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La pobreza y los derechos del niño

Sabado, 17 de octubre de 2020 00:00

Imagine un sábado a pleno sol. Ud. lleva a su hijo a la escuela para competir en una carrera de velocidad y, al momento de escucharse la orden de preparación en sus puestos, Ud. observa que su niño ha sido ubicado unos cuantos metros detrás de la línea de largada.

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Imagine un sábado a pleno sol. Ud. lleva a su hijo a la escuela para competir en una carrera de velocidad y, al momento de escucharse la orden de preparación en sus puestos, Ud. observa que su niño ha sido ubicado unos cuantos metros detrás de la línea de largada.

El gran aporte de las neurociencias a la educación infantil ha permitido alcanzar un amplio consenso acerca de la importancia de esa "línea de partida", la infancia temprana, como período de fuerte impacto debido, especialmente, a la alta plasticidad cerebral que caracteriza esta etapa, lo que se traduce en una particular y potente capacidad del cerebro humano de modificarse a través del aprendizaje.

En estos primeros tiempos las conexiones neuronales crecen a una velocidad impresionante y provee la base para la generación futura de nuevas conexiones. Es fácil identificar este proceso al observar la actitud exploratoria de un bebé, su esfuerzo por perseguir con la mirada los objetos en movimiento, su facilidad para adquirir nuevas destrezas, el intento de dar los primeros pasos, etc.

El contexto

Existe una interacción compleja entre los genes que controlan el crecimiento cerebral de los niños y las experiencias formativas que provienen del entorno. La calidad de ese desarrollo tiene estrecha relación con la conducta, las actitudes, las palabras y las emociones del adulto a cargo.

En principio, todos los niños pueden aprender, algunos lo harán más rápido y otros serán más lentos. Algunos aprenderán con mayor facilidad y otros tendrán más dificultades. Pero un entorno rico y receptivo a la curiosidad natural del niño podrá permitir una mejor expresión del potencial genético. El nivel educativo de los padres, la disponibilidad de material de lectura, el juego, la música, el material didáctico, etc. generan mejoras en la atención, la memoria de trabajo, el control inhibitorio, la flexibilidad y la planificación.

Existe consenso, también, respecto de la importancia de una buena alimentación como factor indispensable para el neurodesarrollo infantil. A partir de los alimentos y a través de la sangre el cerebro recibe micronutrientes, macronutrientes, oligoelementos y oxígeno. Tanto su conformación estructural como su grado de desarrollo dependerán de la calidad y cantidad de estos nutrientes.

Los primeros años de vida son períodos de alta vulnerabilidad a las deficiencias alimentarias en razón del rápido crecimiento que manifiesta el cerebro. Cada nutriente tiene influencias específicas sobre la organización y plasticidad de los sistemas neurales.

Tragedia silenciosa

Unicef Argentina presentó en agosto pasado las nuevas estimaciones acerca del porcentaje de niños y niñas pobres. Las nuevas proyecciones prevén que 6,2 niños de cada 10 será pobre hacia fines del 2020. El organismo basa sus cálculos en datos de Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) y los pronósticos del producto bruto interno.

Los niños experimentan la pobreza de un modo diferente. Son más vulnerables porque sus necesidades son más urgentes. El ambiente familiar suele estar impregnado de la angustia del dinero que no alcanza, del plato de comida que no puede brindarse a los hijos, del agua que falta. Toda la energía puesta en el corto plazo con un único objetivo: sobrevivir.

En los entornos vulnerables los niños suelen recibir muy pocos estímulos, los padres interactúan escasamente con sus hijos, se preocupan por mantenerlos a salvo, alimentarlos como pueden y evitar que se enfermen, pero desconocen muchas veces el impacto gigantesco que tienen sus gestos, sus caricias, los momentos de juego compartido, etc.

La pobreza genera situaciones de adversidad que son particularmente percibidas por el niño en sus primeros meses y años. Ambientes inseguros, privación económica, carencias de carácter simbólico, abandono, maltrato, etc. activan el sistema de respuesta de estrés. Este mecanismo, esencial para preservar la vida, puede generar consecuencias negativas en el desarrollo infantil si se activa demasiado a menudo o por demasiado tiempo.

Exclusión escolar

Estas particularidades propias de los hogares pobres influyen de manera negativa en el desarrollo cognitivo y psicosocial de la primera infancia y perjudican la inserción escolar oportuna propiciando, además, la perdurabilidad el círculo vicioso de la pobreza.

La educación es el principal promotor de la movilidad social.

Sin embargo, esa puerta al progreso individual que impediría la reiteración trágica de las privaciones requiere de políticas serias de abordaje multidimensional desde la gestación, un cambio profundo en las condiciones de crianza, cuidado y estimulación adecuada. Un entorno amigable en el cual se ejerza la autoridad con afecto y empatía.

Los estudios demuestran que los niños pobres sin estimulación temprana y malnutridos se convierten, casi de manera inevitable, en adultos pobres, sin educación, desocupados o con trabajos poco calificados y precarios. Serán padres jóvenes con hijos pobres.

La pobreza no implica, necesariamente, déficit cognitivo, pero existe un universo de factores propios del hogar carenciado que genera un ámbito de crianza con enormes limitaciones.

El neurodesarrollo infantil óptimo constituye una condición indispensable para que el ser humano alcance su plena capacidad cerebral en la edad adulta.

 Un desarrollo deficiente en las primeras etapas de la vida puede ocasionar importantes problemas de salud, rendimiento escolar y comportamiento adulto.
En 2017 la Unesco publicó un documento titulado “Reducir la pobreza mundial a través de la educación”. Este análisis, centrado en la voluntad de erradicar la pobreza en el marco de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, colocaba a la educación en un lugar clave para superar los efectos devastadores de la pobreza estructural.
Sin embargo, los datos del Instituto de Estadística de la Unesco (IEU) muestran tasas persistentemente altas de personas no escolarizadas en muchos países por lo que se concluye que no ha habido progreso alguno en la reducción de esas tasas en los últimos años. 
Diversas razones explican este fracaso, pero existe un común denominador que dificulta en muchos casos el acceso a la escuela, o genera después altos porcentajes de ausentismo, fracaso y deserción: la crianza, la alimentación y la estimulación adecuada en las etapas previas. Desde nuestra experiencia, resulta imposible romper este círculo vicioso sin atender previamente las condiciones de desarrollo de los niños nacidos en hogares pobres.
Los programas de educación de la primera infancia vienen siendo ampliamente valorados. La participación en ellos de los niños y sus madres permite generar un ambiente estimulante y enriquecido que impacta positivamente en el desarrollo y el aprendizaje. James J. Heckman, premio Nobel de Economía del año 2000, en su libro “Escuelas, capacidades y sinapsis” destaca la existencia de evidencia abrumadora en torno del beneficio a largo plazo de la inversión en la primera infancia a través de programas de asistencia integral y educativa. Se trata en realidad de una intervención preventiva que genera las más altas tasas de retorno frente a cualquier otra inversión social.
El sustrato biológico de la mente humana es el cerebro, habrá que redoblar la inversión en políticas públicas para un abordaje integral y urgente. Es un desafío ineludible. 
Revertir la tragedia requiere del Estado, de las empresas comprometidas, de las organizaciones no gubernamentales y de todos nosotros, ciudadanos de este país, porque los niños pobres tienen derecho a ubicarse en la misma línea de largada, pero el país necesita que todos los corredores alcancen la meta.
* La autora es abogada y directora - Centro de Promoción de Salud y Desarrollo Humano CONIN Alcoba - Tartagal.

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