo, por poner un ejemplo significativo, que en Salta se negocian periódicamente solo dos o tres convenios colectivos de trabajo (en los sectores del azúcar y de la minería), con la curiosidad de que tales negociaciones se desarrollan en esta ciudad autónoma de Buenos Aires.

Las características y magnitudes del régimen unitario de negociación colectiva pueden verse en los trabajos de Aldao Zapiola que han puesto de manifiesto la preeminencia cuantitativa (medida en cantidad de trabajadores cubiertos) de los convenios colectivos de ámbito nacional.

Este sesgo unitario se ve con mayor claridad cuando se toma en cuenta la localización de las organizaciones productivas que pactan convenios de empresa o establecimiento (una modalidad en ininterrumpido auge desde los años de 1990).

Dicho en otros términos: la tendencia descentralizadora que traduce el aumento de los convenios regionales y de empresa, solo se verifica en el centro del país.

A su vez, las "ventanas" abiertas por la legislación noventista para favorecer la descentralización, no han sido utilizadas de manera significativa.

Consecuencias sociales

He señalado antes que, como muchos piensan, las normas orientadas a regular el trabajo asalariado en sus aspectos individuales y colectivos inciden en el reparto de la riqueza y en la distribución de los poderes sociales.

Es igualmente evidente que los diseños de los sistemas de relaciones laborales adoptados por cada país resultan influidos o condicionados por los respectivos modelos de producción (me refiero al capitalismo en sus diversas versiones y matices), tanto como por situaciones económicas coyunturales o internacionales y por las nuevas tecnologías.

Un ejemplo tomado de la "ingeniería laboralista" puede ilustrar esta idea: Una cosa es diseñar o reformar un sistema nacional de relaciones laborales en el marco de una economía de mercado, cerrada, con libertad cambiaria e inflación, y otra muy distinta es hacerlo dentro de una economía abierta, con paridad monetaria fija y precios estables. Por no citar sino algunos de los factores económicos que los expertos en políticas laborales han de tomar en consideración.

Estos vínculos condicionantes impregnan la tarea de esos "ingenieros laboralistas", vale decir, de los expertos sociales (no solo juristas) encargados de diseñar, reparar, hacer funcionar y modernizar los sistemas de relaciones del trabajo.

Pero lo que quiero poner aquí de manifiesto es algo quizá menos conocido. Me refiero a las consecuencias sociales o extralaborales que acarrean las regulaciones del trabajo asalariado.

Y no me refiero solo a las derivaciones que se traducen en empleo, desempleo, pobreza, decencia, indecencia o regularidad del trabajo; tampoco a las consecuencias puramente económicas de las regulaciones sobre el costo laboral unitario. Me refiero a los efectos que esas regulaciones producen, a mediano plazo, en las relaciones de familia y en el desarrollo de las personas.

Por supuesto no es este el momento de profundizar en este, para mí, apasionante asunto.

Por lo tanto, me limitaré a señalar que la decisión que adoptaron varios países en los años de 1990 (la Argentina entre ellos) de fragmentar el mercado de trabajo en dos segmentos -uno tutelado según los criterios tradicionales y otro reservado a jóvenes y mujeres que dispondrían de menores derechos laborales-, se tradujo, en los países más desarrollados, en una persistente caída en las tasas de natalidad y en la consecuente necesidad de "importar mano de obra".

Entre nosotros, y probablemente por la labilidad de las reformas, los efectos fueron bastantes diferentes. En cualquier caso, añadieron una nueva segmentación en el mercado de trabajo sin llegar a reducir los niveles de empleo no registrado. Esta relativa inocuidad, en términos de empleo, de las reformas intentadas en los noventa podría hacer pensar que la generación de puestos de trabajo depende, antes que de las reglas laborales, de la paridad monetaria, de los términos internacionales de intercambio, de las políticas de comercio exterior o, como no, de la evolución de la formación profesional y la productividad.

Concluyo este punto expresando que, a la hora de reformar las reglas laborales, además de pensar en la distribución de la renta y del poder, resulta conveniente o preciso pensar en la necesidad de promover y sostener formas de integración social, territorial y familiar.

El modelo sueco de bienestar

Hacia 1970 los socialistas suecos liderados por Olof Palme publicaron el manifiesto titulado "La familia del futuro: una política socialista para la familia", que habría de tener enorme influencia en las políticas sociolaborales impulsadas por la social democracia europea.

Aún cuando las dimensiones y calidades de nuestro Estado de Bienestar estuvieron y están muy lejos del horizonte sueco, este manifiesto y sus derivaciones llegaron también a influir en algunas fuerzas políticas y corrientes intelectuales argentinas.

Si bien en muchas partes del mundo se sigue pensando en el modelo sueco como el punto de llegada del bienestar y la felicidad, han comenzado a surgir, cuarenta años después, algunas reflexiones críticas.

 El ideal de independencia individual alcanzado en buena medida en Suecia, y otros países nórdicos, está siendo controvertido por recientes estudios que constatan que uno de cada dos suecos vive solo, y que uno de cada cuatro suecos muere solo sin que nadie reclame su cuerpo.
Tales constataciones están incrementando los llamados a revalorizar prácticas culturales y familiares con eje en la interdependencia de las personas.
Entiendo que estos llamados no pueden ser desoídos por los sistemas de relaciones laborales ni por las estructuras que son propias del Estado de Bienestar.
Me atrevería a dejar apuntada una hipótesis y una duda: 
La hipótesis: mientras que en el mundo desarrollado la ruptura del tejido social y de las relaciones interpersonales constructivas y pacíficas ha comenzado a producirse en las capas altas y medias que disfrutan de empleos estables y bien retribuidos, en las áreas más pobres del Norte argentino la incipiente destrucción del tejido social ocurre como consecuencia de la combinación letal de desocupación, narcotráfico, adicciones y violencia machista.
La duda: ¿no habrá llegado el momento de replantearse la decisión de concentrar la riqueza y el empleo en la “zona núcleo”, y generar un esfuerzo de reconstrucción del Norte argentino que contemple el fin de los privilegios de los que gozan los actores del régimen unitario de relaciones laborales y sindicales?
Sobre todo, ahora. Cuando el homo sapiens parece cerca de crear sus propios sucesores, y recrudecen las preguntas sobre la “mejora humana”. No sería entonces mala idea aventurarnos en la mejora del empleo, las relaciones laborales y el bienestar en la Argentina -que es también sus regiones extra pampeanas-, y definir en qué deseamos convertirnos. 
 En nuestra región, la destrucción del tejido social se debe a la desocupación, adicciones y violencia machista.

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