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19 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Populismo, seducción e indigencia

Domingo, 11 de octubre de 2020 00:00

Por María Silvia de la Zerda y Fernando Lardies

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Por María Silvia de la Zerda y Fernando Lardies

El populismo nació en Rusia, a comienzos del siglo XIX. Desde allí se expandió y adoptó una desconcertante combinación de posturas ideológicas, es así que, tanto la izquierda como la derecha podrían reivindicar para sí su filiación, blandiendo estandartes en nombre de una supuesta "reivindicación del pueblo".

En la mayoría de los casos, el modelo populista describe a la vez un orden político: democracia directa y no representativa y una orientación geopolítica precisa: proteccionismo en vez de libre comercio, unilateralismo en vez de multilateralismo.

En América Latina, el "socialismo del siglo XXI" avanzó agitando un discurso en contra de una derecha a la que culpó de todos los males que padecía la región.

Capitalismo vs. socialismo

Se dice - no sin razón- que, el capitalismo ha sido la causa del progreso de las naciones, mientras que el socialismo, el de su atraso. Los datos de la realidad dan andamiaje a esta aseveración, compárense las dos Alemanias antes de 1989, o las dos Chinas antes de los ochenta, o las dos Coreas actualmente. Una muestra cabal que nos permite constatar de cerca la relación costo-beneficio entre ambos sistemas, se da al confrontar la Venezuela de 1970 -una de las democracias más antiguas y vigorosas de América Latina, un país con buena infraestructura, verdadera movilidad social y menos desigualdad- con la Venezuela actual -una de las naciones más empobrecidas de América Latina, una tierra de escasez, hiperinflación y extrema pobreza-. Los hidrocarburos, principal fuente de ingresos en manos del Estado, financió el régimen bolivariano hasta que destruyó PDVSA.

El tránsito entre la Venezuela de 1970 y la actual fue perfilado por el sistema cleptocrático de Chávez y Maduro, embebido de la falsa ideología ávida de un socialismo que clausuró la atención sanitaria y la educación, y de un populismo que llevó a expropiar empresas privadas; a una emisión monetaria desmedida; una feroz censura a los medios de comunicación, una descomunal crisis constitucional, entre otros tantos desvaríos institucionales.

Colapso del sistema

Cuando el modelo económico colapsa, a medida que van desapareciendo las inversiones, se desploma la producción, escasean los bienes y servicios a los que puede acceder la población y aumentan sus precios por el déficit fiscal, los líderes populistas empiezan a ponerse cada vez más impetuosos y autoritarios, culpando de esa situación a sectores velados a quienes acusan de querer perjudicar al pueblo trabajador. Con esto justifican el incremento del uso del poder para violar derechos, agravar la presión impositiva, establecer regulaciones, imponer controles, etc.

Esta caída en la indigencia o en la pobreza de los modelos populistas, lleva a que sus líderes adopten una serie de acciones extremas, entre ellas:

Expropiar empresas privadas. En nombre de la soberanía nacional o la justicia social, buscarán explotar a los sectores más productivos para financiarse.

Aumentar la presión impositiva. Cobrarle más impuestos a quienes ya están agobiados por la carga tributaria que tienen que soportar.

Emitir más moneda. Cuando se agotan los recursos expropiables para financiar el consumo artificial recurre a la emisión monetaria, que acelera la inflación y hace caer el tipo de cambio, lo cual, baja el salario real y contrae el consumo. Este deterioro del tipo de cambio real destroza las exportaciones. Al faltar dólares para enfrentar los pagos debe planear maniobras económicas para su rescate.

Desprecio al orden legal

Hay en la cultura política iberoamericana un descrédito a las leyes. Por eso, una vez en el mando los líderes populistas tienden a concentrar todo el poder, apoderándose del Parlamento, amedrentan a jueces y fiscales para instaurar la Justicia que ellos mismos decretan sin oposición parlamentaria, sin Justicia, sin libertad de expresión, pueden a su solo arbitrio avasallar los derechos del individuo y al no haber controles republicanos de los actos de gobierno, suelen desencadenarse grandes casos de corrupción. Sabiendo que serán investigados tan pronto dejen el gobierno, los caudillos populistas caen en la tradición mesiánica del reeleccionismo.

¿Qué pasa en nuestro país al día de hoy?: El Congreso, con un Senado integrado por una mayoría oficialista, férreamente disciplinada y subordinada de manera absoluta a la titular del cuerpo, impone una agenda alejada de temas de la ciudadanía.

En la Cámara Baja, el hijo de la vicepresidente de la Nación, al frente de la conducción del bloque de diputados peronistas, con la escolta del presidente de la misma, ocupan buena parte del tiempo en buscar adhesiones de la minoría a proyectos de su interés.

El Poder Judicial, con una inexplicable lentitud para resolver las causas, favorece la impunidad de los que se encuentran acusados por corrupción y lavado de dinero, soporta una reforma de la Justicia en ciernes, a través de la cual se aspira a colonizarla.

