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Argentina y Brasil, vidas paralelas

Viernes, 05 de octubre de 2018 00:00

Los brasileños se preparan para celebrar el domingo que viene la que acaso sea la elección presidencial más polarizada de su historia. También protagonizan un signo de estos tiempos. Integran una sociedad fracturada. En Brasil, el conflicto fue siempre menos prestigioso que el consenso. Pero hoy se van borrando los matices.

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Los brasileños se preparan para celebrar el domingo que viene la que acaso sea la elección presidencial más polarizada de su historia. También protagonizan un signo de estos tiempos. Integran una sociedad fracturada. En Brasil, el conflicto fue siempre menos prestigioso que el consenso. Pero hoy se van borrando los matices.

Las encuestas muestran a dos candidatos principales. Jair Bolsonaro, un exmilitar reaccionario que vindica la dictadura de 1964 y defiende la tortura. Es un hombre que confesó que "jamás podría amar a un hijo homosexual" y se degradó ante una colega diputada diciéndole "no te violo porque no te lo merecés".

La principal alternativa a Bolsonaro es Fernando Haddad, la cara menos repudiable que encontró Lula da Silva para enmascarar, desde su prisión de Curitiba, las miserias morales del PT. Haddad, exalcalde de San Pablo, carga con el repudio a la corrupción que desnudó el caso Lava Jato.

Polarización por la negativa

Estos dos aspirantes principales a la presidencia no avanzan por la adhesión a sus figuras o programas. Cada uno es el instrumento del rechazo a su rival. Bolsonaro se presenta, a pesar de que desde hace años es legislador, como el verdugo de la política tradicional.

Haddad se ofrece como el freno a la regresión democrática que encarna Bolsonaro. Brasil está partido en dos mitades. Una vota contra la otra. Ese duelo cobija un mensaje para la Argentina.

En la última encuesta de la consultora Datafolha, publicada anteayer, Bolsonaro registra 32% de intención de voto. Cuatro puntos más que en la medición anterior. También bajó su índice de rechazo de 46 a 45%. Y por primera vez aparece como el favorito del segundo turno, que se celebraría el 28. Derrotaría a Haddad por 44 a 42%. El candidato del PT cayó a 21% de intención de voto. Estaba en 22%. Y el repudio a su figura aumentó de 32 a 41%.

Ibope publicó un sondeo ayer en el que Bolsonaro aparece con 32%, un punto más que en el anterior. El rechazo es del 42%. Haddad está mejor que en el trabajo de Datafolha: avanzó de 21 a 23%. Y lo repudia el 37%. Aquí sigue ganando el ballottage por 43 a 41%.

Es natural que las cifras sean dudosas. Por ser la última semana de campaña, hay demasiados indecisos. Cabe también presumir un gran caudal de voto vergonzante para ambos candidatos. Sobre todo para Bolsonaro, que es el que tiene mayor imagen negativa.

El contexto está, además, plagado de paradojas. Bolsonaro no hace proselitismo en las calles porque, debido a la puñalada que recibió a comienzos de septiembre, está encerrado en su departamento de Río de Janeiro. Ni siquiera podrá asistir hoy al debate de la cadena Globo.

¿Esa ausencia es un perjuicio o una ventaja? Se sabrá en el tramo hacia el ballottage, cuando se multipliquen los segundos de TV que le asigna la ley electoral.

La otra curiosidad es que las movilizaciones contra este ejemplar de la derecha más retardataria, centradas en su machismo y su xenofobia, no tuvieron el efecto programado. En el sondeo de Datafolha las preferencias femeninas hacia él subieron del 20 al 27%. Haddad, en ese campo, se mantuvo.

Enfrentados

La división brasileña es inquietante. Bolsonaro genera muchísima antipatía por su falta de valores democráticos. Llegó a decir que, si pierde, no aceptaría el resultado. El avance de su figura genera alarma en muchos adversarios del PT. Se especula con que Fernando Henrique Cardoso, líder del PSDB y crítico acérrimo de Lula, se pronunciará a favor de Haddad.

Su mano derecha, el politólogo Sergio Fausto, publicó anteayer en Piauí una crítica durísima al PT. Sin embargo, se destacan dos "detalles". Fausto afirma que, aun siendo defectuosas, las credenciales democráticas del partido de Haddad son superiores a las de Bolsonaro. También reclama que, antes de solicitar apoyos extrapartidarios para la segunda vuelta, el candidato de Lula debe diferenciarse del programa populista del PT. Fausto escribe algo muy significativo sobre el impeachment contra Dilma Rousseff: "No fue un golpe, sino un error, aunque hubiera fundamento constitucional, y tal vez también un pecado, que no hizo bien a la democracia...".

