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21 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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La sexualidad en la condición humana

Miércoles, 29 de agosto de 2018 00:00

Si bien la sexualidad humana tiene de por sí un punto no educable, no gobernable por lo social, y algo de lo sexual es inasimilable al saber, hay aspectos que sí pueden ser atendidos y encauzados por la salud pública. Uno de ellos es la interrupción del embarazo, que más allá de los avatares de lo no domesticable de la sexualidad, constituye un problema sanitario concreto y urgente. Pero que haya un punto no educable del goce sexual, no significa que no deba haber educación sexual que atienda a los cuidados y disminuya los riesgos físicos y psicológicos.

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Si bien la sexualidad humana tiene de por sí un punto no educable, no gobernable por lo social, y algo de lo sexual es inasimilable al saber, hay aspectos que sí pueden ser atendidos y encauzados por la salud pública. Uno de ellos es la interrupción del embarazo, que más allá de los avatares de lo no domesticable de la sexualidad, constituye un problema sanitario concreto y urgente. Pero que haya un punto no educable del goce sexual, no significa que no deba haber educación sexual que atienda a los cuidados y disminuya los riesgos físicos y psicológicos.

La decisión

El marco legal, la institución sanitaria, la presencia del médico, implican no sólo una mayor seguridad a la hora de interrumpir un embarazo, sino fundamentalmente una instancia de regulación simbólica inclusiva.

Podemos observar que muchas mujeres que abortan, lo hacen no por una real libre elección personal sino más bien por angustia, en estado de pánico e indefensión frente al acontecimiento imprevisto del cuerpo y a lo real que se les hace presente. Sumidas en la pobreza y la marginalidad, desprotegidas, sin nadie que las escuche o apoye, con miedo a la reacción de su familia, en medio del vacío y la nada, con temor a perder el empleo, la seguridad económica, etc., se precipitan en un pasaje al acto en el intento de escapar de la angustia.

Por el contrario, la instancia legal, el ser escuchadas, el sentirse apoyadas y comprendidas, alojadas en lo simbólico, reconocidas y revaloradas como mujeres libres de decidir sobre su cuerpo, podría hacer que sus elecciones fueran también más libres, no condicionadas por la irrupción de la angustia e inclusive que algunas llegaran a revertir por propia voluntad sus decisiones.

La libertad

Porque el problema es que hoy las mujeres no son libres para decidir interrumpir un embarazo, pero tampoco, en muchos casos, libres de quedar embarazadas.

La desaprobación familiar o social, la estigmatización, la amenaza de la pérdida del trabajo, el no reconocimiento de los cuerpos como sexuados, conduce muchas veces a la soledad, a la desesperación y al pánico. Que la sexualidad humana tenga en su conformación un punto enigmático, refractario al saber y no educable por el discurso social, no significa que no deba haber educación sexual o que la interrupción del embarazo deba ser negada y deba permanecer en la clandestinidad, en las sombras, como un hecho maldito del cual no se quiere saber. El paso inicial para la resolución del problema, anterior a cualquier debate y argumentaciones a favor o en contra de la legalización del aborto, debería ser el reconocimiento de la mujer como ser sexuado y sujeto hablante con plenos derechos.

Está comprobado (sin necesidad de datos estadísticos,pero con coherencia semántica) que en los países que cuentan con la ley de interrupción del embarazo, baja el número de los embarazos no deseados y son mucho más efectivos los métodos anticonceptivos.

 En esos países hay mayor autorregulación y responsabilidad, disminuyen las interrupciones de la gestación y, por ende, disminuye el número de pérdidas de vidas humanas.
Si las posiciones en contra de la legalización del aborto, propugnan defender la vida y están, como anuncian, en contra de la muerte de los embriones (niños en gestación de acuerdo con una postura que debe ser respetada) ¿cuál es el proyecto alternativo que desde ahí se propone para evitar que, de hecho, se produzcan las 360.000 muertes de niños en gestación que se producen cada año en la Argentina?, ¿cuál es la propuesta para bajar el número de abortos (41 por hora) que se realizan en el país? La negación de una realidad tangible, el no querer saber de eso, indicaría que lo que las alienta es más una cuestión ideológica que humanitaria.
Se repudia la interrupción legal del embarazo pero nada se dice de los cientos de miles de abortos clandestinos (a los que se agrega la muerte de las madres) ni se ofrecen soluciones, lo cual vendría a revelar que para las posiciones contrarias a la legalización, no se trataría de un problema sanitario concreto y grave para resolver, sino más bien de un asunto situado en el plano de los ideales y de la tranquilidad fantasmática. Por el contrario, estar a favor de las dos vidas, debería implicar de entrada estar a favor de la interrupción legal del embarazo, porque ello traería seguramente la reducción considerable del número de abortos reales.
Por otra parte, hay un punto en donde el debate intercepta algo que atañe a la ontología. Si para salvar la vida de un ser en gestación, se sacrifica la decisión individual sobre la maternidad y hasta se arriesga la vida de otro viviente, en este caso la madre, que es anulada en sus derechos de decidir sobre el propio cuerpo y cercenada en su estatuto de sujeto, el problema se agudiza y la mujer deviene así a categoría de objeto, de mera máquina engendradora, paridora, que debe obedecer un mandado social aun a costa de su propia integridad y decisión. Por otra parte, no hay una solución que no sea dolorosa, se esté a favor o en contra de la legalización del aborto.

La moral y la salud
También en la moral kantiana hay un punto en donde, ante una encrucijada ética, la obediencia irrestricta e incondicional a un ideal moral, a cualquier precio, implica sacrificar al sujeto que de ese modo se vuelve contra sí mismo y su bienestar e inclusive contra la vida misma. Y sabemos que la obediencia irrestricta e incondicional a un mandato moral, contra viento y marea, conduce muchas veces a lo peor. Por ello, para salir del atolladero filosófico que no brinda una salida, es aconsejable atender prioritariamente la cuestión sanitaria.
Insistimos en que canalizar el problema por la vía de la salud pública, conlleva no sólo una mayor seguridad sanitaria sino también una tramitación simbólica inclusiva y un sinceramiento que sacaría un doloroso drama del cono de sombra, ilegalidad y negación en el que ha sido confinado desde épocas inmemoriales. Se disminuiría así el número de interrupción de embarazos. Pero todo debe partir del reconocimiento del deseo sexual y del estatuto de sujeto hablante en la condición humana. 
 

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