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África se tiñe de amarillo

Miércoles, 15 de enero de 2020 00:00

Cuando se ocupa de África, la prensa occidental se concentra, y con razón, en las guerras civiles y las catástrofes humanitarias de Ruanda, Somalia, Sudán o Libia. Pero esa saludable obsesión descuida el hecho que el continente negro es, después de Asia, la región de mayor crecimiento económico y que sus enormes potencialidades de desarrollo tienden a erigirlo en un nuevo polo de la economía mundial. Quienes, en cambio, tomaron debida nota de ese fenómeno y se ocupan de capitalizarlo son los chinos. En las primeras dos décadas del siglo XXI, el producto bruto interno africano aumentó a un ritmo del 4,6% anual acumulativo. Este crecimiento hizo que en los últimos doce años se haya duplicado el tamaño de su economía. En 2019, entre las diez economías con mayor crecimiento en el mundo seis son africanas: Etiopía, Ghana, Costa de Marfil, Ruanda, Senegal y Sudán del Sur. La agricultura significa todavía el 65% del empleo en África y el 75% de su comercio exterior. Pero también en este sector tecnológicamente atrasado y de muy baja productividad se han registrado novedades. El sector agroalimentario experimenta grandes progresos y se estima que en 2030 su producción ascenderá a la cifra de un billón de dólares. La producción industrial también experimenta un fuerte crecimiento, en virtud de las inversiones extranjeras en el sector textil y otros rubros de bajas exigencias de calificación profesional que aprovechan el bajo costo de la mano de obra.

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Cuando se ocupa de África, la prensa occidental se concentra, y con razón, en las guerras civiles y las catástrofes humanitarias de Ruanda, Somalia, Sudán o Libia. Pero esa saludable obsesión descuida el hecho que el continente negro es, después de Asia, la región de mayor crecimiento económico y que sus enormes potencialidades de desarrollo tienden a erigirlo en un nuevo polo de la economía mundial. Quienes, en cambio, tomaron debida nota de ese fenómeno y se ocupan de capitalizarlo son los chinos. En las primeras dos décadas del siglo XXI, el producto bruto interno africano aumentó a un ritmo del 4,6% anual acumulativo. Este crecimiento hizo que en los últimos doce años se haya duplicado el tamaño de su economía. En 2019, entre las diez economías con mayor crecimiento en el mundo seis son africanas: Etiopía, Ghana, Costa de Marfil, Ruanda, Senegal y Sudán del Sur. La agricultura significa todavía el 65% del empleo en África y el 75% de su comercio exterior. Pero también en este sector tecnológicamente atrasado y de muy baja productividad se han registrado novedades. El sector agroalimentario experimenta grandes progresos y se estima que en 2030 su producción ascenderá a la cifra de un billón de dólares. La producción industrial también experimenta un fuerte crecimiento, en virtud de las inversiones extranjeras en el sector textil y otros rubros de bajas exigencias de calificación profesional que aprovechan el bajo costo de la mano de obra.

El avance invisible

El natural énfasis en las hambrunas y niveles de pobreza extrema y desigualdad social que padece la población africana dificultan la visibilización de esta otra parte de la realidad. Ya en 2010, la clase media incluía a un 34% de la población, frente a un 27% del 2000. Es probable que en 2020 ese porcentaje supere el 40%. En 2017, el gasto familiar alcanzó 1,6 billones de dólares, tras dejar atrás en 2010 la marca del billón de dólares. Esas cifras se acercan a la economía china. Según estimaciones del Instituto Global McKinsey y el Instituto Brookings, en 2025 ese gasto familiar trepará a 2,5 billones de dólares. La revista nigeriana "Ventures" señala que en África hay 55 "supermillonarios", con una fortuna acumulada, entre todos ellos, de 144.000 millones de dólares. Once de ellos son nigerianos. La lista está encabezada por Aliko Dangote, un industrial cementero con un patrimonio de 20.000 millones de dólares. Una de las causas que incentivó este despertar africano es el factor demográfico. África es la región de mayor crecimiento poblacional del planeta. El promedio de edad de su población es de 19 años. Las proyecciones indican que en los próximos treinta años la actual población de 1.200 millones de personas se duplicará y trepará a los 2.400 millones. Alrededor de diez millones de jóvenes ingresan anualmente al mercado laboral. Esta explosión demográfica supone la aparición en el escenario de una gigantesca nueva masa de mano de obra a la búsqueda de empleo y también de un formidable potencial del mercado de consumo, que requieren una vasta inyección de capitales para su explotación.