Haddad está dispuesto a tomar distancia de los sectores más radicales de su partido. Su principal rival, Bolsonaro, promete una política económica liberal, que sería encargada al ortodoxo Paulo Guedes. Pero él da señales de una marcha hacia el centro. Por ejemplo, la versión de que el prestigioso Marcos Lisboa sería su ministro de Hacienda.

Los mercados no exhiben la división que muestran las encuestas. Si bien esperan que gane Bolsonaro, cuando mejoran las perspectivas del PT, el real también se revalúa. Para los dueños del dinero cualquier gobierno es mejor que el de Michel Temer, que se retira con una aprobación del 2%.

Reflejo en la Argentina

Para la Argentina es una perspectiva interesante. Sobre todo para Mauricio Macri, que ve en el proceso brasileño un factor determinante de su propia peripecia. Los informes que envía el embajador Carlos Magariños desde Brasilia vaticinan que cualquiera sea el próximo presidente Brasil seguirá comprometido con el acuerdo Mercosur- Unión Europea.

Es posible que, si triunfa Bolsonaro, en la agenda bilateral adquiera relevancia la seguridad. El candidato está rodeado de generales retirados al lado de los cuales Patricia Bullrich parecería Rosa Luxemburgo. 
El resultado brasileño será manipulado en la Argentina. El kirchnerismo festejará un eventual triunfo de Haddad como un desenlace predictivo de su suerte electoral. 
La principal proyección de los comicios brasileños sobre la Argentina tiene que ver con su dinámica. La política en Brasil está dirigida por el rechazo a los principales líderes políticos. La imagen negativa manda porque garantiza la polarización.
¿Sucederá lo mismo en la política local? Un rasgo dominante del momento es el desprestigio de los principales candidatos. Según la última encuesta de Federico Aurelio, Cristina Kirchner tiene una imagen negativa de 59,4%; Macri, de 55,2%, y Sergio Massa, de 50,8%. La ratio de imagen positiva sobre negativa es de -16% en Macri, -18% en Massa y -22% en la señora de Kirchner. Vidal presenta, en ese estudio, una ratio positiva de 7%. Su imagen negativa es de 41,3%, pero la positiva es de 48,4%. Urtubey también muestra un cociente positivo: 37% contra 33%. Su problema: lo aprecian más los votantes de Cambiemos que los del PJ.
Isonomía realizó un estudio sobre la relación de imagen positiva/negativa por fuerzas políticas. De las tres corrientes dominantes, solo Cambiemos tiene un índice positivo: 5%. Hace un año ese número era 41%. El PJ no kirchnerista tiene -6%. Y Unidad Ciudadana, -27%.
Hay una encuesta más interesante, también de Isonomía. Evalúa los coeficientes de los principales actores de la política y los promedia. Esa ratio general era de 24% en febrero de 2016. Descendió a 0% en abril de este año. Hoy es de -5%.

Factores corrosivos 

La vida pública brasileña estuvo regida en los últimos años por dos factores corrosivos. Recesión y percepción de corrupción. Entre 2015 y 2016 el PBI brasileño se contrajo alrededor de 8 puntos. Y el desempleo pasó del 6 al 13%. Temer hizo reformas que mejoraron la inflación y el costo del dinero. Pero la desocupación todavía está en 12%. Y el déficit fiscal es de 7 puntos del producto. Cualquiera sea el próximo gobierno, deberá realizar ajustes sin tener mayoría en el Congreso. ¿Gradualismo?
Las comparaciones sirven para detectar los parecidos, pero todavía más para estudiar las diferencias. El proceso electoral tiene en la Argentina un aire de familia con el de Brasil. Se desarrolla en un contexto recesivo. Y la corrupción está en el centro de la agenda. Es verdad que allá arrastra a Temer. Aquí, la indignación se enfoca sobre el kirchnerismo.
¿Puede aparecer en la Argentina un Bolsonaro? No es necesario que se trate de un fascista. Alcanza con un profeta antisistema. Marcelo Tinelli tal vez sueñe con ocupar ese lugar, pensando más en Donald Trump que en su caricatura brasileña.
Las equivalencias son siempre traicioneras. Es posible que los argentinos ya hayan consumido una oferta antipolítica: Kirchner cultivó ese sesgo entre 2003 y 2005. Macri lo tuvo. Y aspira a no perderlo. Es la razón de su reticencia a cualquier acuerdo interpartidario. Más allá de los falsos parecidos, en la Argentina se está montando una escena que comparte una peculiaridad con la de Brasil. El nivel muy alto de rechazo hace que la disputa se polarice. La sociedad se ve obligada a optar por lo que considera el mal menor. Cualquier gobierno surgido de esa lógica tiene garantizada una debilidad desde el origen.
 

 

 

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