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Platón y la discusión sobre el aborto

Sabado, 11 de agosto de 2018 00:00

En la célebre alegoría que describe Platón en el Título VII de La República, un grupo de hombres encadenados por el cuello y las piernas en el interior de una caverna solo pueden ver las sombras de una serie de objetos que representan hombres y animales, y que son iluminados por el fuego de una hoguera.

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En la célebre alegoría que describe Platón en el Título VII de La República, un grupo de hombres encadenados por el cuello y las piernas en el interior de una caverna solo pueden ver las sombras de una serie de objetos que representan hombres y animales, y que son iluminados por el fuego de una hoguera.

Los prisioneros no conocen la realidad, tienen por tal a esas sombras de objetos que se proyectan en la pared de la caverna.

Esta ficción de la realidad es la que parece estar presente en la discusión sobre la legalización del aborto en Argentina.

En mi opinión, el punto de vista fervorosamente abrazado por la Iglesia católica y por quienes dicen defender "las dos vidas" constituye una ficción que recuerda a las sombras que se reflejan en la pared de la caverna de Platón.

Toda ley pretende regular la conducta humana para que se produzcan determinados efectos en el mundo exterior, pero no es la realidad. Un embrión en las primeras semanas de gestación no es un niño. Como una semilla recién plantada no es una planta. Pueden llegar a serlo en el futuro pero aún no lo son.

Tampoco el derecho positivo vigente equipara al embrión o al feto con quien ya nació. Se trata de un argumento retórico con envoltorio legal.

Hay una regla clásica de la interpretación de la ley que dice que no son aceptables aquellas interpretaciones que conduzcan a consecuencias absurdas o bien que colisionen con otras normas del ordenamiento jurídico. Si se considera que un embrión merece igual protección que un niño nacido habría que suprimir directamente la figura del aborto como tal porque la eliminación del embrión sería lisa y llanamente un homicidio. En el derecho civil, la adquisición de derechos tendría que ser plena desde la concepción, con lo cual el embrión tendría derechos sucesorios, aunque el embarazo no llegara a término o el feto naciera muerto.

No hay legislación en el mundo occidental que contemple esas hipótesis, pues se apartan de la realidad conduciendo a resultados disparatados, sencillamente porque es falso el presupuesto inicial: el embrión no es un niño.

La ficción legal de equiparar al embrión con un niño nacido deja de lado también el grave problema de salud pública que está involucrado en la cuestión. En Argentina los abortos clandestinos, cuyo número preciso se ignora pero se trata de cientos de miles, son la principal causa de mortalidad materna. Con ley o sin ley, los abortos existen y existirán. La disminución de ellos dependerá de la reducción de embarazos no deseados y eso es un problema de educación sexual y reproductiva, no del derecho penal. Resulta una actitud hipócrita escudarse en la ficción de que se están asesinando chicos y dejar las cosas como están.

La criminalización no evita los abortos, pero los arroja al campo de la clandestinidad. La ley de interrupción del embarazo temprano no procura que haya más abortos sino que los que existan sean legales, seguros y gratuitos para evitar riesgos a la mujer.

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