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El país de lo incierto

Mientras en el espacio público se cultiva un     estilo catastrofista y mesiánico, que distorsiona los verdaderos problemas de fondo, vivimos en     una nación que no logra salir de un ciclo de ilusiones y fracasos. 
Jueves, 03 de octubre de 2019 23:36

Igual que muchos, creo que son tiempos de incertidumbre para la Argentina de los próximos años, para tomarse un respiro y recapacitar con calma y sin apasionamiento. Como casi siempre, desde que nacimos, los argentinos del presente vivimos en un país que se caracteriza por la sinrazón, el desatino, el desconcierto, la inconstancia y el despropósito.

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Igual que muchos, creo que son tiempos de incertidumbre para la Argentina de los próximos años, para tomarse un respiro y recapacitar con calma y sin apasionamiento. Como casi siempre, desde que nacimos, los argentinos del presente vivimos en un país que se caracteriza por la sinrazón, el desatino, el desconcierto, la inconstancia y el despropósito.


 Lo más insospechado por estos pagos se convierte en algo posible y después en realidad. Ya casi nada nos sorprende o nos encuentra desprevenidos, por lo menos a los más informados, que por eso somos también los menos vulnerables. Cuando se viene la noche los más desprotegidos son olvidados y quedan a merced del Todopoderoso, que no es precisamente el Estado. 
Esto, más allá de los albures del proceso electoral y del resultado que nos depare, que en cualquier parte comprensiblemente genera cierta expectación e intranquilidad, pero que para la Argentina fluctuante ha dejado de parecer un tiempo de esperanza, de renovación, de alternancia, y por qué no, de posibilidad de rectificar el rumbo, para transformarse en una paranoia colectiva.
Se ha arraigado la idea de que lo nuevo necesariamente tiene que ser fundacional, como si los representantes del pueblo no fueran institucionalmente continuidad de quienes los antecedieron.
 ¿Acaso si no se “inaugura” un nuevo ciclo está destinado al fracaso? Algunos gustan llamarle “falta de políticas de Estado”. 

  Realidad y exaltación de la crisis

Comparto obviamente la consigna de que “hay que visibilizar todo”, pero me molesta ver cómo algunos medios y periodistas irresponsables se pasan de la raya, exageran todo y dramatizan las cosas, en una desquiciada carrera por la desvergüenza.
Que no se malinterpreten mis palabras.
Claro que indiscutiblemente hay crisis, pobreza, hambre, miseria, alta inflación, y tantísimos problemas más, que provocan fundada preocupación. Negarlo sería una estupidez.
 Deben ser atendidos o por lo menos mitigados a la brevedad, porque hay quienes de verdad la pasan mal y sufren carencias extremas.
¿No basta describir y mostrar objetivamente la realidad, que ya es grave? ¿Es necesario magnificarla? 
Creo que nada justifica que las serias dificultades que existen se lleven a un nivel de paroxismo y enajenación que, además de faltarle el respeto a los más necesitados, provoca hartazgo porque implica casi un juego de incitación a la alteración del orden y a la violencia de un pueblo ya irritado con justa razón. Quizás el juez Ramos Padilla quiera investigar si no hay una conspiración periodística detrás de esto. 
Considero un delirio que haya quienes hablen de hambruna, quizás por ignorancia o porque responden a intereses inconfesables.
Ojalá que nunca lleguemos a ese desesperante estado, como lo vivieron la Unión Soviética post revolucionaria, la China maoísta, Haití, Etiopía u otros países. Me parece un absurdo que se repitan hasta el cansancio frases como “crisis terminal”, “derrumbe total”, “colapso absoluto”, “ruina sin precedentes” o “caos angustiante”.
 No leyeron nada sobre la hiperinflación de la República de Weimar, donde la depreciación de la moneda, el aumento del costo de vida, y los índices de desempleo llegaron a niveles realmente exorbitantes. Ni siquiera sobre los sufrimientos provocados por la Guerra Civil Española. 
La competición por ser el primero en dar la primicia catastrófica nos coloca como sociedad en un estado de psicosis constante y generalizada, de lo cual no reaccionamos.
Las opiniones mesuradas, sensatas, atinadas y prudentes no tienen cabida -según dicen- porque no es lo que pide la audiencia y exige el rating.
Deseo que nunca debamos reconocer que tenían razón aquellos que vaticinan que la Argentina de la comodidad, la abundancia y el bienestar sin sacrificio, solamente va a salir a flote cuando haya atravesado un sufrimiento verdaderamente doloroso.
Por de pronto, seamos honestos y aceptemos que en el conflicto bélico de 1982 fuimos casi espectadores con un ojo en la televisación de los partidos de un mundial de fútbol. 

