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Descarbonizar la economía

Sabado, 19 de enero de 2019 01:30

El mundo ya está dando los primeros pasos hacia una transición energética que no tiene precedentes, tanto por su dimensión como por la velocidad a la que deberá desarrollarse. Este proceso de cambio ha venido siendo impulsado tanto por la dinámica de la política global como por el vertiginoso desarrollo de las modernas tecnologías de las energías renovables.

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El mundo ya está dando los primeros pasos hacia una transición energética que no tiene precedentes, tanto por su dimensión como por la velocidad a la que deberá desarrollarse. Este proceso de cambio ha venido siendo impulsado tanto por la dinámica de la política global como por el vertiginoso desarrollo de las modernas tecnologías de las energías renovables.

En el plano político, una voluntad global mayoritaria se expresó de modo contundente a través del Acuerdo de París adoptado en 2015, que estableció un objetivo climático esencial: no superar un aumento de la temperatura promedio global de 2§ C. Ahora, cumplir ese objetivo significa, de manera inequívoca, el abandono de los combustibles fósiles para mediados de este siglo y su reemplazo por fuentes renovables y limpias. Los combustibles fósiles son la principal fuente de emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, la causa principal del calentamiento global. En tan solo 35 años, la "era del petróleo", en la que hemos vivido a lo largo de nuestras vidas, deberá cerrarse de manera definitiva.

Por otro lado, el veloz desarrollo tecnológico actual permite que la transición energética tenga un sustento sólido y prometedor. La madurez tecnológica alcanzada por las energías renovables y los dispositivos de almacenamiento ha permitido que se logren niveles muy altos de crecimiento en todo el mundo y una permanente baja en sus costos. Por su parte, la movilidad eléctrica, que ya ha despegado, augura un despliegue exponencial en los próximos años.

Tengamos en cuenta que durante los próximos 10 años deberemos reducir a la mitad nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, algo así como disminuir a la mitad el actual consumo de combustibles fósiles. La descarbonización impone un desafío doble, ya que se trata de una transformación profunda y que debe desarrollarse en forma veloz.

El tiempo del "gradualismo" climático, el de una transición suave, lo hemos perdido por la inacción de los últimos 20 años. Ahora debemos comenzar a reducir emisiones de manera drástica, a más tardar a partir de 2020. Este cambio abrupto genera dudas y temores justificados en la sociedad y desconfianza en el mundo político. Es necesario entender que surgirán tensiones importantes. La transición genera ganadores y perdedores, una economía nueva surge y otra, basada en los fósiles, debe terminar. ¿Habrá voluntad política, recursos económicos y dinamismo social suficiente como para hacer una transición justa, equilibrada y no traumática?

En el plano tecnológico no parecen existir mayores dificultades, más bien podemos inferir que tenemos las herramientas tecnológicas para acelerar la transición energética y, además, sus impactos económicos serán beneficiosos y sostenibles. El dilema político aparece en el corto y mediano plazo, ya que habrá que administrar pujas de intereses, descontento social, compensaciones diversas y construir liderazgos bien informados y comprometidos. Sin embargo, lo que ha comenzado a surgir por estos tiempos son expresiones políticas de rechazo a lo que se conoce como "acción climática", entendida como la adopción de políticas tendientes a descarbonizar la economía, buscando eludir responsabilidades, aferrarse al statu quo o, al menos, demorar los cambios el mayor tiempo posible. Es cierto que, desde el inicio de las negociaciones en torno al cambio climático ha existido una resistencia basada en el negacionismo, que no reconoce ni el fenómeno en cuestión ni la validez de la ciencia climática. Pero ese negacionismo fue mermando durante el proceso de negociaciones que derivó en el Acuerdo de París.

 

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