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Señales de prudencia tras el cimbronazo

Domingo, 18 de agosto de 2019 00:13

La Argentina atraviesa por momentos muy particulares. El resultado de las PASO obliga al gobierno de Mauricio Macri a navegar en aguas turbulentas, pero al mismo tiempo le exige rediseñar su campaña electoral. Y ese rediseño comienza a parecer como un paquete de medidas que rompen con el modelo de ajuste, pero apuntan más a calmar las aguas sociales que a mejorar la economía.

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La Argentina atraviesa por momentos muy particulares. El resultado de las PASO obliga al gobierno de Mauricio Macri a navegar en aguas turbulentas, pero al mismo tiempo le exige rediseñar su campaña electoral. Y ese rediseño comienza a parecer como un paquete de medidas que rompen con el modelo de ajuste, pero apuntan más a calmar las aguas sociales que a mejorar la economía.

Y a su principal adversario, Alberto Fernández, le impone la necesidad de mostrar su verdadero perfil de gobernante.

Más allá del fracaso de los encuestadores, que no es un tema menor, hay un mensaje claro: el macrismo defraudó a su propio electorado.

En la autocrítica realizada el jueves pasado con el gabinete ampliado, se reconoció cierta displicencia cuando los líderes advirtieron fallas en la fiscalización de los comicios. Eso, a los peronistas nunca les pasa, y hasta ahora, a los radicales tampoco.

Fernández definió claramente que su perfil político debe ser evaluado por su desempeño como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, entre 2003 y 2008. En esos años, la caída del poder adquisitivo de los salarios fue alta, las jubilaciones se congelaron, mientras que la soja aportaba dólares que oxigenaban la economía y el país no pagaba deuda. Pero nada hacía pensar que Argentina alquilaba el modelo chavista.

Hoy ese escenario no existe. No hay “viento de cola”, pero el país cuenta con reservas en el Banco Central, espera una buena cosecha para 2020, el déficit fiscal es mucho menor que en 2015, la crisis energética está encaminada y el gasto público bajó, menos de lo que pide la ortodoxia, pero bajó. El problema lo plantean la pobreza, la inflación y la recesión.

Fernández se fue del gobierno de Cristina luego del conflicto del campo, cuando empezó a profundizarse el discurso clasista, anticapitalista y bolivariano. Y cuando el superávit fiscal se iba transformando en un déficit inmanejable, y el superávit comercial se esfumaba, junto con el “viento de cola”.

Ese período quedó como un momento de cambios razonables.

La candidatura de Daniel Scioli acompañado por Ricardo Zannini y su derrota fueron la muestra de una escisión interna del peronismo, que hoy perdura. El fundamentalismo es minoritario y por eso Cristina eligió a Fernández como su cabeza de fórmula.

Sus suertes están atadas. Para ellos tampoco será fácil la convivencia.

Fernández trata de demostrar que con él no resucita la ilusión bolivariana, y ese es su gran desafío. Por cierto, no puede tomar distancia de la persona que lo ubicó en una candidatura que no hubiera imaginado.

Si Fernández ganó el domingo es porque, al atraer a un peronismo disperso, rompió un techo que Cristina no hubiera podido superar, y por eso no puede correr el riesgo de romper una alianza de hecho que se consolidó para enfrentar a Mauricio Macri.

Hoy se imagina gobernando en sociedad con los gobernadores provinciales, lo cual invita a imaginar cierta mesura en las decisiones. Pero si se concreta su victoria, le tocará manejarse en un escenario frágil y vulnerable.

Cualquier gobernante de nuestro país deberá navegar en un mundo hostil.

Mientras puertas adentro la preocupación gira (razonablemente) en torno de los problemas domésticos, a la intemperie se generan conflictos que inciden decisivamente en cada rincón de un mundo globalizado: la guerra comercial entre EEUU y China, la caída generalizada de las grandes economías occidentales, el conflicto de Pekín con Hong Kong, las hostilidades entre India y Pakistán por Cachemira y el accidente con un misil nuclear ruso en el Ártico son indicadores de tiempos turbulentos e impredecibles.

Macri agitó el “fantasma venezolano” y Alberto Fernández le reprochó que eso significaba atemorizar a los inversores y acreedores. Lo diga o no Macri, la realidad es que mucha gente siente que “ganó Cristina” en las PASO.

Y así lo perciben en el exterior.

Como indicio: la impertinencia del presidente Jair Bolsonaro al opinar sobre las elecciones argentinas, y la amenaza de dejar el Mercosur si finalmente gana Fernández, son una señal que no se debe desatender. Alberto Fernández se entrometió en asuntos internos de Brasil al visitar a Lula en la cárcel y reclamar su libertad. Bolsonaro utilizó términos por demás agraviantes para el país y Fernández lo calificó como “racista” y “homofóbico”.

Pero si los resultados de las PASO se repiten en octubre, será necesario un esfuerzo diplomático para hacer las paces. A esto se suma la casi grotesca intervención de Diosdado Cabello, el sostén militar de Nicolás Maduro que incluyó los resultados de las PASO entre los logros bolivarianos y, con una descortesía equivalente a la de Bolsonaro, le recomendó a Fernández no creer que las elecciones las ganó él.

La historia muestra que no hay que mirar para atrás, porque nunca se repite. El mundo cambia y condiciona a los países y a los gobiernos.

A pesar de los temores y la incertidumbre que generan la economía y la política, el futuro presidente, sea Fernández o sea Macri, tiene posibilidad de avanzar hacia la resolución del gran problema: la generación de empleo genuino. Claro que hará falta dar varios pasos y cambiar el rumbo: el próximo presidente estará obligado a progresar en la construcción de “un capitalismo razonable”, reformar los regímenes tributario, previsional y laboral, y crear un escudo para que la economía no siga dependiendo, dramáticamente, de las tasas de interés norteamericana, las cotizaciones en bolsas del exterior y de la guerra comercial de Trump con China. Y, también, evitar decididamente que seamos vulnerables a la suerte de Lula o los exabruptos de Bolsonaro.

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