¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

24°
28 de Marzo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

La película de los aviones

Martes, 22 de enero de 2019 00:00

 

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

 

Los pasajeros que en la mañana del jueves 17 de enero se acercaron a los aeropuertos argentinos se encontraron con la novedad de que sus vuelos no saldrían como estaba previsto debido a un paro de pilotos. Quizás alguien les haya explicado que ese paro se hacía en contra de una resolución reglamentaria de la autoridad aeronáutica y no por una cuestión laboral. Como foto, es difícil de entender.

Todas las organizaciones, del tipo que sean, tienen una cúpula que las gobierna. En las organizaciones regidas por la política, hay normas que establecen cómo se conforman estas cúpulas, y en un sistema medianamente organizado eso se puede discutir y, eventualmente, cambiar siguiendo reglas estrictas. Lo contrario es la anarquía.

El control de una organización significa poder, algo difícil de definir, pero que implica, además del placer sensual de mandar, la posibilidad de llevar a cabo ideas propias con relativa facilidad, cierta posibilidad de acomodar la realidad a las ideas personales y el manejo de presupuestos, con todo lo que ello puede significar en la Argentina.

El sistema aeronáutico civil de la Argentina, desde 1943, estuvo dirigido por la Fuerza Aérea. Hay razones históricas, doctrinarias y hasta de simplificación administrativa para que esto haya sido así y que la decisión se haya tomado en ese momento.

Al principio no se discutió, y con el tiempo empezaron los inevitables cuestionamientos, que no pasaron a mayores hasta 1982. Con la llegada de la democracia, con una aviación civil que tenía un tamaño importante y fuerzas armadas desprestigiadas, comenzó un reclamo mucho más notable por parte de algunos sectores del quehacer aeronáutico, destacándose entre ellos los aeroclubes, los sindicatos, y parte de la llamada aviación general. Las empresas (de todo tipo) no se involucraron a fondo en esta discusión.

Uno de los centros de poder más importantes de la aviación civil es Aerolíneas Argentinas. Se trata de una empresa con un patrimonio de cientos de millones de dólares, presencia mundial, prestigio, influencia política y un déficit histórico astronómico que se enjuga con subsidios, no siempre bien determinados. En la vereda de enfrente estaba Austral, una empresa privada con buenas posibilidades de tener éxito, pero que siempre fue torpedeada para asegurar la primacía de la empresa estatal, porque el éxito (si lo hubiera) de Austral significaba el fracaso del sistema (de algún modo hay que llamarlo) de Aerolíneas Argentinas. Como consecuencia de estos manejos Austral llegó a la bancarrota en 1980 y fue nacionalizada, anunciándose después su privatización, que fue difícil.

El primer interesado en que no se privatizara Austral fue el sindicato de los pilotos de líneas aéreas, dirigido por gente de la empresa estatal. El tema era totalmente político, y se fue mezclando con la cuestión de que la administración de la aviación civil pasara a una autoridad civil. Los pilotos en general pensaban que cuando se produjera ese traspaso ellos formarían la cúpula de la nueva organización.

Después de múltiples escaramuzas, la gran batalla se dio en 1986, cuando los pilotos lanzaron un paro por tiempo indeterminado contra la privatización de Austral, aunque disimulado por un discurso confuso sobre cuestiones salariales. La respuesta empresaria fue contundente, ya que despidió a todos los huelguistas (eran 560) y salió a buscar reemplazantes por el mundo. Después de más de veinte días de inactividad, el gobierno medió en la cuestión, se reincorporó a los despedidos sin ningún tipo de sanciones, y quedó claro para todo que los pilotos de Aerolíneas eran el poder real dentro de la empresa.

Las cosas no cambiaron mucho durante el tiempo en que los españoles controlaron a la compañía con su hoy demostrada incompetencia.

La discusión por la aviación civil fue larga, pero en marzo de 2007 se creó la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC), con las atribuciones que antes había tenido la Fuerza Aérea en materia de aviación civil. Un año después, Aerolíneas/Austral pasó a depender nuevamente del Estado.

La guerra

Pero en ambos procesos ocurrió algo que no estaba en los planes de la comunidad aeronáutica, porque en vez de llamar a sus integrantes para conducir los nuevos organismos se llamó a políticos y empresarios de fuera del sector, que carecían de la más mínima experiencia en la materia. Décadas de lucha de pilotos, técnicos, controladores, empresas de aviación general, aeroclubes y demás protagonistas del vuelo por tener el control de su actividad se estrellaron contra una decisión de las más altas autoridades, que directamente los ignoraron. Y en esto no hubo mucha diferencia entre kirchnerismo y macrismo. Entonces fue la guerra por el poder, y el campo de batalla fue el transporte aéreo. Cualquier guerra consiste en aniquilar al enemigo para quitarle la iniciativa y la voluntad y reemplazarlas por las del atacante. Destruir el transporte es uno de los objetivos más antiguos de la ciencia militar, y eso no sólo se puede lograr con cruentos bombardeos estratégicos, un paro gremial o una simple asamblea pueden lograr el mismo efecto de modo muchísimo más económico. Eso fue lo que ocurrió el 17 de enero. Funcionó. Las autoridades del Ministerio de Transporte están militarmente derrotadas por los sindicatos. No pueden tomar ninguna iniciativa sin someterla a su arbitrio, y las cosas no se resuelven en la mesa de negociaciones sino en los halls de los aeropuertos, donde miles de pasajeros deambulan como refugiados posmodernos de una guerra que les es ajena.

 

 

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD