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“Los grupos radicalizados y violentos no seducen a los argentinos”

Miércoles, 03 de abril de 2019 01:56

En medio de un clima de escepticismo, en un escenario dominado por la certeza de que la sociedad está polarizada y que “la grieta” es absoluta, el sociólogo Marcos Novaro ofrece una bocanada de optimismo. En su mirada no aparecen amenazas graves a la democracia y sostiene que “la crudeza de la crisis no se está expresando en bronca, sino en tristeza, y yo creo que eso manifiesta realismo”.
Novaro cree que la ciudadanía sabe “que vienen tiempos difíciles y no se deja seducir por el facilismo”. Tampoco por la violencia. En este contexto, de su libro “El caso Maldonado” se infieren una serie de conceptos que resultan disruptivos en el discurso político contemporáneo. Lejos de las posturas radicalizadas de izquierda o derecha, cuestiona la actualidad de los organismos de derechos humanos: “Se convirtieron en defensores de ciertos tipos de víctima y perdieron la visión de universalidad de esos derechos”.
También considera que el intento del CELS y de otras entidades por instalar el caso Maldonado como una desaparición forzada “concluyó en un papelón”. En este episodio apareció la violencia de grupos vinculados a facciones políticas. Y la violencia, opina, es rechazada por la mayoría de los pueblos originarios y por la sociedad, incluso por los grupos de activistas enmarcados en la oposición al actual gobierno.
Con una amplia carrera académica, el investigador del Conicet es autor de una de las mejores historias de la dictadura militar y un ensayo de Política y Poder en el gobierno de Menem, ambos con Vicente Palermo. Entre otros trabajos de su autoría, el año pasado publicó en Edhasa “El caso Maldonado (La tragedia, la fábula y el futuro de los derechos humanos)”, una crónica de absoluta actualidad con perfiles de ensayo político.

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En medio de un clima de escepticismo, en un escenario dominado por la certeza de que la sociedad está polarizada y que “la grieta” es absoluta, el sociólogo Marcos Novaro ofrece una bocanada de optimismo. En su mirada no aparecen amenazas graves a la democracia y sostiene que “la crudeza de la crisis no se está expresando en bronca, sino en tristeza, y yo creo que eso manifiesta realismo”.
Novaro cree que la ciudadanía sabe “que vienen tiempos difíciles y no se deja seducir por el facilismo”. Tampoco por la violencia. En este contexto, de su libro “El caso Maldonado” se infieren una serie de conceptos que resultan disruptivos en el discurso político contemporáneo. Lejos de las posturas radicalizadas de izquierda o derecha, cuestiona la actualidad de los organismos de derechos humanos: “Se convirtieron en defensores de ciertos tipos de víctima y perdieron la visión de universalidad de esos derechos”.
También considera que el intento del CELS y de otras entidades por instalar el caso Maldonado como una desaparición forzada “concluyó en un papelón”. En este episodio apareció la violencia de grupos vinculados a facciones políticas. Y la violencia, opina, es rechazada por la mayoría de los pueblos originarios y por la sociedad, incluso por los grupos de activistas enmarcados en la oposición al actual gobierno.
Con una amplia carrera académica, el investigador del Conicet es autor de una de las mejores historias de la dictadura militar y un ensayo de Política y Poder en el gobierno de Menem, ambos con Vicente Palermo. Entre otros trabajos de su autoría, el año pasado publicó en Edhasa “El caso Maldonado (La tragedia, la fábula y el futuro de los derechos humanos)”, una crónica de absoluta actualidad con perfiles de ensayo político.

El caso de Santiago Maldonado es interesante como expresión de la forma en que funciona la instalación de noticias en la política contemporánea. ¿Cómo lo percibe?
En primer lugar, como una experiencia de que el aparato judicial tarda, pero en ocasiones sirve para garantizar a cada quién sus derechos. Creo que institucionalmente el caso ha dejado un buen saldo porque, aunque tarde, pero se resolvió y es un indicio positivo este desempeño judicial, con una Justicia que muchas veces decepciona. Es decir, el triste episodio sufrido por Maldonado nos muestra un paso adelante en el Estado de Derecho.

En un contexto casi dramático...
El desenlace chocó con el relato que se montó desde el inicio, tratando de generar desconfianza con una crítica salvaje al gobierno. Se quiso crear la idea de que estamos en una época comparable a la dictadura, donde es posible violar los derechos humanos y hacer desaparecer personas. Y el resultado fue lo contrario: no hubo violación de derechos humanos, ni el Estado fue incapaz de desentrañar lo ocurrido.

Fue muy explícito el entramado para instalar el hecho como reedición de la dictadura. Una falsa noticia.
Hubo una primera intención en esa dirección, y tuvieron un éxito inicial por la desconfianza que inspiran las instituciones, en particular, las fuerzas de seguridad. Era fácil suponer que a los gendarmes se les había ido la mano y después escondieron el cuerpo. La desconfianza generalizada es indicio de una frustración con las instituciones; la gente tiende a descreer y ese escepticismo obligó a la Justicia y las instituciones a ponerse firmes, investigar y esclarecer.

