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Todos sabemos lo que pasa

Martes, 18 de diciembre de 2018 00:00

En este movimiento que se ve en los medios de comunicación sobre violaciones y abusos a jóvenes, y que se discute con intensidad, debemos preguntarnos ¿eso pasa solo en Buenos Aires y en las grandes capitales? ¿O también en Salta?

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En este movimiento que se ve en los medios de comunicación sobre violaciones y abusos a jóvenes, y que se discute con intensidad, debemos preguntarnos ¿eso pasa solo en Buenos Aires y en las grandes capitales? ¿O también en Salta?

Todas sabemos lo que pasa en Salta.

Los abusos son tabú. Son hechos obscenos (que deben quedar fuera de la escena, literalmente) y por eso se callan. Por eso vuelvo muy a menudo al "caso Salas", el de la violación de la niña wichi. No me enfoco ahora en lo que le pasó a esa niña y a su madre, que es la que impulsó la denuncia, sino cómo lo vieron los jueces que intervinieron en el caso. El fiscal y el juez imputaron y procesaron al violador; los jueces de Corte dijeron que no había delito. La sentencia no fue unánime, porque, aunque sola, allí quedó mi disidencia. Como miembro del máximo tribunal, sostuve que sí había delito. Y que no se estaba cumpliendo con el deber de aplicar el Derecho de niños, niñas y adolescentes.

Fue duro y complicado tener a todos los otros jueces que votaban conmigo, en contra; las presiones en las reuniones de Corte; las consecuencias no explicitadas pero con claros mensajes, como fue que me sacaran de la Escuela de la Magistratura. Todos sabían el porqué. Cuando la condena social fue insoportable, me repusieron. Muchos conocen las presiones que sufrió la defensora de Tartagal que acompañó a la madre a realizar la denuncia.

Tuve que mantener mi posición contra todos.

La sentencia es explícita, cuando jueces dicen que es "costumbre" que las niñas wichis sean violadas: ¿No son argentinas esas menores? ¿No son sujeto de Derecho?

Quienes se ocuparon de desmentirlo fueron los mismos wichis.

En ese momento yo pregunté el porqué de tanto respeto hacia esa ( supuesta) costumbre, y no la respetan cuando se trata de la tierra reclamada por los wichis. Creo, estoy segura, de que la verdadera cuestión era, simplemente, no penalizar al varón. No crear un precedente perjudicial para los hombres.

¿Pensar o no pensar?

Una vez, cuando yo no era jueza, sino contratada, viví una situación absurda, que habla con elocuencia de nuestra cultura política. Se me ocurrió decirle a un funcionario, delante de varios empleados, todos profesionales, la frase "yo pienso". Asombrosamente, me respondió que yo no tenía que pensar, que tenía que seguir lo que dice la política del gobernante. A despecho de la risa de todos y el aplauso generalizado, seguí pensando. Después me dijeron que yo ya no hacía falta. Me fui. Y sigo pensando.

¿Niña o chinita?

La cultura machista y discriminadora exhibida en el caso Salas se debió a que la víctima era "una india". "Una chinita cualquiera". Quizá inconscientemente crean que se trata de un destino inexorable: esas mujeres tienen que sentirse contentas de que las viole el patrón.

Por eso es tabú hablar de género. Lo ven como una ideología extranjerizante, que vendría a arrasar con las sanas costumbres imperantes, con un extraño equilibrio, con los patrones vistiendo las vírgenes de las procesiones y ¿violando a las chinitas?

Todos sabemos que estas cosas suceden. Hubo un caso resonante en Salta, que se supo porque se judicializó (y porque el hecho fue descubierto por la empleada de limpieza de un hotel alojamiento, donde el abusador estaba con una nena de 8 años).

Muchos otros nunca llegaron a la Justicia, porque los jueces eran los primos, tíos, hermanos de los acusados.

Señales de prepotencia

Una vez, una funcionaria comentó en una reunión social de abogadas que estaba cansada de que el jefe del organismo cada tanto le dijera "voy a necesitar a una determinada empleada" y daba el nombre. Esa empleada salía y regresaba a las horas con el pelo mojado. Ella no lo denunció ni la empleada tampoco: claro, esta era separada y con hijos y necesitaba el trabajo. Todos sabían lo que sucedía, nadie dijo nada. La funcionaria ya no está y la empleada sigue en el lugar, pero más aliviada porque el jefe tampoco está. Esa mujer, víctima de acoso y abuso laboral, adulta, se preguntaba y decía ¿a dónde lo voy a denunciar? Así era y así es la cosa (Aunque muchos no se expliquen por qué Thelma Fardín tardó nueve años en denunciar a Juan Darthés, y prefieran creerle a este cuando dice que fue acosado por una chica de 16 años).

Hace muchos años era secreto a voces que cuando varios jueces salían de una reunión, uno de los caballeros, mirando de atrás a una colega, comentó indiscretamente: “Qué mina! ¿Cómo me la voltearía!”.
Hubo risotadas masculinas y gestos de rechazo de las pocas mujeres que lo escucharon. “Es muy difícil denunciar a un señor. Lo escuché muchísimas veces, y he visto cómo son maltratadas las mujeres que se animan a decir no. En todos los lugares de trabajo, y también en los poderes del Estado que supuestamente están para proteger a los débiles. ¿Y las violaciones y abusos de jueces contra mujeres presas? ¿Y la resistencia de magistrados a juzgar a sus pares denunciados por violencia de género? Las presas políticas, muchas hijas de detenidas o exiliadas, en la dictadura, sufrieron el machismo de quienes debían cuidarlas
De eso no se habla. Pero son situaciones que las ahora mujeres las siguen sufriendo, y no lo cuentan, o si lo cuentan, con gran tristeza, se dan con la situación de que los violadores ya están muertos. Y a las que lo contaron les digo que les creo, les creo, que se dejen ayudar para que se empoderen, que no fue culpa de ellas, que fueron y son valientes, y que su vida es valiosa, y que procuren ser felices y puedan crear un ambiente familiar de felicidad. 
El machismo, la superioridad del hombre que eligen a las mujeres para cubrir determinados cargos y les hacen saber que les deben a ellos el lugar que ocupan. Las mujeres que saben que el poder lo tienen ellos, y se someten a ese poder para poder avanzar. Todos lo saben. Ojalá que la evolución de la cultura supere la violencia, las discriminaciones clasistas, el racismo y la xenofobia; que se comprenda que los derechos y las obligaciones son universales, sin diferencia ante la ley. Que pensar es un derecho de todos.
Las mujeres se animan cada vez más a hablar, a decir lo que piensan y lo que sienten, a denunciar el maltrato, el destrato, la violencia. Ojalá se sigan animando. Yo sigo pensando. Y pienso que el único camino posible es el de la democracia y la libertad. El sistema que nos permite escribir y decir esto, aunque nos cueste, y con la esperanza de expresar el pensamiento sin temor a represalias. Que prevalezca     el sentido de la libertad y del     respeto incondicional por el mandato de construir el bien común.

 

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