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La escuela no puede dar pasos en falso

Sabado, 14 de noviembre de 2020 02:01

Durante esta pandemia y a lo largo de todo este año, en el que no hubo clases presenciales, se puso en boga un término muy genérico pero poco analizado: "clases virtuales", noción que pertenece a un concepto todavía menos profundizado y que es parte del ámbito de la "educación digital".

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Durante esta pandemia y a lo largo de todo este año, en el que no hubo clases presenciales, se puso en boga un término muy genérico pero poco analizado: "clases virtuales", noción que pertenece a un concepto todavía menos profundizado y que es parte del ámbito de la "educación digital".

Conceptualizar la idea de la "educación digital" y su alcance real implica analizar varios aspectos que, aún cuando son distintos entre sí, deben ser pensados cada uno por separado antes de pensar este fenómeno de una manera integral.

En la página web de la organización "Argentinos por la Educación", es posible encontrar una enorme cantidad de reportes y de datos estadísticos de gran calidad que permiten pensar cada uno de estos factores y dimensiones por separado.

En primer lugar, es necesario pensar el factor tecnológico propiamente dicho. Y este primer factor indispensable es tener acceso a una conexión wi-fi.

Este elemento, imprescindible para poder insertar a la Argentina en el mundo digital del siglo XXI, es algo que muestra una distribución muy despareja por provincias, por zonas incluso dentro de una misma provincia o peor, por estrato social.

El tener acceso a una red de wi-fi -independientemente de su calidad y de su velocidad de navegación- es un factor de inclusión o de exclusión per se. Y luego, por supuesto, está el factor de la calidad y de la velocidad de esta conexión.

Hoy, y según el Observatorio, 9 de cada 10 estudiantes del sector privado cuentan con wi-fi o banda ancha en el hogar, mientras que en el sector estatal son solo 6 de cada 10. Dentro de este aspecto tecnológico, también es importante analizar por medio de qué dispositivo se conecta el alumno. No es posible pensar que el estudiante tendrá la misma experiencia educativa si se conecta y estudia desde su propia computadora o tableta electrónica, comparado con quien lo hace desde un celular. Sin embargo, el 56% de los alumnos usa el celular como única herramienta de conexión educativa.

Una investigación de la Universidad de Buenos Aires revela que el 10% del total de alumnos del nivel primario no cuenta con una computadora y conexión a Internet en su hogar. Además, otro reporte del Observatorio Argentinos por la Educación consigna que sólo 1 de cada 5 chicos de ese nivel educativo tiene clases virtuales mientras que el 90% lo hace por mail o por Whatsapp; sólo el 50% lo hace de manera diaria y, llamativamente, el 8% de los alumnos se comunica con los docentes sólo una vez cada quince días, aún teniendo conectividad.

Tampoco es despreciable el factor ambiental más allá del tecnológico. No es lo mismo estudiar o asistir a clases virtuales en una casa cómoda, con acceso a Internet o donde existen uno o incluso varios dispositivos electrónicos, que compartir una única habitación con otras personas, sin acceso a una conexión digital de calidad, o sin poder disponer de una computadora personal para poder hacer los deberes una vez finalizada la clase virtual y, todavía más cuando 4 de cada 10 alumnos necesitan el acompañamiento constante de un adulto para realizar las actividades escolares.

El investigador Agustín Claus, docente de Flacso, estima que al menos 1.5 millones de estudiantes abandonarían la escuela después de la cuarentena. Este cálculo se traduciría en un 13 por ciento menos de alumnos en los tres niveles obligatorios (inicial, primaria y secundaria) y en el superior no universitario.

Si se entiende que aprobar un ciclo lectivo determinado implica haber incorporado una cierta cantidad de conocimientos y capacidades que prepararán a nuestros niños en su inserción al mundo laboral futuro; esta "educación digital" impartida durante todo este año, ¿de veras alcanzó para enseñar a nuestros niños?

La educación es un proceso acumulativo. Más allá de la necesaria continuidad educativa y de un rol de contención social que, aún con deficiencias, se pudo dar y sostener -a duras penas y con resultados y alcances muy variados como hemos visto- ; ¿estamos en condiciones de asegurar que los niños han aprendido los contenidos necesarios para pasar de año y poder seguir aprendiendo el año siguiente?

¿No sería acaso más responsable y más sabio pasar el año a pérdida e iniciar el año próximo desde el mismo lugar donde lo dejamos en diciembre de 2019?

No es la postura del Ministro de Educación de la Nación ni de los ministros provinciales que, aseguran, "no se ha perdido el año".

Sin embargo, aún en el ámbito privado, 8 de cada 10 escuelas no tuvieron pruebas durante el período de interrupción de clases presenciales y 6 de cada 10 familias considera que los alumnos están perdiendo aprendizajes importantes durante ese mismo período.

La Argentina enseña conocimientos del siglo pasado con métodos del siglo pasado a niños que trabajarán en empleos y actividades que todavía no existen y de los cuales se desconocen, o cuesta imaginar incluso, cómo o cuáles podrían llegar a ser. Y si algo ha demostrado la pandemia es que, todo lo que ya era deficitario e inequitativo antes, ahora estas diferencias sólo se están exacerbado de una manera más cruel y más profunda. Ya tenemos que medir no solo la diferencia e inequidad que estamos introduciendo en el seno de nuestra propia población sino las diferencias abismales que estamos introduciendo en la preparación de nuestra población más joven - el futuro del país- respecto a otros países que no tuvieron esta interrupción ni falta de evaluaciones.

Como consigna el periodista Andrés Oppenheimer en una columna publicada en julio en el diario de La Nación: "la creciente disparidad educativa acelerada por la pandemia de COVID-19 puede condenar a muchos países a la mediocridad, o a la pobreza, durante varias décadas".

 

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