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Marcos: de bagayero a juguero

Marcos Puca se reinventó en la pandemia. Se ganaba la vida como trabajador de frontera hasta que debió poner a funcionar el exprimidor de naranjas. 
Miércoles, 30 de diciembre de 2020 20:24

Marcos es un ejemplo de que se puede campear el temporal. La pandemia lo puso a prueba, igual que a todos. 
Cientos de bagayeros tuvieron que buscar una alternativa para afrontar la crisis económica que produjo la pandemia, la mayoría se dedicó a la venta de comida a domicilios, otros incursionaron en la venta de jugos naturales.
¿Qué hacen los trabajadores independiente para reinventarse en tiempos de coronavirus? El COVID-19 arruinó sus planes y los dejó sin trabajo.
Por eso, muchos de ellos tuvieron que encontrar una solución para poder dar una vuelta de rosca y ver cómo reflotar su economía y salir adelante.
Este es el caso de Marcos Puca, un trabajador de frontera de 41 años. Paradójicamente su papa retirado de Gendarmería Nacional y su mamá enfermera, nunca estuvieron de acuerdo con su oficio, pero respetaban la decisión del menor de sus cuatro hijos.
Marcos, sin duda, refleja la historia de cientos de bagayeros que se tuvieron que reinventar desde el momento que cerraron las fronteras y se vieron imposibilitados de trabajar transportando mercadería.
Allí fue cuando junto a su esposa Romina, de 31 años, buscaron la forma de salir adelante por sus hijos Izel, de 9 años y Maximiliano, de 6.
Si bien Romina hacía unos meses intentaba ayudar a la economía del hogar con un kiosco en la casa de su madre, también se defendía haciendo empanadas y pan casero, mientras Marcos pasaba el día entero en la frontera.
“Ya no podía estar sin trabajar y ella me incentivó para emprender el negocio de la venta de jugo de naranja”.
Compraba lonas enteras, exprimía artesanalmente y llenaba botellas descartables: “Salía a vender con barbijo y alcohol”. Este vendedor nato, liquidaba todo en medio día y acumulaba pedidos para el otro dia. No solo de jugo sino también de empanadas: “las poderosas”. “Estaba feliz porque era capaz de llevar la comida todo los días a mi familia, sentía que había encontrado el camino”.
Marcos llegó a exprimir 5 jaulas por día, el negocio iba creciendo, y de a poco entendió que no quería volver al trabajo de bagayero.
Pero en septiembre, cuando ya tenía el negocio aceitado, contrajo Covid y estuvo internado 10 días y le llevo casi un mes recuperarse. Tiempo suficiente para realizar balances y pensar en su futuro.
Si bien hoy sigue con la venta de jugo puerta a puerta y a través de las redes sociales; piensa comenzar con el negocio de la construcción, relacionado con lo que aprendió de joven: maestro mayor de obra.

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Marcos es un ejemplo de que se puede campear el temporal. La pandemia lo puso a prueba, igual que a todos. 
Cientos de bagayeros tuvieron que buscar una alternativa para afrontar la crisis económica que produjo la pandemia, la mayoría se dedicó a la venta de comida a domicilios, otros incursionaron en la venta de jugos naturales.
¿Qué hacen los trabajadores independiente para reinventarse en tiempos de coronavirus? El COVID-19 arruinó sus planes y los dejó sin trabajo.
Por eso, muchos de ellos tuvieron que encontrar una solución para poder dar una vuelta de rosca y ver cómo reflotar su economía y salir adelante.
Este es el caso de Marcos Puca, un trabajador de frontera de 41 años. Paradójicamente su papa retirado de Gendarmería Nacional y su mamá enfermera, nunca estuvieron de acuerdo con su oficio, pero respetaban la decisión del menor de sus cuatro hijos.
Marcos, sin duda, refleja la historia de cientos de bagayeros que se tuvieron que reinventar desde el momento que cerraron las fronteras y se vieron imposibilitados de trabajar transportando mercadería.
Allí fue cuando junto a su esposa Romina, de 31 años, buscaron la forma de salir adelante por sus hijos Izel, de 9 años y Maximiliano, de 6.
Si bien Romina hacía unos meses intentaba ayudar a la economía del hogar con un kiosco en la casa de su madre, también se defendía haciendo empanadas y pan casero, mientras Marcos pasaba el día entero en la frontera.
“Ya no podía estar sin trabajar y ella me incentivó para emprender el negocio de la venta de jugo de naranja”.
Compraba lonas enteras, exprimía artesanalmente y llenaba botellas descartables: “Salía a vender con barbijo y alcohol”. Este vendedor nato, liquidaba todo en medio día y acumulaba pedidos para el otro dia. No solo de jugo sino también de empanadas: “las poderosas”. “Estaba feliz porque era capaz de llevar la comida todo los días a mi familia, sentía que había encontrado el camino”.
Marcos llegó a exprimir 5 jaulas por día, el negocio iba creciendo, y de a poco entendió que no quería volver al trabajo de bagayero.
Pero en septiembre, cuando ya tenía el negocio aceitado, contrajo Covid y estuvo internado 10 días y le llevo casi un mes recuperarse. Tiempo suficiente para realizar balances y pensar en su futuro.
Si bien hoy sigue con la venta de jugo puerta a puerta y a través de las redes sociales; piensa comenzar con el negocio de la construcción, relacionado con lo que aprendió de joven: maestro mayor de obra.

De la universidad a bagayero

Marcos tuvo la oportunidad de ir a la Universidad a la provincia de Tucumán donde cursó hasta el tercer año, pero los problemas económicos lo obligaron a volver hace 12 años a su ciudad natal.

Ya en pareja con Romina, y esperaban a Izel, incursionó en la venta de publicidad para un medio local “pero no alcanzaba”. Curioso e inquieto por naturaleza conseguí algunos contactos en la frontera y aprendió el oficio rápidamente

“Primero me compre una moto y vendía mercadería en el interior del departamento, más tarde con un Renaul 12 y luego la Kangoo que me permitió trabajar continuamente.

Sin duda este joven con preparación académica, maestro mayor de obra encontró en el bagayeo el trabajo que le permitiera sustentar a su familia e invertir en su casita.

Olfatear los problemas

El trabajo en la frontera te expone a situaciones de riesgo, pero “uno aprende a olfatear los problemas”.
Con miles de anécdotas para contar, Marcos recuerda que una de las veces fue testigo cuando las autoridades de Gendarmería Nacional secuestraban un cargamento con dinamitas: “El peligro convivía con nosotros, el rose con los gendarmes era diario. Realmente no era un trabajo seguro. No quiero arriesgarme”.

 
 

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