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El Sur también existe; ¿y la Argentina?... Hace unos pocos días, que parecen meses con la dinámica de la Argentina, nuestro país recibió al conjunto de naciones -que incluye la nuestra- conocido como G-20, en donde se habló de todo un poco, aunque probablemente no se propuso nada trascendente ni definitivo para el grupo. En cambio, se llevaron adelante importantes conversaciones bilaterales en extraña paradoja para un grupo que se supone debe establecer coincidencias de conjunto y, en especial, nuestro país, además de recibir nuevamente un espaldarazo de las naciones desarrolladas y otras que están bien encaminadas para serlo, obtuvo también promesas firmadas, que es lo importante, de valiosas y abultadas inversiones para el futuro próximo.
Sin duda, la reunión, tal vez no para el G-20 pero sí para la Argentina, fue, esta vez sí, trascendente, porque ratifica la confianza del mundo en nuestro país, lo que no es poco, porque, como le dijo una vez Mitre a Roca, cuando este le consultó sobre una idea de Pellegrini para resolver -¿qué raro, no?- un problema de abultadas deudas de nuestra economía de entonces que enfrentaba rechazos en el Congreso, "cuando todos están equivocados, todos tienen razón".
En este caso, la razón que tiene el mundo en apoyarnos, sea acertada o no, es de la mayor importancia, porque, aunque sea en una primera instancia, la decisión de Estados Unidos, Rusia y China de traer inversiones es una excelente señal, especialmente en las áreas donde estas inversiones están dirigidas.
¿Y después?...
Como es bien sabido, los tiempos de la política, en la Argentina, se manifiestan de una manera muy especial. En efecto, a veces unos pocos meses se presentan como una eternidad por ejemplo, el resultado probable de las elecciones internas y generales de 2019, pese a que no falta mucho para ellas, porque la dinámica de la política, alimentada por la economía, puede producir giros copernicanos en la opinión pública.
Recíprocamente, un fenómeno trascendente, como la reunión del G-20, no obstante los resultados valiosos recientemente mencionados conseguidos por la Argentina, se disipan casi instantáneamente, porque la "cosecha" de esos resultados favorables se verá dentro de muchos meses o años, a la vez que su impacto sobre la política es prácticamente nulo porque se diluye en la geografía nacional y tiene poca incidencia específica en el bolsillo del consumidor, que es el que decide en buena medida las elecciones en la Argentina, y en todas partes en definitiva. A los efectos prácticos el G-20 en términos de la política es como si no hubiera existido, no obstante que, si cuanto menos, nuestra estrategia exterior actual se mantuviera en el tiempo, sus resultados tendrían importantes consecuencias sobre la economía y el empleo, tanto por sus efectos directos las propias inversiones- como por los indirectos en términos de mayor ocupación y atracción de otras nuevas inversiones. Por supuesto, al haber más empleo, hay más consumo y florece nueva producción, y al mismo tiempo la llegada de inversiones y su materialización sirve de imán para otras que estaban agazapadas a la espera de que "alguien se animara".
La economía de 2019
Como se decía, el G-20, una vez pasada la última reunión en nuestro país, "no mueve el amperímetro", para usar una expresión común, porque en lo inmediato no altera el estado de cosas que se vive en el día a día.
Claramente, ese estado de cosas se manifiesta, principalmente, en la inflación, que si bien ha cedido un poco, como se analiza en los renglones siguientes no ha sido todavía derrotada. También se manifiesta en la caída consiguiente del consumo, del empleo que se ha debilitado, y de la pobreza que es imposible que pueda reducirse en este escenario.
¿De qué depende que la economía en 2019 vuelva a recuperarse?. Sin ninguna duda, de manera fundamental, de que la tasa de inflación disminuya razonable y lo más rápidamente posible, lo que significa que caiga a niveles de menos del 2% mensual y en descenso.
¿Podrá el actual diseño de política económica conseguirlo? La ortodoxia económica que, como se ha sostenido reiteradamente desde estas columnas, propone que la única causa de la inflación es el dinero que financia el déficit fiscal, confía en que sí, porque, efectivamente, se viene llevando a cabo un enorme esfuerzo para bajar drásticamente el déficit, tanto por convicción propia del Gobierno como porque los acuerdos con el FMI así lo exigen.
Desde la lógica ortodoxa, al ser el déficit fiscal financiado mediante dinero y al haber el Banco Central cortado la emisión monetaria, la inflación debería ceder.
El razonamiento oficial es en parte correcto, porque la astringencia monetaria se asocia con altas tasas de interés que reducen la inversión, a la vez que la inflación ha abatido buena parte del consumo y consecuentemente la producción.
Así, con menos ventas, las empresas se ven en mayores dificultades de trasladar en su totalidad las subas de costos tarifas y principalmente, el tipo de cambio, a los precios. No obstante, la lógica ortodoxa omite que, al igual que el Sur, los costos también existen y cuentan.
En efecto, nada hace suponer que tarifas, combustibles, gas, transporte, etc. hayan completado sus reajustes y esto, aunque la ortodoxia no lo admita, produce subas inmediatas en los precios por la concentración económica, aunque, “gracias” a la recesión, estas subas se amortigüen un poco.
Por otra parte, las altas tasas de interés, si bien se traducen en depósitos a los bancos de plazos fijos y similares, estos no fluyen luego hacia las empresas porque a estas no les es posible pagar estas elevadas tasas, y en cambio los bancos comerciales reciben letras del Banco Central que se remuneran a estas abultadas tasas, las que, de no reducirse oportunamente mediante una baja en la tasa de inflación, impactarían sobre la expansión monetaria que podría generarse y complicarían por su alto nivel la estrategia antiinflacionaria del Banco Central, y en este caso, la inflación podría dispararse por una compra masiva de dólares, que antes o después se trasladaría a los precios, como ocurrió durante 2018.
El as en la manga
En ausencia de un diagnóstico de la inflación que contemple los componentes de los costos, o bien, ante la dificultad de sostener eficazmente una elevada tasa de interés porque, aún a niveles altos, la incertidumbre puede llevar al público nuevamente a la compra significativa de moneda extranjera, los meses de 2019 serán muy complejos. Queda, probablemente, un as en la manga del Gobierno nacional y el de la Provincia de Buenos Aires, que consistiría en una fuerte expansión de la obra pública con recursos -que habrá que ver de dónde salen para no entrar en conflicto con los compromisos con el FMI- recursos que sin duda se concentrarán en el conurbano bonaerense, que es donde se aglutina la mayoría de votos que permite inclinar el resultado de la elección nacional del año próximo. Habrá que esperar y ver, pero la lógica política indica que esta alternativa tiene mucha probabilidad de cumplirse.