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Venezuela, en su peor crisis y al borde del colapso

Fundado el 21 de agosto de 1949.
Domingo, 27 de enero de 2019 00:55

La crisis que hoy atraviesa Venezuela desborda cualquier interpretación sesgada por la ideología política, pero no permite vislumbrar soluciones sencillas. Ni las invocaciones al diálogo, como el que propone el papa Francisco, ni la eventualidad de un precipitado llamado a elecciones garantizan una salida razonable.

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La crisis que hoy atraviesa Venezuela desborda cualquier interpretación sesgada por la ideología política, pero no permite vislumbrar soluciones sencillas. Ni las invocaciones al diálogo, como el que propone el papa Francisco, ni la eventualidad de un precipitado llamado a elecciones garantizan una salida razonable.

Este país, quinta potencia petrolera del mundo y primera en reservas de hidrocarburos, está en la quiebra, con una inflación que este año, según el Fondo Monetario Internacional se acercaría a 10.000.000% y esa decadencia arrastra a las instituciones políticas y genera una verdadera catástrofe humanitaria.

Los casi cinco millones de venezolanos que abandonan su patria son el testimonio de la incapacidad del régimen para abastecer de alimentos y medicamentos a su población. Los ingresos de divisas del país dependen en un 98% de la exportación de petróleo, pero la mala administración de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), sumada a la caída del valor del crudo y al auge del shale gas y oil, han reducido la producción venezolana a su mínima expresión. Ni antes ni después de Chávez, este país tan entrañable para los argentinos ha logrado superar la dependencia del petróleo, y está atado a su suerte.

En este escenario dramático, movilizaciones multitudinarias de la oposición desconocen a Nicolás Maduro como presidente. A las protestas de las clases media y alta se han sumado ahora los barrios más humildes, acuciados por el hambre y la precariedad.

A nivel internacional, el "Grupo de Lima", encabezado por Brasil y Argentina, Estados Unidos y muchos países europeos han reconocido al presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como presidente provisional.

El 10 de enero la Organización de los Estados Americanos había declarado ilegítima a la nueva gestión presidencial de Maduro, que se iniciaba ese día. El nuevo mandato es impugnado, en primer lugar, porque la convocatoria a las elecciones de mayo de 2018 no fue realizada por la Asamblea Nacional, sino por una Asamblea Constituyente, absolutamente chavista, instrumentada por Maduro para anular al parlamento con mayoría opositora. Estas medidas fueron legitimadas por un Supremo Tribunal de Justicia subordinado al régimen y que reemplazó a los magistrados que se vieron obligados a exiliarse. Esas elecciones no fueron transparentes, debido a que los principales referentes opositores estaban (y continúan) presos, sus partidos convocaron a la abstención y no hubo veedores internacionales.

Hoy el oficialismo venezolano cuenta con el apoyo de China y Rusia, con fuertes intereses comerciales y militares en el país caribeño, y de las autocracias de Turquía, Cuba, Corea del Norte, Nicaragua y algunos otros países, como México, Uruguay y Bolivia, cuyos presidentes tienen afinidad con el hoy declinante ideal bolivariano.

La situación es desesperante: la alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la expresidenta chilena Michelle Bachelet, alertó sobre posibles "consecuencias catastróficas", y exigió controlar e investigar los incidentes violentos que ya han generado más de 26 opositores muertos en dos días y centenares de detenidos.

La crisis venezolana tiene alto impacto internacional, en primer término por la presión de millones de venezolanos que buscan asilo en Brasil, Colombia, Ecuador y en otros países. Es necesario contextualizarla en un mundo globalizado, con un nuevo orden mundial en gestación. Tanto el surgimiento del chavismo como el grotesco declive que expresa Maduro son la consecuencia de desequilibrios económicos y sociales que se registran desde el final de la Unión Soviética, hace tres décadas, y que ponen en jaque a la democracia representativa y a los partidos tradicionales.

La autocracia, el mesianismo y la estrategia beligerante de los populismos, tal el caso venezolano, no son una solución, sino una regresión a los fascismos del siglo XX. Por ese motivo, más allá del desenlace en ese país, la democracia, como sistema de participación libre, representación genuina y calidad de vida, necesita tomar recaudos para evitar los mesianismos, de derecha o de izquierda, que hoy pululan en el mun do al amparo de una crisis profunda de la cultura política.

 

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