 Esencia del problema

Es una cuestión que viene de hace mucho tiempo, pero que indiscutiblemente se ha venido agravando con el paso de los años. Creo que como mínimo se remonta a las últimas cinco décadas. Penosamente los argentinos nos hemos ido acostumbrando, sin que nos extrañe, a la inestabilidad, a la excepcionalidad, a los disparates más impensados, y al fenómeno de la irregularidad como algo normal y corriente. Se respetan poco la ley y la autoridad. La montaña rusa de la economía, la política sin rumbo perdurable, las frecuentes crisis, el retroceso en el mundo de la producción, del trabajo, de la educación, la ciencia y la cultura, y la decadencia en la moral individual y social han hecho profundos estragos de difícil solución. 
¿Síntomas? Sucesivos gobiernos providenciales, creencia en el líder mesiánico que todo lo dará - y gratis, sin esfuerzo ni sacrificio - , fracaso de un plan económico tras otro, vaivenes pendulares, carencia de un rumbo claro, desinversión, desaparición del ahorro, falta de una moneda fuerte, altas tasas de inflación, emisión descontrolada, el mal endémico del endeudamiento externo e interno, déficit fiscal crónico, incumplimiento de los compromisos, desempleo e incremento de la pobreza y el hambre.
Encienden alarmas circunstanciales, y sólo nos han enseñado a protegernos a nivel individual y no como sociedad. Cuando logramos a duras penas levantarnos un poco, no nos damos cuenta cuánto hemos descendido, nos entusiasmamos con ligereza, suponemos que el desarrollo, la prosperidad y el crecimiento sustentable están a la vuelta de la esquina porque “Dios es argentino”, y volvemos a confiar irracionalmente, sólo para volver a caer nuevamente en la frustración y el pesimismo

Con facilismo asumimos que siempre la culpa es de otro... Nunca nos ponemos a pensar en conjunto en las verdaderas causas y problemas de fondo, y menos aún, en ponernos de acuerdo sobre algunos puntos básicos para encarar seriamente las soluciones reales y definitivas.
 Siempre terminan prevaleciendo intereses mezquinos, tal vez porque no tuvimos verdaderos estadistas. 
Desde afuera, los gobiernos extranjeros, diplomáticos, organismos internacionales, investigadores, estudiosos y analistas políticos y económicos, no se explican cómo y por qué desperdiciamos nuestro potencial y pudimos caer tan bajo.
 Nos ven como el alcohólico incurable que no puede abandonar la bebida.

Desenlace

No estamos destinados al éxito ni al fracaso. En forma colectiva depende de nosotros enfrentar la adversidad y encontrar una salida ventajosa y duradera.
 A mi humilde criterio, eso no ocurrirá si no actuamos con inteligencia. Hay que aprender de los errores de diagnóstico cometidos y repetidos, no esperar soluciones mágicas y fantásticas, entender que se debe cuidar cada centavo y no derrochar, comprender por qué los cerebros quieren emigrar y los capitales (nacionales y foráneos) fugarse, y que el paciente se muere si seguimos tratándolo con parches y analgésicos. 

Superar el desafío

¿Seremos capaces de superar el desafío? Debemos salir de la incertidumbre y convertirnos en confiables, aunque la tarea sea monumental y lleve años.
 Una probable solución pueda ser apostar por la educación, no tanto enciclopedista, sino basada en valores, como el orden y el respeto al otro, y la solidaridad.
 Y darle prioridad al conocimiento, la ciencia, la tecnología, la investigación, la computación, la robótica, la innovación y la creatividad, que es lo que el mundo globalizado va a demandar en el futuro. 
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