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Globalismo y Globalización

En Davos quedaron a la vista las diversas visiones de China y EEUU sobre el globalismo, entendido como ideología, y la globalización, como tendencia irreversible. 
Domingo, 27 de enero de 2019 00:55

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Un selecto cónclave que reúne anualmente a la elite mundial puede haber significado un salto cualitativo en su comprensión de la problemática planetaria y sus perspectivas.

Tal el balance de lo sucedido entre el 22 y el 25 de enero en la pequeña ciudad alpina de Davos, Suiza, donde 3.000 personalidades de alto nivel del mundo gubernamental, empresario, académico y político de los cinco continentes debatieron sobre la situación internacional bajo el ambicioso título de "Globalización 4.0: Configuración de una arquitectura global en la era de la cuarta revolución industrial". Fueron 350 sesiones de trabajo que contaron con la participación de expertos internacionales en distintas materias.

Pero esta reunión del Foro Económico Mundial marcó una diferencia con sus 48 ediciones anteriores: el consenso entre los participantes, miembros de una elite transnacional y cosmopolita con fuerte inserción en los sistemas de poder de sus respectivos países, acerca de que el avance irrefrenable de la globalización de la economía, impulsado por la aceleración de la revolución tecnológica, genera nuevas tensiones políticas que impactan negativamente en el escenario mundial.

Lo irreversible y la ideología

Klaus Schwab, cofundador y director ejecutivo de la entidad organizadora, definió el núcleo del problema al precisar la existencia de "distinciones sustantivas entre dos conceptos: globalización y globalismo". "La globalización es un fenómeno impulsado por la tecnología y el movimiento de ideas, personas y bienes. El globalismo es una ideología que prioriza el orden global neoliberal sobre los intereses nacionales. Nadie puede negar que estamos viviendo en un mundo globalizado. No obstante, afirmar que todas nuestras políticas debieran ser "globalistas' es muy discutible".

Es obvio que en 2016 la sorpresa del triunfo del Brexit en el referéndum británico y la victoria de Donald Trump en EEUU fueron un punto de inflexión en los acontecimientos mundiales, signado por la resurrección del nacionalismo como motor político en los países del Occidente desarrollado y reflejado en el avance de la "derecha alternativa" en la Unión Europea y en su réplica sudamericana, manifestada en Brasil con el ascenso de Jair Bolsonaro, uno de los invitados estrella en Davos 2019.

Trump sostiene que "rechazamos la ideología del globalismo y abrazamos la doctrina del patriotismo".

Ernesto Araujo, nuevo canciller de Brasil, es también un feroz crítico de las visiones globalistas.

La novedad introducida en Davos no estriba entonces en el descubrimiento de un hecho sino en el reconocimiento de su existencia por parte de una elite cosmopolita que empieza a evaluar las dimensiones de un fenómeno nuevo, que llegó para quedarse. Hasta ahora, la duda era si se trataba de una anormalidad pasajera o de una nueva tendencia histórica. El cónclave de Davos, que en sus anteriores conciliábulos tendió a pensar lo primero, esta vez se inclinó por la segunda.

La revancha de la política

Por ese motivo, Davos no fue una reiteración de las repetidas divagaciones de los tradicionales popes del pensamiento ortodoxamente liberal acerca de un supuesto "desviacionismo histórico", que condena a la decadencia a las democracias occidentales, semejantes a las interpretaciones plañideras con que algunos teóricos marxistas analizan tardíamente la desaparición de la Unión Soviética y el colapso del "socialismo real". Lo que apareció en este conciliábulo en los Alpes suizos es un esfuerzo de comprensión de la realidad, indispensable para la formulación de políticas adecuadas a las nuevas circunstancias.

Martín Wolf, editor jefe del Financial Times y uno de los principales promotores del Foro, señaló que "los hombres y mujeres de Davos deben pensar en cómo salvar el orden mundial de la ruina". A tal efecto, planteó "dos cuestiones fundamentales", cuya sola enunciación resulta extremadamente audaz para la idiosincrasia de su auditorio. La primera es que "la vida económica requiere estabilidad política" y que, por lo tanto, "las distintas políticas fiscal, monetaria y financiera deben hacer que el grueso de la población sienta que están teniendo en cuenta sus intereses". La segunda conclusión fue que "aunque me gustaría ver una mayor liberalización del comercio, tiene que hacerse en forma adecuada", porque "la política es arrolladoramente nacional y los resultados de las decisiones políticas deben satisfacer a la gente de cada país".

Esta visión de Wolf, así como el diagnóstico de Schwab sobre el globalismo, confirmado por las apreciaciones de Trump y Araujo, coinciden sugestivamente con el planteo del profesor Eric X. Li, un prestigioso académico de Shanghái que trabaja como consultor de empresas trasnacionales radicadas en China y suele oficiar de vocero oficioso del gobierno de Beijing ante los inversores occidentales. Li destaca que "hay una enorme diferencia entre el concepto de globalización y el concepto de globalismo. La globalización consiste en la reducción gradual de barreras al libre tránsito de mercaderías, capitales, tecnología y trabajadores. La globalización respeta la soberanía y los intereses básicos de las naciones y le da a cada Estado la posibilidad de trabajar para alcanzar efectivamente un mayor bienestar de su pueblo. Muy por el contrario, el globalismo es una nefasta ideología de dominación imperial impuesta por la elite estadounidense después de la caída de la Unión Soviética, a principios de la década del 90 del siglo XX. El globalismo es la tendencia a transformar el mundo a imagen y semejanza de Estados Unidos”. Esta mutación política que afronta Occidente está alimentada por un hecho estructural: la globalización de la economía ha beneficiado más a los países emergentes -en primer lugar, a China- que a las naciones desarrolladas. Surge entonces en Estados Unidos y Europa Occidental un nacionalismo defensivo contra el traslado de las inversiones de sus empresas a países con menores costos salariales, que a su vez invaden sus mercados con productos de bajo costo y promueven el desempleo de sus trabajadores, agravado en algunos casos por la competencia de la mano de obra inmigrante.
De allí que, en una explícita advertencia a su propio gobierno, Li consigne que “la elite política china debe entender con suma claridad el triunfo del presidente Trump y ayudarle entusiastamente a alcanzar sus patrióticos objetivos”, porque “el presidente Trump está forzado a mejorar el nivel de vida de decenas de millones de estadounidenses que en las últimas décadas han sido víctimas del globalismo corrupto impuesto por la elite”.
Este razonamiento realista, distante del globalismo ingenuo, explica que el presidente chino Xi Jinping busque afanosamente alternativas de negociación para eludir la amenaza de la Casa Blanca de desatar una “guerra comercial”, cuyos efectos tanto preocupan a los hombres de negocios reunidos en Davos. En el mundo de la globalización, la política se toma su revancha sobre la economía.
 

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