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Es la economía!... ¿y la política?...

Viernes, 16 de agosto de 2019 00:00

­Es la economía estúpido!... La famosa frase empleada en la campaña de Bill Clinton contra Jorge W. Bush padre cobró plena vigencia con el resultado de las elecciones del domingo 11 de agosto pasado; como lo reconoció el propio presidente Macri poco después, la gente, en una gran mayoría -casi la mitad del electorado- votó "en contra" del Gobierno y encontró en los Fernández la mejor forma de reflejar esa "bronca" generada por la inflación creciente y el empobrecimiento de una parte de las clases medias.

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­Es la economía estúpido!... La famosa frase empleada en la campaña de Bill Clinton contra Jorge W. Bush padre cobró plena vigencia con el resultado de las elecciones del domingo 11 de agosto pasado; como lo reconoció el propio presidente Macri poco después, la gente, en una gran mayoría -casi la mitad del electorado- votó "en contra" del Gobierno y encontró en los Fernández la mejor forma de reflejar esa "bronca" generada por la inflación creciente y el empobrecimiento de una parte de las clases medias.

¿Por qué aumentó la inflación?

Como se ha señalado otras veces, el Gobierno -aunque no sólo el Gobierno sino también muchos economistas- tiene un diagnóstico equivocado respecto de la inflación.

En efecto, el equipo económico cree firmemente en la explicación ortodoxa que la reduce exclusivamente a la creación de dinero por encima de la producción, lo que indudablemente tiene lugar ante la existencia de un desequilibrio fiscal, con un gasto por encima de los ingresos, generando una demanda en exceso que sería la única causa de la inflación.

Conforme este diagnóstico, el Gobierno se propuso reducir ese déficit, uno de cuyos componentes lo constituía las tarifas de los servicios públicos, "planchadas" por la gestión de los Kirchner. Vinieron entonces las subas "salvajes" de tarifas, acompañadas de una conducta por parte del secretario Aranguren que resultaba muy agresiva al no tener en cuenta que las subas obviamente tenían impactos inflacionarios, a la vez que los altos porcentajes establecidos abruptamente lastimaban los bolsillos de los consumidores y se interpretaban como faltos de sensibilidad social.

Por otra parte, el gobierno no podía reducir con la misma brusquedad la totalidad del déficit porque ello habría significado achicar drásticamente la planta de personal, y consecuentemente debía buscar la forma de financiarlo respetando la ortodoxia que prescribe abstenerse de emitir dinero. Hoy hubiera habido problemas en buscar financiamiento externo; los pesos al cambiarse los dólares no hubieran sido diferentes de los que se habrían emitido contra bonos del Tesoro directamente, si bien había una diferencia y es que estos pesos "genuinos" generaban una deuda con el mundo.

De todos modos, los pesos, aunque "genuinos", había que esterilizarlos para que no fueran inflacionarios, según la ortodoxia, y entonces el Banco Central los absorbía canjeándolos por letras que pagaban altos intereses. Como es sabido, cuando los "vientos de cola" del mundo cambiaron y el crédito externo se hizo prohibitivamente caro a la vez que la inflación no cedía, el gobierno, modificando el endeudamiento privado por el del FMI, más barato pero con exigencias mayores respecto al tamaño del déficit fiscal, emprendió un nuevo esfuerzo por reducir ese déficit, pero mientras tanto, la volatilidad financiera mundial y los resultados adversos en materia de inflación dispararon el valor del dólar, lo que potenció la inflación, muy a pesar de la ortodoxia que no tiene explicación para esto, a la vez que este "combo" , unido a la continua suba de la tasa de interés, único e ineficaz, por lo demás- instrumento que utilizaba el gobierno para contener el dólar y los precios, provocaba una nueva recesión que se proyectó hasta la fecha de las elecciones, provocando cierre de empresas y despidos con efectos deletéreos en la población que potenció así su descontento con el Gobierno.

