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El Gobierno debe controlar el costo social de la cuarentena

Lunes, 23 de marzo de 2020 02:36

El coronavirus exige medidas drásticas y solo se podrá frenar con un pueblo disciplinado. Por eso, es imprescindible acatar las decisiones del Gobierno nacional. Pero también que el Gobierno nacional ponga en marcha ya un plan enérgico para contener los costos sociales que, necesariamente, va a acarrear la cuarentena. 
En el mundo, se estima, se están perdiendo casi treinta millones de puestos de trabajo. En la Argentina, la vulnerabilidad laboral es un problema gravísimo y estructural. La consultora Idesa estima que el 55% de los jefes de hogar son empleados registrados (16% de ellos, pobres); el 22% son empleados en negro (43% de pobreza) y el resto, cuentapropistas sin ingresos fijos (35% de pobres).
Una nota de El Tribuno, hace dos días, expresaba los estados de ánimo en el barrio Solidaridad, donde entre otros, un hombre decía la frase que quema: “Si no trabajo, mi familia no come”. Hay que estar atentos.
La cuarentena agravó un escenario muy complejo en América Latina y en el país: la inequidad, la desigualdad (que no son sinónimos), la ineficiencia productiva, la crisis educativa y el desempleo son el caldo de cultivo para la pobreza y el descreimiento. 
El presidente Alberto Fernández, los gobernadores, el oficialismo y la oposición han logrado cerrar filas ante el enemigo común. Pero todos están preocupados por el costo social, empresarial y fiscal de la cuarentena. 
El economista estadounidense Branko Milanovic ya venía anticipando las dificultades económicas del mundo global: se vinculan a los costos del libre comercio y de las cadenas de producción. 
Ahora, con un mundo en receso, todo entra en crisis, se vislumbra un cambio esencial en la economía global y un fracaso pondría en riesgo los lazos sociales. 
El peligro que vislumbra no es menor: la disolución social, Y la garantía de que no ocurra la pondrá, opina, la capacidad de liderazgo de los gobiernos nacionales. 
El Gobierno analiza medidas, que seguramente agravarán el déficit. El viernes llegará la ayuda de $3.000 para los jubilados de menores ingresos y los beneficiarios de la AUH. Se lanzó una línea de préstamos por $350.000 millones a una tasa del 24%, destinada a las empresas con dificultades para pagar los sueldos. Pero el derrumbe de la actividad es generalizado y los recursos escasos.
La pregunta clave: ¿cuánto durará la cuarentena? Cuando pueda ser superado este estado de emergencia que vuelve insostenible cualquier economía. Si la gente deja de trabajar y de consumir, la sociedad colapsa.
Desde hace muchas décadas, la Argentina desdeñó la importancia de la producción. La política vio a la empresa como fuente de lucro de los dueños y de recursos tributarios para gobernantes más preocupados por repartir plata entre los votantes que por consolidar un sistema productivo competitivo.
Pocos días antes de la cuarentena, el Gobierno había vuelto a las andadas al convertir un conflicto por la distribución de recursos en una guerra de clases, degradando al campo.
El actual ministro Martín Guzmán hasta ahora no envió señales acerca de lo que se propone a largo plazo. La emergencia lo encuentra negociando la coyuntura, es decir, la deuda con el FMI y los acreedores. No es menor el tema ya que lo único que nos faltaría es un default. Cuesta imaginar ternura de los acreedores, pero es de esperar que Joseph Stiglitz le de una mano en la tarea.
 

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El coronavirus exige medidas drásticas y solo se podrá frenar con un pueblo disciplinado. Por eso, es imprescindible acatar las decisiones del Gobierno nacional. Pero también que el Gobierno nacional ponga en marcha ya un plan enérgico para contener los costos sociales que, necesariamente, va a acarrear la cuarentena. 
En el mundo, se estima, se están perdiendo casi treinta millones de puestos de trabajo. En la Argentina, la vulnerabilidad laboral es un problema gravísimo y estructural. La consultora Idesa estima que el 55% de los jefes de hogar son empleados registrados (16% de ellos, pobres); el 22% son empleados en negro (43% de pobreza) y el resto, cuentapropistas sin ingresos fijos (35% de pobres).
Una nota de El Tribuno, hace dos días, expresaba los estados de ánimo en el barrio Solidaridad, donde entre otros, un hombre decía la frase que quema: “Si no trabajo, mi familia no come”. Hay que estar atentos.
La cuarentena agravó un escenario muy complejo en América Latina y en el país: la inequidad, la desigualdad (que no son sinónimos), la ineficiencia productiva, la crisis educativa y el desempleo son el caldo de cultivo para la pobreza y el descreimiento. 
El presidente Alberto Fernández, los gobernadores, el oficialismo y la oposición han logrado cerrar filas ante el enemigo común. Pero todos están preocupados por el costo social, empresarial y fiscal de la cuarentena. 
El economista estadounidense Branko Milanovic ya venía anticipando las dificultades económicas del mundo global: se vinculan a los costos del libre comercio y de las cadenas de producción. 
Ahora, con un mundo en receso, todo entra en crisis, se vislumbra un cambio esencial en la economía global y un fracaso pondría en riesgo los lazos sociales. 
El peligro que vislumbra no es menor: la disolución social, Y la garantía de que no ocurra la pondrá, opina, la capacidad de liderazgo de los gobiernos nacionales. 
El Gobierno analiza medidas, que seguramente agravarán el déficit. El viernes llegará la ayuda de $3.000 para los jubilados de menores ingresos y los beneficiarios de la AUH. Se lanzó una línea de préstamos por $350.000 millones a una tasa del 24%, destinada a las empresas con dificultades para pagar los sueldos. Pero el derrumbe de la actividad es generalizado y los recursos escasos.
La pregunta clave: ¿cuánto durará la cuarentena? Cuando pueda ser superado este estado de emergencia que vuelve insostenible cualquier economía. Si la gente deja de trabajar y de consumir, la sociedad colapsa.
Desde hace muchas décadas, la Argentina desdeñó la importancia de la producción. La política vio a la empresa como fuente de lucro de los dueños y de recursos tributarios para gobernantes más preocupados por repartir plata entre los votantes que por consolidar un sistema productivo competitivo.
Pocos días antes de la cuarentena, el Gobierno había vuelto a las andadas al convertir un conflicto por la distribución de recursos en una guerra de clases, degradando al campo.
El actual ministro Martín Guzmán hasta ahora no envió señales acerca de lo que se propone a largo plazo. La emergencia lo encuentra negociando la coyuntura, es decir, la deuda con el FMI y los acreedores. No es menor el tema ya que lo único que nos faltaría es un default. Cuesta imaginar ternura de los acreedores, pero es de esperar que Joseph Stiglitz le de una mano en la tarea.
 

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