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Interrogantes sobre la convivencia en el poder

Domingo, 15 de diciembre de 2019 00:00

En sus primeros pasos como presidente, Alberto Fernández muestra una autonomía de vuelo que puede ser decisiva. Y es importante hacia dentro de la alianza de gobierno que conforma con la expresidenta. Las medidas anunciadas, tales como el aumento de las retenciones, el desdoblamiento del dólar o la emergencia laboral pueden ser discutibles. Una cuestión de fondo es si en este gobierno prevalecerá el mesianismo expresado en las cadenas de Cristina Fernández, en las procesiones litúrgicas de La Cámpora o en las maniobras de los exhumados Agustín Rossi y Carlos Zannini. Es difícil, casi imposible, aunque esto podría generar un choque de planetas con pocos precedentes en nuestra historia.

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En sus primeros pasos como presidente, Alberto Fernández muestra una autonomía de vuelo que puede ser decisiva. Y es importante hacia dentro de la alianza de gobierno que conforma con la expresidenta. Las medidas anunciadas, tales como el aumento de las retenciones, el desdoblamiento del dólar o la emergencia laboral pueden ser discutibles. Una cuestión de fondo es si en este gobierno prevalecerá el mesianismo expresado en las cadenas de Cristina Fernández, en las procesiones litúrgicas de La Cámpora o en las maniobras de los exhumados Agustín Rossi y Carlos Zannini. Es difícil, casi imposible, aunque esto podría generar un choque de planetas con pocos precedentes en nuestra historia.

Fernández definió un gabinete con bastante de su sello. Es difícil imaginar a Santiago Cafiero, Martín Guzmán, Matías Kulfas, Gustavo Beliz, Vilma Ibarra o Felipe Solá cantando "avanti, morocha".

Más allá de legítimas deferencias de Alberto hacia Evo Morales y Lula, y a pesar de las inconsistencias de los gobiernos neoliberales, el proyecto bolivariano es pasado. Sin duda, en la región se vivirá una etapa difícil, diferente e impredecible. La vicepresidente, sin embargo, mantiene su estilo. Y el presidente deberá afianzarse porque la convivencia tiene aspectos muy críticos.

La descortesía de Cristina durante el traspaso de mando, con gestos de desprecio hacia Mauricio Macri no es más que eso, una descortesía. Sus acólitos podrán decir que ella no puede saludarlo ya que, creen, los procesamientos y los pedidos de prisión preventiva son un invento ideado por el presidente saliente.

El creyente (de cualquier credo) cree contra toda evidencia, y los jueces federales no ponen mucho empeño en convencer a los justiciables de que solo los guía el rigor jurídico.

Para analizar la realidad institucional argentina sin anteojeras ni camiseta hay que calibrar lo que significa que se califique a los ex funcionarios como "presos políticos". Si son inocentes, es un desastre. Si son culpables, otro desastre. Un país que no cree ni en la ley, ni en los jueces, está a un paso de no creer en nada o de creer cualquier cosa.

Pero nada hace suponer que Cristina esté ofendida por todo esto (lo cual tendría un costado razonable). Hace cuatro años hizo algo mucho más grave, cuando se negó a traspasar los atributos del mando a Macri. En su libro "Sinceramente" explicó, a su manera, que lo hizo porque lo sentía como una claudicación. El martes (siete meses después de la presentación del libro en la Feria) dio otra versión; dijo que los jueces le habían impedido participar de la ceremonia de traspaso. Fue en una carta, a la que nadie otorgó relevancia.

Frente a los jueces de Comodoro Py, los amenazó diciendo que "las respuestas las tendrán que dar ustedes" y luego afirmó "la historia me absolvió". La frase original se atribuye a Fidel Castro y la habría pronunciado el 16 de octubre de 1953, cuando a la revolución cubana le faltaban casi siete años y Cristina Fernández tenía diez meses. Hay varias diferencias: Castro era un revolucionario, nunca ganó una elección y, en ese momento, ante los jueces, habló en términos de futuro: la historia me absolverá. Como se sabe, la historia no lo absolvió: para algunos fue un gran estadista y para otros, un déspota.

Detrás de estos episodios, que hablan de una actitud personal de la vicepresidente, se insinúa un problema político. Mientras Alberto Fernández convoca a "cerrar la grieta", su compañera de fórmula se esmera en profundizarla.

La convivencia no está garantizada. En el verdadero territorio de los K, Buenos Aires, gobierna Axel Kicillof. El exministro de Economía muestra como gobernador el perfecto perfil del dirigente estudiantil, con frases insólitas como: "Si un jubilado no puede pagar una tarifa, es saqueo". El problema para Fernández es que en la provincia más grande del país se mueve también Máximo Kirchner, el delfín de la dinastía a quien no lograron instalar ni en 2015 ni en 2019, pero lo imaginan presidente en 2023.

Es probable que Alberto esté hoy más preocupado por completar su mandato que por conseguir la reelección. Pero si le va bien, allí va a tener un hueso difícil de roer.

 

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