¿Por qué fracasó la estrategia?

Más allá de las objeciones al enfoque ortodoxo unilateral sobre la inflación, que descuida el lado de la oferta y los costos que incluyen principalmente en el precio de las tarifas y combustibles, los salarios, el tipo de cambio y los márgenes de rentabilidad, el error del Gobierno fue ignorar que, como lo propone uno de los postulados de la Teoría de la Relatividad Especial, las leyes de la Física son universales en los sistemas inerciales, vale decir, los que se mueven a velocidad constante.

En la Economía pasa lo mismo y sus leyes -aunque a veces los ortodoxos las ignoren- son las mismas en todas partes, excepto en la Argentina que es un sistema "no inercial", esto es, no se mueve a velocidad constante, o sea, con un ritmo de crecimiento permanente y una tasa de inflación reducida.

El economista Juan Carlos de Pablo lo definió muy acertadamente cuando se le preguntó porqué en Nueva Zelanda la estrategia de objetivos antiinflacionarios de la política monetaria funcionó y en la Argentina no: "mire, en Nueva Zelanda cualquier cosa funciona bien", que es como decir, si uno maneja un auto moderno y se desvía de la ruta, con torcer la dirección, reducir la velocidad, cambiar una marcha o tocar suavemente el freno, basta; pero en un Rastrojero Diésel, hay que hacer todo eso junto, además de pararse sobre el freno, y rezar.

¿Y la política?

A todo esto, y de la mano de Durán Barba, la política fue barrida de la escena por "obsoleta" ("eso es viejo"). Sin duda, si uno se arrima a un comité o una unidad básica huye despavorido a los pocos minutos al ver la ausencia absoluta de política que allí existe, o mejor dicho, no existe. Claramente, la poca o ninguna política moderna ya no se hace en las sedes de los partidos políticos sino a nivel superestructural en reuniones de dirigentes.

 

Por su parte, los “duranbarbistas” consideran que tampoco esta política es necesaria, porque todo se ha reemplazado por encuestas, “focus groups”, “think tanks” y todo eso.
Desafortunadamente para estos nuevos “gurúes”, el uso y abuso de encuestas -además de que es ingenuo pensar que puedan reemplazar la buena política de antes y de siempre- no tiene en cuenta, por un lado, que por inmejorables que sean las decisiones y los instrumentos que se empleen para ejecutarlas, al igual que los buenos vinos, requieren de atractivos “envases” y “buenos precios” para lograr su aceptación; los “envases” son la forma en que se transmiten estas iniciativas por parte del Gobierno, y los “buenos precios” el costo más reducido posible en términos de sacrificios de la población, lo que requiere de habilidad, tacto, sensibilidad social y todo eso que saben hacer los buenos políticos, o los pocos que aún quedan.
Por el otro lado, los “duranbarbistas” usan la Estadística, pero indudablemente no tienen en cuenta que un postulado fundamental es que las muestras (las encuestas) deben tener “aleatoriedad”, lo que significa que no se contaminen; esto es, si se extrae una muestra de un salar, por pequeña que sea, casi con seguridad va a mostrar todas las propiedades del salar completo. 
Sin embargo, si se reiteran las extracciones “en el mismo lugar”, seguramente los resultados estarán contaminados, por ejemplo, porque las sucesivas muestras contendrán más barro, impurezas y “sesgos” diversos. Evidentemente, la culpa no es de la Estadística, sino de la manipulación, deliberada o involuntaria, de los datos, como bien puede testimoniarlo el amigo Guillermo Moreno en su paso por el Indec intervenido.
A todo esto, es de justicia reconocer la “buena política” del kirchnerismo, que supo entender y capitalizar para sí los errores del Gobierno. La democracia necesita que la “buena política” inunde nuevamente a toda ella, sin renunciar a las herramientas modernas, pero sin descuidar tampoco esa cálida impronta que atraía gente a militar por causas y no por cargos, ¿verdad?

 

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