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26 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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Una noche bajo la luz de la Luna roja en los Valles Calchaquíes

Como pasa con los grandes amores, nos damos cuenta del cariño que sentimos por la Luna cuando ya no la vemos. 
Lunes, 21 de enero de 2019 18:46
Otra Luna roja ha pasado por el mundo y en Salta el cielo nublado no permitió verla.

Más o menos cerca de las 2 comenzó el enrojecimiento más profundo de la Luna. El eclipse se produjo por un período por suerte corto, rebajando el satélite que tanto nos acompañó en la nocturnidad de la vida, a convertirse en una pobre bola rojiza, sin la magia de la luz solar. Nuestro planeta se interpuso anoche entre la Luna y el Sol, produciendo uno de los fenómenos celestes más extraordinarios que podemos ver en la Tierra: una Luna de sangre. El proceso comenzó cerca de la medianoche, cuando el satélite natural de la Tierra entró en el cono de sombras que le proyecta la redonda silueta del planeta. De a poco, esa penumbra se fue comiendo el brillo que todas las noches alumbra el mundo hasta hacerlo desaparecer. Estamos en una finca privada del Valle Calchaquí, donde los cielos son limpios y es más probable que podamos ver el eclipse sin la interrupción de nubes, ni luces de ciudad. “¿Por qué no recuerdo otro fenómeno así que haya visto en mi infancia?”, pregunta uno de los presentes. “Son los medios de comunicación”, reflexiona otro. Puede ser. Mientras tanto, notamos que alrededor los animales e insectos han detenido sus letanías nocturnas, sumergiendolo todo en un silencio tan profundo como la oscuridad que nos rodea. Pareciera que la vida se ha quedado en ascuas, esperando el momento de inflexión en el que sus creaciones vuelvan a lanzarse con el bochinche de todas las noches. Por nuestra parte, intentamos encender una fogata con un tocón de cactus, pero es imposible. Pareciera que la oscuridad es tan pesada y real que se derrama sobre el fuego tragándose su pequeña luz de llama en medio de tanto universo. Alguien nota que sin embargo no es tan profunda la oscuridad. ¿Proyectamos una leve sombra? Si es así, la luz que la provoca viene de las innumerables estrellas de la Vía Láctea que en los Valles Calchaquíes parece ser más poderosa que en otras regiones. El grito desesperado de ¿un ave? que desciende por el lecho del río cercano es lo único que se escucha. Y es pavoroso. El animal está asustado por las nuevas condiciones y cada vez se acerca a la pobre luz de nuestra fogatita, como quien busca un faro en la incertidumbre de la tormenta. Su grito nos sumerge más en la congoja del momento. No queremos ni mirar esa roca redonda flotando en el espacio, que no tiene nada que ver con la brillante figura que inspiró a científicos, artistas, poetas y enamorados. Ahora todo parece estar dentro de un suspiro contenido. Incluso nosotros, que buscamos vivir la experiencia, no podemos escapar al sentimiento de pérdida. “¡Bueno, ya vamos!”, dice el propietario de la finca, frustrado por la infructuosa fogata y la pobreza de la Luna. “¿Esto hemos venido a ver?”, pregunta. Y de pronto, la Luna sale del cono de sombra y un punto de luz vuelve a iluminarla. Desde ahí va creciendo y creciendo en todo su esplendor de Luna llena. Y antes de que su redondez se termine de dibujar, de repente las llamas, por algún fenómeno desconocido, suben en columna al cielo como si fuera un recital de Pink Floyd. Y ahí se largan a cantar los bichos del monte, recién llegados a una fiesta en la que son invitados especiales. Y uno de los presentes toma la palabra y responde a la pregunta que flota en el aire: “Esto es lo que hemos venido a ver: un renacimiento”. La Luna, vuelve a tomar su trono en la noche.

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Más o menos cerca de las 2 comenzó el enrojecimiento más profundo de la Luna. El eclipse se produjo por un período por suerte corto, rebajando el satélite que tanto nos acompañó en la nocturnidad de la vida, a convertirse en una pobre bola rojiza, sin la magia de la luz solar. Nuestro planeta se interpuso anoche entre la Luna y el Sol, produciendo uno de los fenómenos celestes más extraordinarios que podemos ver en la Tierra: una Luna de sangre. El proceso comenzó cerca de la medianoche, cuando el satélite natural de la Tierra entró en el cono de sombras que le proyecta la redonda silueta del planeta. De a poco, esa penumbra se fue comiendo el brillo que todas las noches alumbra el mundo hasta hacerlo desaparecer. Estamos en una finca privada del Valle Calchaquí, donde los cielos son limpios y es más probable que podamos ver el eclipse sin la interrupción de nubes, ni luces de ciudad. “¿Por qué no recuerdo otro fenómeno así que haya visto en mi infancia?”, pregunta uno de los presentes. “Son los medios de comunicación”, reflexiona otro. Puede ser. Mientras tanto, notamos que alrededor los animales e insectos han detenido sus letanías nocturnas, sumergiendolo todo en un silencio tan profundo como la oscuridad que nos rodea. Pareciera que la vida se ha quedado en ascuas, esperando el momento de inflexión en el que sus creaciones vuelvan a lanzarse con el bochinche de todas las noches. Por nuestra parte, intentamos encender una fogata con un tocón de cactus, pero es imposible. Pareciera que la oscuridad es tan pesada y real que se derrama sobre el fuego tragándose su pequeña luz de llama en medio de tanto universo. Alguien nota que sin embargo no es tan profunda la oscuridad. ¿Proyectamos una leve sombra? Si es así, la luz que la provoca viene de las innumerables estrellas de la Vía Láctea que en los Valles Calchaquíes parece ser más poderosa que en otras regiones. El grito desesperado de ¿un ave? que desciende por el lecho del río cercano es lo único que se escucha. Y es pavoroso. El animal está asustado por las nuevas condiciones y cada vez se acerca a la pobre luz de nuestra fogatita, como quien busca un faro en la incertidumbre de la tormenta. Su grito nos sumerge más en la congoja del momento. No queremos ni mirar esa roca redonda flotando en el espacio, que no tiene nada que ver con la brillante figura que inspiró a científicos, artistas, poetas y enamorados. Ahora todo parece estar dentro de un suspiro contenido. Incluso nosotros, que buscamos vivir la experiencia, no podemos escapar al sentimiento de pérdida. “¡Bueno, ya vamos!”, dice el propietario de la finca, frustrado por la infructuosa fogata y la pobreza de la Luna. “¿Esto hemos venido a ver?”, pregunta. Y de pronto, la Luna sale del cono de sombra y un punto de luz vuelve a iluminarla. Desde ahí va creciendo y creciendo en todo su esplendor de Luna llena. Y antes de que su redondez se termine de dibujar, de repente las llamas, por algún fenómeno desconocido, suben en columna al cielo como si fuera un recital de Pink Floyd. Y ahí se largan a cantar los bichos del monte, recién llegados a una fiesta en la que son invitados especiales. Y uno de los presentes toma la palabra y responde a la pregunta que flota en el aire: “Esto es lo que hemos venido a ver: un renacimiento”. La Luna, vuelve a tomar su trono en la noche.

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