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1 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Hace 200 años, el General Belgrano se alejaba de Tucumán

En el año del bicentenario de su muerte, recordamos la triste decisión de retirase de la provincia que más amaba.
Domingo, 05 de enero de 2020 00:37
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Transcurría octubre de 1819 y el General Manuel Belgrano ya regresaba a San Miguel de Tucumán. Su salud estaba muy deteriorada y al parecer, había resuelto morir en esa ciudad que tanto amaba y donde el 4 de mayo de ese año, había nacido, de su unión con Mónica Helguero, su adorada hija Manuela Mónica.

Pero un mes después, la suerte de Belgrano cambió por completo y también su sentimiento para con Tucumán.

Es que el 11 de noviembre por la noche, se habían sublevado los piquetes residuales del Ejercito del Perú, esa misma fuerza con la que don Manuel había triunfado años antes, en Tucumán y Salta (1812 y 1813).

Encabezaba el motín tucumano, el capitán Abraham González, oriundo de la Banda Oriental y a quien Mitre definió en su "Historia de Belgrano", como "un hombre charlatán, vulgar y de malas costumbres".

Pero el motín de Tucumán no era un movimiento aislado. Por el contrario, tenía ramificaciones en La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Cuyo y fundamentalmente en Córdoba. En la "Docta", donde estaba el foco de la conspiración urdida contra las autoridades del gobierno de Buenos Aires.

En Tucumán, el capitán González obraba según órdenes de Bernabé Aráoz, coronel de milicias que había tenido un papel destacado en la batalla de Tucumán, pero que Mitre lo tenía calado "como un hombre de limitados alcances políticos..., enemigo de Gemes, amigo aparente de Belgrano y admirador de San Martín".

El hecho es que Bernabé Aráoz adhirió al alzamiento contra el gobierno central por resentimiento, pues él había sido desplazado como gobernador intendente de Tucumán y en su reemplazo se había designado a don Feliciano de la Mota y Botelho.

Al producirse el motín aquella noche de noviembre, el jefe de las tropas, coronel Arévalo, intentó resistir la rebelión armada pero fue reducido y detenido por González, mientras que el gobernador de la Mota y Botelho fue herido de un bayonetazo.

La detención de Belgrano

Luego de la rebelión armada, el capitán González se dirigió personalmente a la modesta casa del General, por entonces lindera a la actual plaza Belgrano de San Miguel de Tucumán. Y allí encontró al héroe de Tucumán y Salta, postrado en su catre.

Al ver invadida su casa por tropas armadas, Belgrano se dirigió al capitán González y le dijo: "¿Qué quieren de mí? Si es necesaria mi vida para asegurar el orden público, aquí está mi pecho, quítenmela...". González, -confirmando el concepto de Mitre con respecto a su persona- ni le respondió pero ordenó que se le remachase una barra de grillos, aún cuando sus piernas estaban hinchadas por la enfermedad y no podían soportar siquiera el contacto con la ropa. Ante semejante atropello, el Dr. Joseph Redhead, su amigo y médico personal, se opuso enérgicamente, logrando evitar que se concretara semejante afrenta a Belgrano y a todos los héroes de la guerra de la Independencia que aún estaban peleando, como era el caso de Martín Miguel de Gemes, en Salta y Jujuy.

Al retirarse el capitán González, dejó un centinela de vista a la puerta del cuarto del general Belgrano, ultrajándolo así una vez más.

En la madrugada siguiente, González se proclamó Comandante General de Armas, y convocó al pueblo al toque de campana municipal, obligando al Cabildo de Tucumán, designar a Bernabé de Aráoz, gobernador de la "provincia independiente de Tucumán".

La revuelta fue calificada tiempo después por el General Paz, como "la primera chispa del incendio que cundió luego por toda la República".

“He decidido irme a morir a Buenos Aires...”

La pobreza y los agravios hizo que Belgrano dejara la tierra que más amaba. 

Belgrano en el Juramento.

Después de las humillaciones sufridas, el general Belgrano se sintió muy mal de ánimo. Y pronto cayó en la depresión y la melancolía. Abandonado -por influencias de Aráoz- de los que se decían sus amigos, y además sometido a una extrema pobreza, se vio obligado a apelar a los pocos amigos que le quedaban, quienes lo socorrieron con dinero para poder enfrentar sus más elementales necesidades. 

Por las tardes, cuando la enfermedad se lo permitía, se hacía ayudar para salir a cabalgar en su caballo y recorrer solitario los campos aledaños de naranjos y donde, años antes, había conocido la gloria y los laureles, y también, el halago fácil de los hombres falsos e ingratos. 

En una de esas tardes que le acompañaba -cuenta Mitre- uno de sus amigos, le dijo: “Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento; pero han sido aquí tan ingratos conmigo, que he determinado irme a morir a Buenos Aires; pues mi enfermedad se agrava día a día”.

El adiós a Tucumán

El 17 de enero de 1820, Belgrano se dirigió por escrito al gobernador Aráoz solicitándole, a cuenta de lo que se le debía, $2.000 para viajar a Buenos Aires. A los dos días recibió la repuesta oficial: “El tesoro provincial está exhausto, por haber invertido sus recursos en gastos de guerra”. Léase motín, pues por entonces, el único que hacía la guerra en el norte era Güemes. Obviamente, fue una mala noticia para Belgrano, y más aún cuando vió la firma del Dr. José Mariano Serrano, su antiguo amigo. 

La negativa del gobierno empeoró el ánimo de Belgrano y así, una tarde le dijo a uno de los pocos amigos que le visitaban, don José Celedonio Balbín: “Ya no podré ir a morir a Buenos Aires; no tengo recursos para moverme. ¡He escrito al gobernador pidiéndole dinero y caballos para mi carruaje, y me negó todo!”. 

Ante ello, de inmediato Balbín le ofreció el dinero que necesitaba. El general aceptó la oferta pero solo con la condición de que sea con cargo de devolución. Y así, en los primeros días de febrero de 1820, el general partió para Buenos Aires. Iba con el Dr. Redhead, su capellán P. Villegas y sus ayudantes de campo Gerónimo Helguera y Emilio Salvigni. Tenía sus piernas hinchadas y viajaba postrado. Cuando llegaban a alguna posta, sus ayudantes lo bajaban del carruaje en sus hombros y lo depositaban en los camastros. 

Ya en territorio cordobés, llegó a una posta al anochecer donde fue humillado por el maestro de posta.

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