China se avecina

La intención de Beijing de promover su influencia en África en detrimento de las potencias occidentales dista de ser una novedad. Se remonta por lo menos a la época de Mao Tse Tung, quien en 1955 promovió la celebración de la Conferencia Afroasiática de Bandung, precursora del Movimiento de Países No Alineados. La diferencia cualitativa es que en aquel entonces los chinos buscaban apoyar a los movimientos de liberación nacional que bregaban por la independencia de sus países mientras que ahora, una vez logrado ese objetivo, intentan erigirse en la potencia económicamente hegemónica en el continente. Como toda civilización milenaria, China tiene una larga memoria histórica. Los nietos de aquellos instructores militares chinos, que en la década del 60 adiestraban a los jefes guerrilleros africanos para el combate contra las potencias coloniales, negocian ahora con los descendientes de esos líderes independentistas para establecer alianzas estratégicas en mutuo beneficio. Los métodos son distintos pero el objetivo es el mismo: reemplazar a Occidente en el control político de África.

China es ya el principal socio comercial de Africa y también la mayor fuente de inversiones extranjeras en su economía, desplazando en ambos casos a EEUU. Las empresas chinas, favorecidas sobre sus competidoras por contar con generosos canales de financiación proporcionados por su propio Estado, monopolizan virtualmente las obras de infraestructura, asociadas al ambicioso proyecto de la nueva "Ruta de la Seda". En sus trabajos, no vacilan en recurrir a la mano de obra china, más disciplinada y mejor calificada que la local, algo que empieza a generar el disgusto de sus socios.

El vínculo sino-africano se beneficia de la complementariedad estructural de sus economías. China es un país gigantesco pero relativamente pobre en recursos naturales. Su industria demanda imperiosamente los ingentes recursos energéticos y minerales de África. Importa petróleo de Angola y Sudán, uranio de Namibia y Niger, cobalto de la República Democrática del Congo y hierro, cobre, zing y otros productos minerales de distintos países de la región. Un tercio de las inversiones chinas están destinadas al sector minero y la mayor parte de sus inversiones en infraestructura están orientadas a facilitar el transporte de combustibles y minerales a los puertos africanos.

La avanzada tecnológica

Pero esa complementariedad económica aumentó exponencialmente con el nuevo modelo de desarrollo industrial implementado por Beijing, que implica el énfasis en las industrias de alta tecnología y el consiguiente desplazamiento de las industrias intensivas en mano de obra. En un movimiento semejante al que hace tres décadas transformó a China en el lugar ideal para la relocalización de las industrias de las corporaciones multinacionales occidentales, África tiende a transformarse en el lugar adecuado para la incipiente relocalización de las inversiones de las empresas chinas en esos rubros. Otra ventaja política para los africanos es que el gobierno de Beijing carece de los prejuicios occidentales en relación a los derechos humanos. No vacila en negociar con autócratas y dictadores. Tampoco se preocupa excesivamente por la “seguridad jurídica” de sus inversiones. Estima que su poder económico y político las pone a cubierto de posibles arbitrariedades. Varios países africanos afrontan problemas para abonar los vencimientos de los créditos chinos.

La influencia china comienza manifestarse también en el campo cultural: 50.000 jóvenes africanos estudian en universidades chinas. Los programas de becas y pasantías abarcan también a líderes políticos y periodistas. Pero estas atenciones no pueden disimular un hecho más relevante: China instaló en el diminuto estado de Yibuti, en el cuerno de África, su primera base militar en el extranjero. No es de extrañar entonces que el Foro de Cooperación China-África se haya erigido en el organismo internacional más relevante del continente negro.

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