¿Lo positivo?
Es que funcionaron las instituciones y quedó en claro que no todo es igual.
 
El tema de los derechos humanos está condicionado por la utilización política que de ellos se hace. Parece que se corrobora la idea de que “la izquierda da fueros”...
El caso Maldonado fue un papelón del CELS y los organismos, y no hubo autocrítica. Aquí había un corte de ruta, un ingreso a una tierra en disputa y un grupo de gente que se enfrentaba a cascotazos con los gendarmes. Los organismos, en este hecho, han cruzado el Rubicón y adoptaron una posición muy facciosa. Ellos son defensores de ciertos tipos de víctimas, y están sesgados políticamente. Y no tienen el menor interés en tener diálogo con sectores de la sociedad que los miran con desconfianza.

¿Cuál sería el punto de inflexión?
Cuando rompieron lanzas con Alfonsín y con el sentido universal de los derechos humanos. De derechos para todos los seres humanos. Los organismos desdeñaron el liberalismo político y la Constitución y ahora limitan su mirada a la defensa de su gente. No tiene arreglo: son albaceas de una memoria facciosa, y por eso el 24 de marzo es la expresión de una facción política.

Un sector de la izquierda que se apropia de la memoria.
La conmemoración de la dictadura está sesgada. Como decía Néstor, se usa para dar certificado de inocencia y virtud moral a toda la gente que participa de ella, y para ocultar que la violación de los derechos humanos no nació el 24 de marzo, que la historia es mucho más compleja y que el peronismo queda absuelto con la invocación de esa fecha. Néstor la tenía muy clara: fue la vía que él mismo ofreció al peronismo para lavar culpas y abrirle las puertas del cielo. Por allí pasaban quienes tenían culpas por sus vínculos con la represión peronista, con el menemismo y con la corrupción. Esa fue la función de los derechos humanos para Néstor Kirchner.

Según los testimonios que se recogen en Santa Cruz, Néstor no creyó en los derechos humanos hasta 2003.
Y después tampoco. En eso hay una diferencia con Cristina, que parece un poco más sincera en su ideologismo y en su visión desmesurada del mundo. En el primer acto de la Esma Néstor les dijo a los gobernadores que no fueran al acto y luego, a uno por uno, les exigió que entraran a ese “santoral”. Y muchos bajaron la cabeza y se entregaron. No querían que los pusieran del lado de los represores y los malditos.

A pesar de que, en su momento, fue el gobernador con vínculos históricos más profundos con las fuerzas armadas.
Y de que Cristina prohibió las jornadas de la Memoria en las escuelas de Río Gallegos.

El caso Maldonado nace del conflicto mapuche...
En nuestro país la población aborigen, la criolla y la extranjera se han fusionado y las organizaciones indígenas tienen menos fuerza y menos espacio que en otros países vecinos. Acá son muy pocos y la mayor parte de las comunidades mapuches de Neuquén son clientes de estructuras políticas. En el caso de las tierras de Benetton, se trata de desprendimientos de comunidades establecidas, que no los acompañan. Es lo que pasó con la asamblea de comunidades de Chubut, a las que Jones Huala no podía ir, porque lo echaban. 

Los diaguita calchaquies de Salta dependen de La Cámpora.
En realidad pasa lo mismo que con la campaña para sacar el monumento a Roca, en el sur: son grupos políticos no representativos, que adhieren a una facción. La normalización de las entregas de tierras es un tema importante, que cuando se resuelva, terminarán eliminando tensiones, desconfianzas e inseguridades. Los títulos jurídicamente adjudicados, sin maniobras de ninguna naturaleza, va a despolitizar estos conflictos.

Volviendo a la crisis política actual, ¿no hay un riesgo a nivel mundial para la democracia y los derechos humanos?
No sería tan pesimista. Cada país vive estos momentos de distintas formas. En la Argentina, la crudeza de la crisis no se está expresando en bronca, sino en tristeza, y yo creo que eso manifiesta realismo. Lavagna lo dice: no hay nada para repartir. Y el facilismo ya no seduce. Luego de los hechos de violencia en diciembre de 2017 quedó en evidencia que hay un límite que ni siquiera los que protestan quieren atravesar. Los grupos sociales no quieren quedar pegados a la violencia. Los radicalizados que cuestionan la Constitución no seducen. Este fue uno de los veranos más tranquilos de los últimos años. Se encontró un límite, la gente espera una salida electoral.

¿No hay riesgo de un Bolsonaro?
Argentina no es Brasil. El país no está tan polarizado como parece, no hay tolerancia con la violencia. Nuestra cultura política está contaminada de antiliberalismo, pero esto tiene menor intensidad que en otras épocas. 
 

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