En cuanto al Poder Ejecutivo, el jefe de Estado parece posicionado más como un árbitro entre diferentes segmentos del partido gobernante, que como un líder autónomo y con capacidad de llevar adelante un calendario político propio. Los controles democráticos han sido desarticulados, ya que al frente de la mayoría de los órganos de control fueron designadas personas afines al gobierno.

Por otro lado, la oposición no cimienta aún un proyecto de poder articulado, exhibiendo una ausencia de liderazgo que aglutine fuerzas para combatir el deterioro institucional que está poniendo en peligro la estructura misma de la democracia constitucional. Fue la sociedad civil la que, en forma espontánea salió a la calle a protestar, a enfrentar una y otra vez al Gobierno en demanda de transparencia, de honestidad, reclamando que no se avasalle a la Justicia; que no se trate de imponer el “todo vale”, el “no”: a la corrupción, a la impunidad, a la inseguridad, a la reforma judicial, a la liberación de presos peligrosos o reincidentes al calor de la pandemia, entre tantos otros eslóganes.

La pretensión del Gobierno nacional de expropiar una empresa agroindustrial mientras se hallaba en proceso judicial, fue abortada también por los propios ciudadanos que reaccionaron a tiempo y por un juez que le puso límites. 

Ante el debilitamiento de los partidos políticos, la oposición no puede permanecer ajena, es obligación de los dirigentes políticos y de los representantes del pueblo utilizar las herramientas que brinda nuestra constitución para preservar la institucionalidad. 

Hoy nos encontramos sin un programa de crecimiento y desarrollo, con una economía destrozada, una feroz caída de las exportaciones, una incesante emisión monetaria, un aumento del gasto público, que es uno de los motivos del descomunal déficit fiscal. Se debe bajar este gasto para terminar con el ahogo de la población que día a día trabaja decentemente para sostener con los impuestos un aparato estatal sobredimensionado que no le provee de los servicios públicos más esenciales y, además, para cambiar la mentalidad arraigada en el pueblo, en que muchos de ellos creen que les asiste el derecho a ser mantenidos con el trabajo ajeno. Es imprescindible restablecer la cultura del trabajo, la competencia empresarial, la integración económica al mundo. 

A la asfixiante presión impositiva existente en la actualidad, se proyecta desde el oficialismo imponer un nuevo gravamen extraordinario a las mayores fortunas. 

El campo, principal cadena de valor del país, sufre duros embates: quema de campos, roturas de silobolsas, toma ilegítima de tierras, sin que el Estado les preste la asistencia debida y oportuna. 

Tal estado de cosas parece acercarnos más al modelo venezolano, heredero del castrismo insular. Urge un cambio de paradigmas para no perder la República.

Discrecionalidad 

En el sistema populista no hay un reparto solidario ni equitativo, el líder no distribuye gratis, su ayuda debe ser retribuida por el beneficiario, sea en la captación de su voto manteniéndolo cautivo, sea condicionándolo a denostar a la oposición, o son llevados a movilizaciones en pro de la “causa”.

Asistencialismo con profunda inequidad social. La distribución mezquina del ingreso, crea una idea ficticia de la realidad económica y se encarama un sistema clientelista redistributivo, corrupto, lo cual solo lleva a hundir más al pueblo en la miseria y, tarde o temprano, va a poner a la economía de rodillas. 

Con esta práctica, el populismo va generando un círculo vicioso entre el universo de pobreza y el desempleo por falta de inversión privada y su correlato: el empleo genuino. 

El incremento de la pobreza, unido a la ausencia de reformas estructurales, la destrucción de la moneda, el desborde del gasto público, el desempleo, la situación de descenso social de amplios sectores de la clase media, la corrupción, el desencanto, el estancamiento de la economía, el desabastecimiento, la elevada inflación, la exclusión, mayor cantidad de personas en condiciones de extrema vulnerabilidad y ausencia de oportunidades para prosperar, entre otras, va generando un descontento creciente en la ciudadanía que amenaza la supervivencia del líder populista, dándose así las condiciones para que el pueblo reclame, sea pidiendo la revocación popular de su mandato o grupos sociales planifiquen su derrocamiento ante la pérdida de legitimidad y es aquí donde, para evitar su caída el líder empieza a abusar de los poderes del estado y a socavar las bases de la democracia republicana de la que surgió, con la amenaza que, si tiene éxito y no lo detienen, se convierte en dictador.

En este estadio del populismo la situación ya reviste ribetes de gravedad, es un llamado de alerta para reaccionar, momento en el cual la oposición no puede estar en manos de especuladores o tibios. Se necesita coraje, valentía y decisión para enfrentar al autoritarismo de los líderes populistas y sus peligrosas desviaciones, asumiendo el compromiso cívico de defender la Constitución, la democracia y la libertad.

 

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